Liturgia XXXIV Domingo Tiempo ordinario (A)

Lecturas del 26 de noviembre

Primera Lectura

Ezequiel 34, 11-12. 15-17

A vosotros, mi rebaño, yo voy a juzgar entre oveja y oveja.

Esto dice el Señor Dios: «Yo mismo buscaré mi rebaño y lo cuidaré. Como cuida un pastor de su grey dispersa, así cuidaré yo de mi rebaño y lo libraré, sacándolo de los lugares por donde se había dispersado un día de oscuros nubarrones.

Yo mismo apacentaré mis ovejas y las haré reposar —oráculo del Señor Dios—. Buscaré la oveja perdida, recogeré a la descarriada; vendaré a las heridas; fortaleceré a la enferma; pero a la que está fuerte y robusta la guardaré: la apacentaré con justicia».

En cuanto a vosotros, mi rebaño, esto dice el Señor Dios: «Yo voy a juzgar entre oveja y oveja, entre carnero y macho cabrío».

 

Salmo

 Sal 22, 1-3a. 3b-4. 5. 6.

  1. El Señor es mi pastor, nada me falta.

– El Señor es mi pastor, nada me falta: en verdes praderas me hace recostar.

– Me conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis fuerzas; me guía por el sendero justo, por el honor de su nombre.

– Preparas una mesa ante mí, enfrente de mis enemigos; me unges la cabeza con perfume, y mi copa rebosa.

– Tu bondad y tu misericordia me acompañan todos los días de mi vida, y habitaré en la casa del Señor por años sin término.

 

Segunda Lectura

1 Corintios 15, 20-26. 28

Entregará el reino a Dios Padre, y así Dios será todo en todos.

Hermanos: Cristo ha resucitado de entre los muertos y es primicia de los que han muerto.

Si por un hombre vino la muerte, por un hombre vino la resurrección. Pues lo mismo que en Adán mueren todos, así en Cristo todos serán vivificados.

Pero cada uno en su puesto: primero Cristo, como primicia; después todos los que son de Cristo, en su venida; después el final, cuando Cristo entregue el reino a Dios Padre, cuando haya aniquilado todo principado, poder y fuerza.

Pues Cristo tiene que reinar hasta que ponga a todos sus enemigos bajo sus pies. El último enemigo en ser destruido será la muerte.

Cuando le haya sometido todo, entonces también el mismo Hijo se someterá al que se lo había sometido todo.

Así Dios será todo en todos.

 

Evangelio

Mt 25, 31-46

Se sentará en el trono de su gloria y separará a unos de otros.

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Cuando venga en su gloria el Hijo del hombre, y todos los ángeles con él, se sentará en el trono de su gloria y serán reunidas ante él todas las naciones. Él separará a unos de otros, como un pastor separa las ovejas de las cabras. Y pondrá las ovejas a su derecha y las cabras a su izquierda. Entonces dirá el rey a los de su derecha: “Venid vosotros, benditos de mi Padre; heredad el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme”. Entonces los justos le contestarán: “Señor, ¿cuándo te vimos con hambre y te alimentamos, o con sed y te dimos de beber?; ¿cuándo te vimos forastero y te hospedamos, o desnudo y te vestimos?; ¿cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y fuimos a verte?”. Y el rey les dirá: “En verdad os digo que cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis”. Entonces dirá a los de su izquierda: “Apartaos de mí, malditos, id al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles. Porque tuve hambre y no me disteis de comer, tuve sed y no me disteis de beber, fui forastero y no me hospedasteis, estuve desnudo y no me vestisteis, enfermo y en la cárcel y no me visitasteis”. Entonces también estos contestarán: “Señor, ¿cuándo te vimos con hambre o con sed, o forastero o desnudo, o enfermo o en la cárcel, y no te asistimos?”. Él les replicará: “En verdad os digo: lo que no hicisteis con uno de estos, los más pequeños, tampoco lo hicisteis conmigo”. Y estos irán al castigo eterno y los justos a la vida eterna».

 

Comentario bíblico de Pablo Díez

(Ez 34,11-12.15-17; Sal 22,1-2a.2b-3.5.6; 1Co 15,20-26.28; Mt 25,31-46)

El salmo 22 constituye una buena guía de lectura de los textos que nos propone la liturgia de este domingo. En él encontramos dos partes bien diferenciadas. En la primera de ellas se recoge la promesa de asistencia que Yahvé hace en el oráculo de Ezequiel. El texto profético señala las trágicas situaciones de las que el pastor divino rescata a su grey. Son las mismas que aparecen en Sl 22,4, donde encontramos también el motivo común de la oscuridad para expresarlas. Las actividades benéficas de las que habla el profeta (buscar, guardar, apacentar, curar…) son resumidas por el salmista en una expresión que indica la ausencia de cualquier carencia. La segunda parte del salmo ya no nos muestra al Dios pastor, sino al anfitrión del banquete escatológico. Pero Ezequiel y Mateo ponen de relieve un tercer rol de Yahvé, el de juez. De este modo la transición de miembro de la grey divina a comensal del convite salvífico se sustancia en un contexto de juicio. Mientras Ezequiel alude a un discernimiento entre ovejas, el evangelista es mucho más claro: ovejas y cabras (estas últimas destinadas al matadero en la literatura veterotestamentaria. Cf. Ex 12,5, Lev 1, 10, Jue 6,19; 2Cro 25,7ss; Am 6, 4, Jer 28, 40), mostrando que lo que se juzga es la capacidad de imitar la asistencia amorosa divina. Las ovejas apacentadas por Dios, son invitadas a ejercer entre ellas esta misma función mediante las obras de misericordia. Las que las han practicado son dignas de la compañía divina, las que no, se hacen inhábiles para compartir la mesa con el Dios bueno y sabio porque a él “nada inmundo se le pega” (Sab 7,25).

 


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