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LA IGLESIA ES NUESTRA MADRE Y TODOS SOMOS PARTE DE ELLA

 

En un principio pensé hacer un comentario de la catequesis del Papa Francisco sobre la Maternidad de la Iglesia del 11 de Septiembre pasado, pero me ha parecido mejor enviaros el texto completo del Papa y al final poner yo una brevísima reflexión.

 Escuchemos al Papa: “Queridos hermanos y hermanas, buenos días.

Entre las imágenes que el Concilio Vaticano II ha elegido para hacernos entender mejor la naturaleza de la Iglesia, está la de “madre”, la Iglesia es nuestra Madre en la fe, en la vida sobrenatural. Es una de las imágenes más usadas por los Padres de la Iglesia en los primeros siglos y creo que puede ser útil también para nosotros. Para mí es una de las imágenes más bellas de la Iglesia: la Iglesia Madre.

¿En qué sentido y en qué forma la Iglesia es madre? Partamos de la realidad humana de la maternidad, ¿Qué hace una madre?

En primer lugar una madre genera la vida, lleva en su vientre durante nueve meses al propio hijo y después lo abre a la vida generándolo. Así es la Iglesia, nos genera en la fe por obra del Espíritu Santo que la hace fecunda como la Virgen Maria.

La Iglesia y la Virgen Maria son madre ambas, lo que se dice de la Iglesia se puede decir también de la Virgen, y lo que se dice de la Virgen se puede decir también de la Iglesia; cierto, la fe es un acto personal: “yo creo”, yo personalmente respondo  a Dios que se hace conocer y quiere entrar en amistad conmigo. Pero la fe yo la recibo de otros, en una familia, en una comunidad que me enseña a decir, “yo creo”, “nosotros creemos”.

¡Un cristiano no es una isla! Nosotros no nos hacemos cristianos en laboratorios, solos y con nuestras fuerzas sino que la fe es un don de Dios  que nos viene dado por la Iglesia y a través de la Iglesia. Y la Iglesia nos da la vida de fe en el bautismo, ese es el momento en que nos hace nacer como hijos de Dios, el momento en que nos dona la vida de Dios, nos genera como madre.

Si ustedes van al Baptisterio de la Basílica de San Juan de Letrán, dentro hay una inscripción en latín que dice más o menos así: “Aquí nace un pueblo de estirpe divina, generado por el Espíritu Santo que fecunda esta agua, la Madre Iglesia da a luz a sus hijos en estas olas”. Esto nos hace entender algo importante: nuestro formar parte de la Iglesia no es un hecho externo y formal, no es rellenar una carta que nos dan, sino que es un acto interior y vital; no se pertenece a la Iglesia como se pertenece a una sociedad, a un partido o a cualquier otra organización.

La unión es vital como la que se tiene con la propia madre porque como afirma San Agustín: “La Iglesia es realmente madre de los cristianos”.

 Preguntémonos ahora, ¿Cómo veo yo la Iglesia? ¿Agradezco también a mis padres porque me han dado la vida, agradezco a la Iglesia porque me ha generado en la fe a través del bautismo? ¿Cuántos cristianos recuerdan la fecha de su bautizo? Quisiera hacer esta pregunta aquí a vosotros, pero cada uno responda en su corazón: ¿Cuántos de ustedes recuerdan la fecha de su bautizo? Algunos levantan las manos, pero ¡cuántos no la recuerdan!

Pero la fecha del bautismo es la fecha de nuestro nacimiento a la Iglesia; la fecha en la que nuestra Madre Iglesia nos ha dado a luz. Y ahora os dejo una tarea para casa. Cuando hoy ustedes vuelvan a casa, vayan a buscar bien cual es la fecha del bautismo y esto para festejarlo, para dar gracias al Señor por este don. ¿Lo harán? ¿Amamos a la Iglesia como se ama a la propia madre, sabiendo también comprender sus defectos? Todas las madres tienen defectos, todos tenemos defectos pero cuando se habla de los defectos de la madre nosotros los cubrimos, los amamos así. Y la Iglesia tiene también sus defectos: ¿La amamos así como a la madre, la ayudamos a ser más bella, más autentica, más según el Señor? Les dejo estas preguntas, pero no se olviden de la tarea: buscad la fecha del bautismo para tenerla en el corazón y festejarla.

Una madre no se limita a dar la vida sino que con gran cuidado ayuda a sus hijos a crecer, les da la leche, les alimenta, enseña el camino de la vida, les acompaña siempre con sus atenciones, con su afecto, con su amor, también cuando son mayores. Y en esto sabe también corregir, perdonar, comprender, saber estar cerca en la enfermedad, en el sufrimiento. En una palabra, una buena madre ayuda a los hijos a salir de sí mismo, a no que darse cómodamente bajo las alas maternas como una cría de pollo que está bajo las alas de la gallina.

La Iglesia, como buena madre, hace lo mismo: acompaña nuestro crecimiento transmitiendo la Palabra de Dios que es una Luz que nos indica el camino de la vida cristiana, administrando los sacramentos. Nos alimenta con la Eucaristía, nos lleva el perdón de Dios a través del sacramento de la reconciliación, nos sostiene en el momento de la enfermedad con el sacramento de la unción de enfermos. La Iglesia nos acompaña en toda nuestra vide de fe, en toda nuestra vida cristiana.

Podemos hacernos entonces otras preguntas: ¿Qué relación tengo yo con la Iglesia? ¿La siento como madre que me ayuda a crecer como cristiano? ¿Participo en la vida de la Iglesia, me siento parte de Ella? ¿Mi relación es formal o es vital?

Un tercer breve pensamiento. En los primeros siglos de la Iglesia estaba bien clara una realidad: la Iglesia mientras es Madre de los cristianos, mientras “hace” los cristianos, está también “hecha” de ellos. La Iglesia no es algo distinto de nosotros mismos, pero vista como la totalidad de los creyentes, como “el nosotros” de los cristianos: yo, tu, nosotros somos parte de la Iglesia. San Jerónimo escribía: “La Iglesia de Cristo no es otra cosa sino las almas de los que creen en Cristo”. Por tanto la maternidad de la Iglesia la vivimos todos, pastores y fieles.

 A veces escucho, “yo creo en Dios pero no en la Iglesia…… He oído que la Iglesia dice……….. Los curas dicen………” Pero una cosa son los sacerdotes, pero la Iglesia no está formada solo por sacerdotes, la Iglesia somos todos. Y si tú dices que crees en Dios y no crees en la Iglesia estas diciendo que no crees en ti mismo; y esto es una contradicción. La Iglesia somos todos, desde el niño recién bautizado hasta el obispo y el Papa; todos somos Iglesia y todos somos iguales a los ojos de Dios. Todos estamos llamados a colaborar al nacimiento de la fe de nuevos cristianos, todos estamos llamados a ser educadores en la fe y anunciar el evangelio. Cada uno que se pregunte ¿Qué hago yo para que otros puedan compartir la fe cristiana? ¿Soy fecundo en mi fe o cerrado? Cuando repito que amo una Iglesia no cerrada en su recinto pero capaz de salir, de moverse también con algún riesgo para llevar a Cristo a todos, pienso a todos, a mí, a ti, a cada cristiano. Todos participamos de la maternidad de la Iglesia para que la Luz de Cristo alcance los extremos de los confines de la tierra. ¡Y que VIVA la Santa Madre Iglesia!”

Después de oír al Papa podemos decir tú y yo: La Iglesia es mi Madre, es tu Madre, es nuestra Madre en la fe, en la vida sobrenatural como nos dice reiteradamente el Concilio Vaticano II.  

Madre, muchas veces desconocida y muchas veces olvidada y no correspondida.

Madre, perdona nuestros olvidos, nuestras ingratitudes y nuestro desamor. Madre, despierta en nosotros un corazón de hijos de tan gran Madre Iglesia.

Gracias, Madre Iglesia, por tanto amor, tanto perdón, tanta ternura, tanto acompañamiento y tanta solicitud maternal.

Demos gracias a Dios tú y yo por el regalo de esta Madre que nos dio. Gracias MADRE IGLESIA.   

 

Seguiremos reflexionando.

Con el cariño de PUBLIO ESCUDERO

 

 


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