MIGRACIONES: PEREGRINACION DE FE Y ESPERANZA

MIGRACIONES: PEREGRINACION DE FE Y ESPERANZA

 A pesar de la crisis económica, que tiene como principales víctimas a los inmigrantes, a pesar del retorno a sus países de un alto número de ellos,  todavía tenemos en España cuatro millones y medio de personas venidas de otras latitudes geográficas. Han venido a cuidar a nuestros niños, ancianos y enfermos y a incrementar nuestro bienestar, desempeñando tareas que nosotros rehusamos. Los inmigrantes representan un 10 % de la población española. Estas cifras tan elocuentes son una invitación a la reflexión y al compromiso de las comunidades cristianas ante un fenómeno que a todos nos interpela.  

Un alto porcentaje de nuestros inmigrantes son jóvenes e, incluso, adolescentes. Huyen del hambre y de la pobreza extrema, a veces jugándose la vida y pereciendo en el intento, como nos dicen a diario los medios de comunicación. Buscan, como peregrinos de esperanza, un futuro mejor para ellos y sus familias. Su condición de ilegales los hace sumamente vulnerables. Con frecuencia, son víctimas de empleadores sin escrúpulos que se aprovechan de su situación para explotarlos, cosa que sucede especialmente con las mujeres, que representan un porcentaje elevado entre los inmigrantes en España. Los que obtienen un trabajo estable y consiguen legalizar su estancia entre nosotros, experimentan la dificultad de la doble pertenencia: por una parte, sienten la necesidad de no perder su propia idiosincrasia y tradiciones, mientras tratan de integrarse en nuestra sociedad. A menudo, vienen con una escasa formación y corren el riesgo de perder los mejores valores de su cultura, entre ellos los valores religiosos, mientras casi sin darse cuenta van incorporando a su modo de vivir los contravalores de nuestra sociedad hedonista y secularizada.

 Las dificultades  y sufrimientos de los inmigrantes, sobre todo de los indocumentados, los jóvenes, los adolescentes y las mujeres que vienen solas, golpean nuestra conciencia de cristianos y nos invitan a adoptar actitudes iluminadas por la fe y la palabra de Jesús, especialmente desde nuestras comunidades cristianas y desde la parroquia, la familia de los hijos de Dios, que debe ser siempre una comunidad abierta y dispuesta a acoger y servir. Lo exige la dignidad de toda persona y sus derechos inalienables. Lo exige especialmente nuestra condición de discípulos de Jesús, que se identifica con el pobre, el enfermo, el preso y el inmigrante, y a quien acogemos y servimos cuando lo hacemos con estos hermanos nuestros (Mt 25,35-36). Los inmigrantes deben tener la posibilidad de encontrar en nuestras parroquias su hogar, pues en la Iglesia nadie es extranjero.

 Las parroquias pueden y deben ser el primer espacio de acogida y encuentro de los inmigrantes católicos con la Iglesia. La fe sencilla y fervorosa de muchos inmigrantes latinoamericanos, y su apego a los valores auténticos que se están perdiendo entre nosotros, renueva y refresca nuestras parroquias, tal vez demasiado envejecidas y acomodadas. Son muchos los campos en los que podemos ayudarles y servirles y es grande la riqueza y dinamismo que  pueden aportar a nuestras celebraciones litúrgicas, a la catequesis, el apostolado y la acción social, como he podido comprobar con gozo en mis visitas a las parroquias de Sevilla ciudad y de la Archidiócesis.

 A nuestros pueblos y ciudades llegan también inmigrantes de otras confesiones cristianas e, incluso, de religiones no cristianas. También deben ser acogidos y ayudados por nuestras parroquias y nuestras Cáritas en sus necesidades fundamentales, evitando cualquier tipo de discriminación y de proselitismo injustificable. Pero la Iglesia vive para evangelizar. Por ello, las parroquias no deben olvidar el anuncio del Evangelio a los inmigrantes, tanto a través de la palabra explicita como, sobre todo, por el testimonio de los cristianos.

 A la Delegación Diocesana de Migraciones y a sus voluntarios corresponde dinamizar este sector pastoral, ofreciendo servicios a los inmigrantes, impulsando la acción de las parroquias y brindando criterios de actuación, en estrecha colaboración con Cáritas Diocesana y las Cáritas parroquiales. Es tarea suya también defender la dignidad y los derechos fundamentales de los inmigrantes y ejercer la misión profética, denunciando posibles injusticias. Al mismo tiempo que agradezco a la Delegación y a los voluntarios cuanto están haciendo, quiero manifestar también mi gratitud a los miembros de la vida consagrada y a cuantos desde otras instituciones, confesionales o no, sirven a estos hermanos. Pido al Señor que sostenga con su gracia su compromiso fraterno, al mismo tiempo que rezo por todos los inmigrantes de nuestra Archidiócesis, para que el Señor les conforte en la lejanía de su patria y de sus seres queridos y  sientan el calor de nuestra familia diocesana y de nuestras comunidades parroquiales.   

 Para ellos y sus familias y para todos los miembros de nuestra Iglesia particular, mi saludo fraterno y mi bendición.

 

 

+ Juan José Asenjo Pelegrina

Arzobispo de Sevilla


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