NUNC DIMITIS

El día en que la Iglesia conmemoraba a Ntra. Sra. de Lourdes, el Santo Padre Benedicto XVI anunció su renuncia para el próximo 28 de febrero. Esta noticia ha dado la vuelta al mundo y ha suscitado todo tipo de reacciones. La más frecuente, no solo en los medios de comunicación sino en la opinión pública “generada”, es la sensatez de esta decisión, que, en palabras del portavoz de la Sala de Prensa Vaticana, el P. Lombardi, «no ha sido improvisada, sino espiritual, lúcida, bien fundada desde el punto de vista de la fe y humano»

 


La sabiduría demostrada del Papa, justo el que necesitaba la Iglesia en este tiempo,  me da garantía de la prudencia de su decisión, y me invita a aceptarla con confianza y, porque no decirlo, con resignación. Si bien es cierto que la gran mayoría se expresa a favor de la renuncia, no sé si somos conscientes del Magisterio que dejaremos de recibir de este gran “hombre de Dios”. En un artículo publicado el día siguiente de la noticia, el vicedirector de “L’Observatore Romano”, Carlo Di Circo, comenta: “La herencia de Benedicto XVI ya es una gran alegría. Pero, decantada con el tiempo, se revelará todavía más preciosa y será mucho mejor comprendida de lo que ha sido hasta ahora.” Efectivamente, sus Encíclicas, la Trilogía “Jesús de Nazaret”, sus Catequesis en la Audiencia de los miércoles, y el conjunto de homilías,  ponen  de manifiesto la enseñanza de Benedicto XVI durante este corto Pontificado que el Señor nos ha querido regalar.

 


En referencia al discurso pronunciado en la Plaza de San Pedro en la Noche de las Candelas, justo al inicio del Año de la fe, escribí un post titulado “La humildad del sabio”. Me remito a mis palabras para corroborar que la última enseñanza del Santo Padre es este gesto de humildad. En  las primeras palabras que pronunció al Colegio Cardenalicio  en la Capilla Sixtina tras su elección expresó: “debe hacer resplandecer la luz de Cristo, no la propia”. Este ha sido el lema que el  buen hacer de una Papa, no tan mediático como su antecesor, ha reflejado. 

 


La riqueza de la Iglesia vuelve a resplandecer en la conciencia de sus Papas: si bien el Beato Juan Pablo II quiso ayudar a redescubrir la riqueza de la ancianidad, y el sentido de la enfermedad y el sufrimiento; Benedicto XVI nos ha enseñado ahora el valor de la humildad y la confianza en el Espíritu Santo como principal Actor de la misión del Sucesor de Pedro. No son gestos contradictorios sino complementarios, que ayudan a discernir cada decisión en libertad y confianza en la Providencia Divina, en cuyas manos estamos, no solo en estos momentos, sino siempre.
 

 

ADRIAN RIOS


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