LOS GRADOS DE LA HUMILDAD. ¿ En cuál estás?

Mis queridos amigos, continuamos nuestro camino hacia la pascua,  la cuaresma va pasando, quedan dos semanas largas para el Domingo de Ramos, ¿estás aprovechando este tiempo? La cuaresma nos llama a  ir depurando y lijando las asperezas de nuestras vidas y ser hombres nuevos. Como en ocasiones anteriores me gustaría agradeceros vuestro cariño y amistad a cuántos estáis haciendo de este blog algo vuestro.

 

La semana pasada centré la reflexión en el tema de la humildad. Hoy deseo abordar la segunda parte de esta interesante cuestión.  Veremos los grados de la humildad. Estos grados son como una escalera que hemos de ir subiendo para llegar a ser santos, esa es nuestra meta.

 

El primer paso sería conocerse. Conocer la verdad de uno mismo.Ya los griegos antiguos ponían como una gran meta el aforismo: "Conócete a ti mismo". La Biblia dice a este respecto que es necesaria la humildad para ser sabios: Donde hay humildad hay sabiduría . Sin humildad no hay conocimiento de sí mismo y, por tanto, falta la sabiduría.

Es difícil conocerse. La soberbia, que siempre está presente dentro del hombre, ensombrece la conciencia, embellece los defectos propios, busca justificaciones a los fallos y a los pecados. No es infrecuente que, ante un hecho, claramente malo, el orgullo se niegue a aceptar que aquella acción haya sido real, y se llega a pensar: "no puedo haberlo hecho", o bien "no es malo lo que hice", o incluso "la culpa es de los demás".

 

El segundo paso sería aceptarse. Una vez se ha conseguido un conocimiento propio más o menos profundo viene el segundo escalón de la humildad: aceptar la propia realidad. Resulta difícil porque la soberbia se rebela cuando la realidad es fea o defectuosa.

Aceptarse no es lo mismo que resignarse. Si se acepta con humildad un defecto, error, limitación, o pecado, se sabe contra qué luchar y se hace posible la victoria. Ya no se camina a ciegas sino que se conoce al enemigo. Pero si no se acepta la realidad, ocurre como en el caso del enfermo que no quiere reconocer su enfermedad: no podrá curarse. Pero si se sabe que hay cura, se puede cooperar con los médicos para mejorar. Hay defectos que podemos superar y hay límites naturales que debemos saber aceptar.

Un consejo importante: vive según tu conciencia o acabarás pensando como vives. Es decir, si tu vida no es fiel a tu propia conciencia, acabarás cegando tu conciencia con teorías justificadoras y no serás feliz.

 

El tercer grado es el olvido de sí. El orgullo y la soberbia llevan a que el pensamiento y la imaginación giren en torno al propio yo. Muy pocos llegan a este nivel. La mayoría de la gente vive pensando en si mismo, "dándole vuelta" a sus problemas. El pensar demasiado en uno mismo es compatible con saberse poca cosa, ya que el problema consiste en que se encuentra un cierto gusto incluso en la lamentación de los propios problemas. Parece imposible pero se puede dar un goce en estar tristes, pero no es por la tristeza misma sino por pensar en sí mismo, en llamar la atención.

El olvido de sí no es lo mismo que indiferencia ante los problemas. Se trata más bien de superar el pensar demasiado en uno mismo.  En la medida en que se consigue el olvido de sí, se consigue también la paz y alegría. Es lógico que sea así, pues la mayoría de las preocupaciones provienen de conceder demasiada importancia a los problemas, tanto cuando son reales como cuando son imaginarios. El que consigue el olvido de sí está en el polo opuesto del egoísta, que continuamente esta pendiente de lo que le gusta o le disgusta. Se puede decir que ha conseguido un grado aceptable de humildad. El olvido de sí conduce a un santo abandono que consiste en una despreocupación responsable. Las cosas que ocurren -tristes o alegres- ya no preocupan, solo ocupan.

 

El último de los grados es darse. Este es el grado más alto de la humildad, porque más que superar cosas malas se trata de vivir desde la caridad, es decir, vivir desde el amor. Si se han ido subiendo los escalones anteriores, ha mejorado el conocimiento propio, la aceptación de la realidad y la superación del yo como eje de todos los pensamientos e imaginaciones. Si se mata el egoísmo se puede vivir el amor, porque o el amor mata al egoísmo o el egoísmo mata al amor.

Cuando la humildad llega al nivel de darse se experimenta más alegría que cuando se busca el placer egoístamente. La persona generosa experimenta una felicidad interior desconocida para el egoísta y el orgulloso.

 

Termino la reflexión con un matiz que no podemos olvidar: Ser humildes no es cuestión de empeño o fuerza, de coraje o amor propio. Ser humildes es cuestión de fe, oración, eucaristía y amor a Dios. En la medida que cuidemos nuestra experiencia de Dios seremos capaces de ir siendo más humildes. Yo quiero intentarlo ¿ y tú?

 

Buena semana a todos, no tengáis miedo.

 

Adrián Sanabria.


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