‘LA SONRISA DE LA MACARENA’

‘LA SONRISA DE LA MACARENA’

La esperanza era aquello que mi amigo Youssef experimentaba con cierta curiosidad al tiempo que yo le permitía acceder con pausa y algo de intriga a lo más íntimo de mi cartera como parte de un juego infantil que aprendimos uno de los últimos días de convivencia. La esperanza, decía, en encontrar algo maravilloso y fascinante -como en efecto lo era-, de descubrir algo tan extraordinario que le hiciera sonreír, como en efecto lo hacía. Algo que le divirtiera tanto que le hiciese bailar de gozo en su silla de ruedas. Y resultaba que, siempre, el juego y la esperanza florecían, y el pequeño, que miraba intrigado y con desmesurado interés los rincones que le iba abriendo de mi cartera, la encontraba a Ella, a la Macarena, luciente en la fotografía que conservo como recuerdo de uno de los cultos de los que nunca sabrá Youssef, aunque sí sepa de sus besos antes de dormirse, que la Virgen digo yo que no hace distinciones y les da las buenas noches a todos los niños sin mirar su religión.

La de Youssef, para su suerte, estima a María, madre de Jesús, para ellos profeta, para nosotros Dios. Y es que Youssef, aunque no lo sabe, es musulmán, porque es marroquí. Pues, por tanto, no le mostraba yo nada contrario a lo permitido en Marruecos, donde la fe cristiana no puede predicarse sin que ello conlleve la expulsión; si bien he de reconocer que me era indiferente que pudiera o no mostrarle de manera privada aquella foto en la que sonríe la Macarena y ahora también para mí Youssef, si al estímulo de tan inocente imagen respondía él con una más que amplia sonrisa inocente que acababa fundiéndose con la mía.

Porque Youssef no verbaliza, pero habla cuando te mira y cuando sonríe. Como lo hacen cuando acarician, cuando se acercan y buscan cariño los discapacitados psíquicos y físicos que atienden los hermanos de la Cruz Blanca en su Hogar Nazaret de Tánger que hemos tenido la gloria de conocer los 24 participantes en el campo de trabajo organizado por la Pastoral Juvenil de la Archidiócesis de Sevilla en julio pasado.

Youssef me marcó, me redujo a pura ternura y sacó a la superficie de mis sentidos la niñez que uno guarda cuando madura y sólo ejercita en ocasiones extraordinarias como la que relato. Y, como a mí y a nuestro compañero Antonio nos sedujo Youssef, sedujeron al grupo Alamis y su escandalosa alegría, Tahiri y su tierno abrazo, Hamed y su interés por ser amigo de todos, Khalid y su profunda mirada, los Hicham con sus besos y sonrisas, el abrazo efusivo de Bilal, el permanente juego de Faysal y el cálido amor que daban todos los buenos amigos que allí conocimos y que merecen vivir aquí y en Marruecos y en todo el orbe como el mejor de los nacidos, porque los discapacitados, en su gran inocencia y su enfermedad, merecen ser también los mejores nacidos.

Los que nombro son algunos de los “hermanos menores” de Nuestro Señor, a los que hemos tenido la dicha de dar de comer cuando tenían hambre, de entretener cuando querían juego, de besar y hacerles sentirse queridos, de acompañar en inusuales paseos y algunos de mis compañeros hasta de duchar y vestir cada mañana. El Evangelio de Mateo lo entendió a la perfección nuestro compañero Carlos, emocionado al contarnos que había tenido en sus brazos al mismo Cristo, que lo había lavado y que Cristo le había dado el más maravilloso beso que jamás recibió.

La herencia de Madre Teresa

Y es que Cristo ha estado con y entre nosotros durante la semana del campo de trabajo. También en la escuela de la Cruz Blanca con la que han colaborado algunas de nuestras compañeras jugando con los adolescentes o enseñándoles a bailar sevillanas. Una escuela que es, durante las vacaciones, mejor que el duro colegio de la calle. Como mejor que la calle y las adicciones son también los alimentos y las distracciones que ofrecen en su casa las Misioneras de la Caridad que tanto nos impactaron el día que las vimos cual madres Teresa de inmaculado blanco y de añil antes de comenzar nuestra misa diaria de siete y media de la mañana. Colaborar con “las Calcuta”, como abreviamos su nombre, era el deseo de muchos de nosotros y algunas chicas pudieron cumplirlo ayudando cual obreros en la remodelación de su casa, donde las hermanas cuidan también a bebés de madres solteras mientras ellas van a trabajar.

Mientras todo esto ocurría en la casa de los Hermanos de la Cruz Blanca y la de las Misioneras de la Caridad, también estábamos presentes en Migraciones, donde se atiende a subsaharianos que “llegan comentando algún problema, si necesitan ayuda con algo, medicinas, dinero, etc.”, explica Paco, otro de nuestros voluntarios y uno de los auspiciadotes del campo de trabajo. Allí, el grupo ha colaborado con los asistentes sociales y en tareas administrativas.

Aunque diversos, unos y otros proyectos han tenido en común la efectiva presencia del Señor. Así lo vivió Esther en el dispensario de las Madres Adoratrices, donde parte del grupo colaboraba en la ayuda a las madres de los barrios marginales y de la periferia de Tánger, a quienes se les enseñaba a bañar a los niños, a cogerlos, dormirlos, vestirlos… A cuidar de ellos, en definitiva, sin que el idioma y la cultura fuesen un problema porque las madres sonreían –como la Macarena- a las voluntarias y “nos entendíamos a la perfección hablando nosotras en español y ellas en árabe”, según recuerda Esther, que ve en ello la indiscutible presencia de Dios y de su Amor, reinantes sobre las diferencias culturales.

El testimonio de Esther, en sintonía con los puestos en común por el resto del grupo, no era sino la vivencia en cada uno de nosotros de lo que contaba don Santiago Agrelo, arzobispo de Tánger, cuando nos recibió una tarde. Durante la visita nos relató que en Tánger la Palabra de Cristo no se dice, se hace. Así, la Iglesia predica sólo con actos, pero actos que la población tangerina valora sobremanera.

Es la Iglesia Católica, con sus voluntarios, la que atiende a quienes nadie quiere, a los desahuciados de la sociedad. A los discapacitados de la Cruz Blanca o a las mujeres rechazadas por su soltería o por tener hijos con alguna discapacidad. Sobre esto destaca nuestra compañera Alicia la frase de una voluntaria en el hogar de las Adoratrices a una madre de un chiquillo con síndrome de Down: “Dios sólo da estos niños tan especiales a madres especiales, es un regalo de Dios". Aunque muchos no sepan verlo así allí ni aquí.

Conocer para valorar

A Tánger llegamos algunos con prejuicios sobre la cultura, la religión y la forma de afrontar la vida de nuestros hermanos musulmanes. Sin embargo, ha bastado una semana para comprender que hay en común tanto que no merece la pena pararse a mirar diferencias, cosa en la que me atrevo a decir que coinciden todos mis compañeros, que arriamos a Tánger siendo un grupo que en gran medida se desconocía pero que pronto conectó. Bastaron unos cuantos cantes, un par de bailes, uno, dos, tres imprevistos superados con la ayuda de todos para hacer grupo. Bastó, realmente, que rezásemos juntos para hacer comunidad, para hacer lazos fuertes y, hoy día, sentirnos un solo corazón que desea volver a Marruecos. Un grupo que entiende a la perfección el lema heredado de nuestra amiga Leles: “Allá donde vayamos, siempre habrá un Tánger que necesite de nosotros”, pues todo lo hecho allí puede repetirse y es necesario en cualquier lugar del mundo; sin ir más lejos, en Sevilla.

Como lo anterior, a afianzar nuestra unión contribuyeron también las tardes en la Casa Riera de las hermanas franciscanas en la que estuvimos hospedados, donde nos formamos en nuestra fe gracias a la dirección del padre Álvaro Pereira y de Judith, donde poníamos en común lo vivido a diario, nos emocionamos, nos vimos a solas con Dios y ensayamos lo que después le ofrecíamos cantando en misa.

Hasta aquí el campo de trabajo. Pues claro que, como en todo viaje a otro país, hubo momentos para la inmersión cultural, tiempo de compras, de paseos, noches de turismo, de nervios a la llegada, algún que otro malentendido, alguna que otra aventura en taxi, y algún que otro mal tiempo al que intentamos poner buena cara. Lo hacíamos ante el asombro de los tangerinos rezando dos veces -como se reza a menudo en Andalucía- Judith, Ángeles, Esther, Alicia, Carmen, Rocío, Isabel, Lucía, Ana, Leles, Irene, Teresa, Marta, Beatriz, Inés, Carmen, Álvaro, Manuel, Antonio, Juan, Carlos, Paco, Álvaro y yo. Para quien no lo entienda, lo hacíamos cantando. Que al mal tiempo, sevillanas. Y que sonría la Macarena.

 

José Prieto

 


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