Archidiócesis de Sevilla

Ante una multitudinaria manifestación de fe y de amor al Papa y a la Iglesia, que llenaba la Plaza de San Pedro, hubiese sido muy fácil vertebrar un discurso triunfalista desde el balcón de su despacho.

No fue así. El Santo Padre saludo cariñosamente a los miles de congregado con candelas encendidas, que recordaban aquella primera noche del Vaticano II, en que la Acción Católica mostraba su adhesión al Papa Bueno, El Beato Juan XXIII por la iniciativa del Concilio. S. S. Benedicto XVI hizo referencia a la existencia del pecado original que se terminaba configurando en pecado estructural, también en el seno de la Iglesia, donde el trigo nace en medio de la cizaña.

Pero “la bondad de Cristo no se apaga, hoy también es fuerte”. Con estas palabras abría la mirada hacia los signos de la presencia de Dios en medio de las tempestades que a veces “nos hacen pensar que el Señor duerme y se ha olvidado de nosotros”.

Puede que estemos iniciando una nueva etapa en la Iglesia donde, con el ejemplo de humildad de este sabio,  tengamos que aceptar que el Señor nos pide transmitir la alegría de ser discípulos, la confianza en el Señory el perdón de las ofensas. Él se atrevió, al final de su discurso, a hacer suyas las palabras de su predecesor, el Beato Juan XXIII. Puede que nosotros tengamos que atrevernos a imitar la humildad de nuestro Papa a la hora de ofrecer a los demás a Jesucristo con el testimonio de su acción en nuestras vidas.

Adrián Ríos