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TU Y YO SOMOS IGLESIA MISIONERA

 

La Iglesia, según el Concilio Vaticano II, es un misterio de comunión enraizado en el Misterio de la Trinidad y en el Misterio de la Encarnación.

La Iglesia es también el Nuevo Pueblo de Dios nacido de la Nueva Alianza, sellada con la sangre de Cristo.

Por el bautismo todos entramos a formar parte de ese Nuevo Pueblo de Dios, llegando a ser hijos de Dios en el Hijo, miembros del cuerpo de Cristo que es la Iglesia y templo del Espíritu Santo.

El Concilio quiso expresamente subrayar, primero lo que es común a todos sus miembros.

Todos los bautizados formamos parte de ese Pueblo de Dios, todos somos Nuevo Pueblo de Dios: seglares, consagrados, sacerdotes, obispos y Papa.

Todos la misma dignidad esencial, todos discípulos misioneros. Luego tu y yo somos Iglesia misionera.

Jesús fue el primer y gran evangelizador enviado por el Padre para anunciar el Reino a todos, por eso cuando los habitantes de un pueblo le proponen a Jesús que se quede con ellos, Él los contestó así: “es preciso que anuncie también el Reino de Dios en otras ciudades porque para eso he sido enviado” (Lucas 4, 43).

Así como Jesús es enviado por el Padre para anunciar el Reino y hacerlo presente y realizar la salvación de todos los hombres, la Iglesia es enviada por Jesús como continuadora de su nueva presencia y de su propia misión.

Escuchemos a Jesús: “como el Padre me envió al mundo, yo también os envío al mundo” (Juan, 20-21); “Id al mundo entero y hacer discípulos a todos los hombres…..” (Mateo, 28, 19); “y seréis mis testigos……hasta los confines de la tierra” (Hechos de los Apóstoles, 1).

Por lo tanto, la tarea evangelizadora no es algo añadido a la misión de la Iglesia, ni una concesión de la Jerarquía sino que arranca del propio bautismo, es algo esencial para toda la Iglesia como afirmaban los Padres Sinodales al hablar de la evangelización: “nosotros queremos confirmar una vez más que la tarea de la evangelización de todos los hombres constituye la misión esencial de la Iglesia” y Pablo VI en su Exhortación Apostólica sobre la evangelización nos dice que: “evangelizar constituye la dicha y la vocación propias de la Iglesia, su identidad más profunda. Ella existe para evangelizar”. Y el Papa Benedicto XVI afirmaba que: “los cristianos están en el mundo para evangelizar”.

“Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad” como nos dice San Pablo. Dios no excluye a nadie de su amor y su misericordia y su salvación en y por Jesucristo. Todos los hombres tienen derecho a conocer a Jesucristo, los bautizados tenemos el deber de darle a conocer.

La Iglesia tiene una vocación radical de servicio; servir al hombre y al mundo no es para la Iglesia una opción más o menos libre, un compromiso que puede ignorar según su propia voluntad, la Iglesia ha nacido en el corazón de Dios para servir, no para ser servida siguiendo el ejemplo de Jesús que dijo: “Yo no he venido al mundo para ser servido sino para servir”.

Escuchemos lo que dice el Papa Francisco en su Exhortación Apostólica, “la Alegría del Evangelio”: “en virtud del Bautismo recibido, cada miembro del Pueblo de Dios se ha convertido en discípulo misionero”, (Mateo, 28-19). “la nueva evangelización debe implicar un nuevo protagonismo de cada uno de los bautizados. Todo cristiano es misionero en la medida en que se ha encontrado con el amor de Dios en Cristo Jesús; ya no decimos que somos “discípulos” y “misioneros” sino que somos siemprediscípulos misioneros”.

¿Para evangelizar hace falta grandes discursos? No. Escuchemos lo que dice el Papa Francisco: “hoy que la Iglesia quiere vivir una profunda renovación misionera, hay una forma de predicación que nos compete a todos como tarea cotidiana. Se trata de llevar el Evangelio a las personas que cada uno trata, tanto a los más cercanos como a los desconocidos. Es la predicación informal que se puede realizar en medio de una conversación. Ser discípulo es tener la disposición permanente de llevar a otros el amor de Jesús y eso se produce espontáneamente, en cualquier lugar: en la calle, en la plaza, en el trabajo, en un camino”.

Tanto el Papa Francisco como Pablo VI hacen hincapié especialmente en la importancia del testimonio de vida. Hoy más que nunca el testimonio de vida se ha convertido en una condición esencial con vistas a una eficacia real de la predicación. El hombre de hoy escucha más y mejor a los testigos que a los maestros.

El Papa Francisco nos recuerda que hoy no se necesitan cristianos tristes, con “cara de funeral”, con “cara de cuaresma sin pascua”, “ni aguados” sino lo que está necesitando la Iglesia con urgencia son cristianos testigos que han experimentado y vivido el amor y la misericordia y la salvación en Jesucristo.

Yo mismo he visto con mis propios ojos la fuerza del testimonio y la presencia y actuación descarada del Espíritu de Dios centenares de veces.

Por otra parte los dos insisten en que el verdadero protagonista de la evangelización es el Espíritu Santo. Pablo VI decía: “No habrá evangelización posible sin la ayuda del Espíritu Santo”, “gracias al apoyo del Espíritu Santo la Iglesia crece. Él es el alma de esta Iglesia. Él es quien explica a los fieles el sentido profundo de las enseñanzas de Jesús y su misterio. Él es quien, hoy igual que en los comienzos de la Iglesia, actúa en cada evangelizador que se deja poseer y se deja conducir por Él y pone en los labios las palabras que por si solo no podrá hablar, predisponiendo también el alma del que escucha para hacerla abierta y acogedora de la Buena Nueva y del Reino anunciado”.

Las técnicas de evangelización son buenas pero ni las más perfeccionadas podrían reemplazar la acción directa del Espíritu. Puede decirse que el Espíritu Santo es el Agente principal de la evangelización; Él es quien impulsa a cada uno a anunciar el Evangelio y quien en lo más hondo de las conciencias hace aceptar y comprender la Palabra de salvación.

Ojala que tú y yo como Iglesia misionera que somos recojamos con alegría y gozo el encargo de Jesús de anunciar y ofrecer la salvación realizada con su muerte y resurrección.

 

Seguiremos reflexionando.

Con todo el cariño y saludo de  Publio Escudero Herrero

 

 


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