XXV Domingo del tiempo ordinario
Decía también a los discípulos: "Había un hombre rico que tenía un administrador, al cual acusaron de malgastar sus bienes.
Lo llamó y le dijo: '¿Qué es lo que me han contado de ti? Dame cuenta de tu administración, porque ya no ocuparás más ese puesto'.
El administrador pensó entonces: '¿Qué voy a hacer ahora que mi señor me quita el cargo? ¿Cavar? No tengo fuerzas. ¿Pedir limosna? Me da vergüenza.
¡Ya sé lo que voy a hacer para que, al dejar el puesto, haya quienes me reciban en su casa!'.
Llamó uno por uno a los deudores de su señor y preguntó al primero: '¿Cuánto debes a mi señor?'.
'Veinte barriles de aceite', le respondió. El administrador le dijo: 'Toma tu recibo, siéntate en seguida, y anota diez'.
Después preguntó a otro: 'Y tú, ¿cuánto debes?'. 'Cuatrocientos quintales de trigo', le respondió. El administrador le dijo: 'Toma tu recibo y anota trescientos'.
Y el señor alabó a este administrador deshonesto, por haber obrado tan hábilmente. Porque los hijos de este mundo son más astutos en su trato con los demás que los hijos de la luz.
Pero yo les digo: Gánense amigos con el dinero de la injusticia, para que el día en que este les falte, ellos los reciban en las moradas eternas.
El que es fiel en lo poco, también es fiel en lo mucho, y el que es deshonesto en lo poco, también es deshonesto en lo mucho.
Si ustedes no son fieles en el uso del dinero injusto, ¿quién les confiará el verdadero bien?
Y si no son fieles con lo ajeno, ¿quién les confiará lo que les pertenece a ustedes?
Ningún servidor puede servir a dos señores, porque aborrecerá a uno y amará al otro, o bien se interesará por el primero y menospreciará al segundo. No se puede servir a Dios y al Dinero".
Comentario de Pablo Díez
(Am 8,4-7; Sal 112,1-2.4-6.7-8; 1Tim 2,1-8; Lc 16,1-13).
El nexo entre la primera lectura y el evangelio es el tema de la injusticia centrada en el comercio. El profeta Amos plantea el problema desde la perspectiva del sábado (Am 8,5), o sea, desde la tensión entre el trabajo utilitario, indispensable para el sustento, y el descanso, la fiesta, no menos necesario para una vida humana. La actitud perversa de los comerciantes consiste en considerar el día de fiesta como una interrupción del negocio, una pérdida. Por ello, se encargan de convertir este lapso en algo productivo, beneficioso para ellos, a costa del prójimo, especialmente de los más necesitados. Así, a la impaciencia con la fiesta se une la despiadada persecución del negocio con cualquier medio: calidad inferior (salvado), peso escaso, subida de precios (Am 8,5-8). Estas tácticas culminan con las ruina de los más pobres, hasta el punto de perder la libertad por deudas ínfimas (Am 8,7). El comercio así concebido envenena las relaciones humanas. El dinero ganado de este modo es injusto.
Pero, en el evangelio, Jesús plantea una vía de escape que puede romper esta dinámica. En la parábola que propone, el administrador es calificado como desaprensivo (Lc 16,1-2). Entonces ¿Por qué motivo es elogiado por el amo? La respuesta es simple: por su sagacidad. Porque en una situación difícil, supo rentabilizar en provecho propio sus posibles irregularidades. Así es como el administrador desaprensivo puede ser un ejemplo para el cristiano; no por su ostensible falta de escrúpulos en la administración de bienes ajenos, sino porque al verse en una tesitura tan comprometida, supo actuar con perspicacia y salir airoso, renunciando incluso a lo que era suyo (el descuento que hace a los acreedores era la comisión que en concepto de intereses percibía como beneficio). Eso es lo que deberá aprender el cristiano; frente a las exigencias del Reino no se puede actuar atolondradamente, sino calculando los riesgos y aun renunciando, si es preciso, a las posesiones materiales.
Por tanto, al hilo del Salmo 112, el creyente debe imitar la acción de Dios, que alto y exaltado, por propia iniciativa y bondad, se abaja para exaltar a los humildes; que, en Cristo, se da a sí mismo como precio en rescate por todos sus hermanos de naturaleza, los hombres (1Tim 2,6).
