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XXVII Domingo del tiempo ordinario

 

Los Apóstoles dijeron al Señor: "Auméntanos la fe". 

Él respondió: "Si ustedes tuvieran fe del tamaño de un grano de mostaza, y dijeran a esa morera que está ahí: 'Arráncate de raíz y plántate en el mar', ella les obedecería. 

Supongamos que uno de ustedes tiene un servidor para arar o cuidar el ganado. Cuando este regresa del campo, ¿acaso le dirá: 'Ven pronto y siéntate a la mesa'? 

¿No le dirá más bien: 'Prepárame la cena y recógete la túnica para servirme hasta que yo haya comido y bebido, y tú comerás y beberás después'? 

¿Deberá mostrarse agradecido con el servidor porque hizo lo que se le mandó? 
Así también ustedes, cuando hayan hecho todo lo que se les mande, digan: 'Somos simples servidores, no hemos hecho más que cumplir con nuestro deber'". 

 

Comentario de Álvaro Pereira

 

En una hagadá judía sobre el Salmo 94 se cuenta que un rabino preguntó a Elías: «¿cuándo llegará el Mesías?». El profeta le dijo que fuera a las puertas de Roma, allí lo encontraría cuidando leprosos. Cuando el rabino lo halló, le volvió a preguntar: «¿cuándo?». El Mesías le contestó: «hoy». Pero al día siguiente todo seguía igual y se sintió defraudado. Entonces al rabino se le reveló el verdadero sentido del salmo: «hoy (sucederá todo), si escucháis su voz». «Hoy» es el único tiempo del creyente. El pasado ya solo puede ser restaurado por Dios y el futuro está en sus manos.

 

Esta llamada al «hoy» de la fe encuentra un modelo dramático en la primera lectura de Habacuc. El profeta sufre injusticia y se lamenta ante Dios. Dios le responde que debe confiar y escribir la visión profética. Dicha visión radica precisamente en la fe. El justo solo puede alcanzar la vida ansiada por la fe. Pablo hará de esta convicción la piedra angular de su doctrina de la justificación (cf. Rom 1,17; Gál 3,11).

 

En el evangelio, los apóstoles también piden a Jesús que aumente su fe, una fe que todavía «no arranca árboles». Bastaría una fe insignificante, como un diminuto grano de mostaza, para trasplantar una morera, que tiene raíces muy sólidas. La hipérbole entre la mostaza y la morera anima al discípulo a creer, y expresa la distancia entre la pequeñez de la fe y la maravilla de sus efectos.

Esta fe gesta la comunión con el Señor, tanto en el trabajo de la evangelización como en el reposo de la Iglesia. Los creyentes, pobres siervos del Señor, deben cumplir siempre sus tareas con celo y fidelidad, sin esperar halagos o recompensas. Dios tiene necesidad de los hombres, pero juzga inútiles a los que se creen particularmente indispensables. Este dicho, dirigido especialmente a los ministros, conecta bien con la segunda lectura, en la que Pablo exhorta a Timoteo a reavivar el carisma recibido por la imposición de manos, dando testimonio valeroso del Señor y compartiendo los duros trabajos del evangelio.

 


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