GRACIAS MAMÁ.

 

Queridos amigos, el día ocho de diciembre es un día muy entrañable para toda la Iglesia, para todos los cristianos. Ese día celebramos el aniversario del dogma Concepcionista… María, la Pura y Limpia, la mujer concebida sin pecado original, la criatura celestial, el icono de nuestra fe y la puerta de nuestra esperanza, el espejo donde mirarnos para superar las oscuridades, lastres y mediocridades en nuestro seguimiento a Cristo. María la discípula fiel, la mujer de la incondicional entrega, el arca de la nueva alianza. María el ideal de santidad, la causa de nuestra alegría. María la estrella de la Nueva Evangelización, la rosa mística y la reina de la familia. Pero ante todo celebramos el día de nuestra Madre, es un día donde, no sé vosotros, pero yo experimento la maternidad de María de un modo especial.

 
Creo que nuestras madres son  el ser más importante de nuestras vidas. Las madres son, han sido, las responsables de cuidarnos todos los días, de alimentarnos, de levantarse por las noches para ver si estabamos bien.  Toda madre tiene con sus hijos una conexión que va más allá de todo, que es inexplicable, que supera lo racional. La sola presencia de la madre basta para que el pequeño se calme. Es quien le brinda la contención de saber que no hay porqué preocuparse.
 
 
Todos contamos con distintos vínculos y relaciones a lo largo de la vida, pero el único incondicional es el de la madre. Me decía un amigo, días después del funeral de su madre, que cuando más se quiere a una madre es cuando falta, e imagino que tiene que ser verdad. Por eso, cuando decimos que madre no hay más que una no nos referimos al número, sino a la función que ella cumple en nuestra vida, sin importar si lo ha sido biológica o adoptiva, su amor, es lo más importante para nosotros. Las madres son especiales, ellas son las únicas que, sin preguntarnos, saben qué nos pasa y, aunque nos enojemos, nos entregan su apoyo incondicional. Y son ellas, por último, quienes estarán siempre al lado nuestro para recibirnos una y otra vez por más errores que cometamos. He de confesaros que en los momentos más importantes de mi vida, mi madre siempre ha estado ahí, sufriendo, callando, orando y mis éxitos han sido los suyos y en mis cruces ella fue cirinea. Estoy seguro que todos me entendeis.
 
 
Pues precisamente eso es lo que María, la Virgen buena, la madre del Señor, hace por nosotros. Ella es nuestra madre, la que nos cuida, la que nos acompaña, la que nos comprende, la que se desvela por nosotros, la que intercede, la que muestra el camino, la que sale a nuestro encuetro, la que sufre cuando sufrimos y ríe cuando reímos. La que calla y deja que crezcamos, pero siempre está ahí, siempre, siempre, siempre….  porque Ella es nuestra Madre.
 
 
 El día ocho de diciembre es un día para regocijarnos en la gracia de ser hijos de María, por eso me gustaría invitaros a que el día ocho, cuando estemos sentados delante de la Santísima Virgen Inmaculada, fijemos los ojos en Ella y le digamos i: Gracias Mamá, gracias por quererme tanto.
 
 
Disfrutemos de nuestra madre y, desde Ella  y con Ella, no tengáís miedo.
 
 
Adrián Sanabria.

 


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