Hijos de la Iglesia, buenos ciudadanos

Hijos de la Iglesia, buenos ciudadanos

La crisis derivada de la expansión del coronavirus está afectando, como no podía ser de otra manera, a todas las esferas de la sociedad. La Iglesia, con la celebración de los cultos, la práctica sacramental y, en nuestro caso, las procesiones de Semana Santa, también se ha visto condicionada, dando entrada a un nuevo escenario en el que se modifican o suprimen no pocas prácticas religiosas, como consecuencia de las cautelas que las autoridades han establecido. Con todo, esta vida en tiempos del Covid-19 también tiene su lado positivo, en la medida que está favoreciendo la revisión de algunos usos y costumbres de nuestras celebraciones religiosas.

La reacción de las autoridades nacional, autonómicas y locales al nuevo panorama sanitario se tradujo en una catarata de medidas que se sucedieron unas a otras conforme la epidemia derivaba en pandemia. Como era de esperar, la Archidiócesis reaccionó a las primeras indicaciones del Ministerio de Sanidad con un decreto del Arzobispo fechado el 13 de marzo, en el que se establecían unas disposiciones con las que la Iglesia diocesana prestaba su colaboración para detener la propagación de la enfermedad. Las medidas más llamativas fueron suspensión de las actividades de formación y catequesis, ciertas cautelas a la hora de acudir a los templos (aforo máximo y distancia entre fieles) y la recomendación de seguir la misa por los medios de comunicación, además de dispensar a los fieles del precepto dominical. El decreto establecía también unas prácticas para las celebraciones eucarísticas, que se resumían en la supresión del agua bendita en los templos, la eliminación del gesto de la paz, la recepción de la comunión en la mano y la petición a los sacerdotes de que cuiden la higiene antes y después de la distribución de la comunión.

Estas medidas eran “temporales y sujetas a futuras indicaciones de las autoridades sanitarias”. Como sí fue. No pasaron ni veinticuatro horas cuando el Arzobispo, el alcalde y el presidente del Consejo de Hermandades anunciaban la supresión de las procesiones de Semana Santa, una decisión tristemente esperada que no sorprendió a nadie. Esa tarde, nuevo decreto en el que monseñor Asenjo disponía la supresión de la celebración pública de la Eucaristía con asistencia de fieles. La declaración del estado de alarma demandaba la adopción de nuevas medidas por parte de la Iglesia. Así, se daba oficialidad a la suspensión de las procesiones, se insistía en la comunión espiritual, como práctica tradicional a recuperar en un momento como este, y se reforzaban disposiciones ya anunciadas en el decreto anterior.

Paralelamente a estas disposiciones, la Archidiócesis anunciaba la adecuación del trabajo en la Curia a la declaración del estado de alarma. La adopción del teletrabajo por parte del personal, la atención a los fieles a través de la web y la suspensión de las tareas en ciertas instancias diocesanas, fueron algunas de las medidas adoptadas cuya duración dependerá de la duración del actual marco legal.

Mensaje del Arzobispo

El lunes 16, monseñor Asenjo se dirigía a la Archidiócesis en un mensaje difundido por el canal diocesano en youtube. El Arzobispo lamentaba “vivir estos momentos dramáticos, en el que los niños no pueden ir a la escuela ni corretear por el parque; en el que tampoco podremos disfrutar de las hermosísimas procesiones de Sevilla”. Pese a todo ello, exhortó a vivir “estas tristísimas circunstancias con esperanza, y que lo que perdamos en espectáculo y en belleza, lo ganemos en intensidad”. Al respecto, aseguró estar “convencido” de que “para los que aman a Dios todo lo que sucede, sucede para bien, porque de los males Dios siempre saca bienes”. Concretamente, esta situación extraordinaria de alerta sanitaria, monseñor Asenjo cree que “nos va a ayudar a ahondar en nuestra conversión”, en alusión a la Cuaresma.

Soluciones al encierro

Esa misma mañana, las campanas de la Giralda y de los templos de la Archidiócesis repicaron para llamar a los fieles a la oración en la intimidad de sus hogares. Eso no impide que una creciente cifra de sacerdotes estén celebrando misas en privado y las retransmitan por diversas plataformas. Además, el Arzobispo se dirige cada día a los fieles a través de COPE Sevilla. Qué duda cabe que las redes sociales están cobrando un protagonismo más que necesario en una situación que demanda canales ágiles de comunicación. En la página web diocesana se han destacado links y aplicaciones con recursos adaptados a este tiempo de Cuaresma, que se suman a las difundidas desde sitios webs de otras diócesis e instituciones eclesiales.

A día de hoy, nadie puede asegurar cuánto va a durar esta situación. El sacrificio social está siendo evidente, la respuesta de la ciudadanía encomiable, y la Iglesia seguirá estando al lado del que sufre, como lo demuestran las iniciativas solidarias que salpican la crónica preocupante de la actualidad. Saldremos adelante.

La comunión en la mano

Una de las disposiciones más llamativas del primer decreto del Arzobispo fue el llamamiento a recibir la comunión en la mano. Esta medida, lejos de ser una reacción a una urgencia devenida, tiene tras de sí una larga tradición. Luis Rueda, delegado diocesano de Liturgia, explicaba esta semana que la comunión en la mano databa, no ya del siglo IV (según explicó san Cirilo de Jerusalén), sino de la propia institución de la Eucaristía: “El Jueves Santo, Nuestro Señor no dio la comunión en la boca, la dio en la mano. Y esto estuvo en vigor al menos hasta el siglo XI, dependiendo de los lugares. Es decir, hemos estado once siglos comulgando en la mano, y en España, después del Concilio Vaticano II, se recuperó la práctica antigua. Entonces, no solo no es una práctica nueva, sino que es la práctica más antigua en la Iglesia”, concretó. ¿Hay una parte del cuerpo más santa para recibir el Cuerpo de Cristo? Luis Rueda responde con otra pregunta: “¿Qué tiene exactamente la boca de más santa que las manos, o las manos de más pecadoras que la boca?, porque no hay una parte más santa que otra en el cuerpo. Todavía se utiliza este argumento, que manos no consagradas no pueden tocar al Señor, pero –explica- por el bautismo, la confirmación y, en el caso de los sacerdotes, por la ordenación, estamos consagrados al Señor alma y cuerpo, totalmente”. “Somos totalmente del Señor y para el Señor”, concluye.

 

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