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VI Domingo de Pascua

 

Jesús le respondió: «Si alguien me ama, guardará mis palabras, y mi Padre lo amará. Entonces vendremos a él para poner nuestra morada en él.
 
 
El que no me ama no guarda mis palabras; pero el mensaje que escuchan no es mío, sino del Padre que me ha enviado. Les he dicho todo esto mientras estaba con ustedes.
 
 
En adelante el Espíritu Santo, el Intérprete que el Padre les va a enviar en mi Nombre, les enseñará todas las cosas y les recordará todo lo que yo les he dicho.
 
Les dejo la paz, les doy mi paz. La paz que yo les doy no es como la que da el mundo. Que no haya en ustedes angustia ni miedo.
 
Sa ben que les dije: Me voy, pero volveré a ustedes. Si me amaran, se alegrarían de que me vaya al Padre, pues el Padre es más grande que yo.
 
Les he dicho estas cosas aho ra, antes de que sucedan, para que cuando sucedan ustedes crean.
 
Comentario de Antonio Guerra
 
 
El evangelio de este domingo contiene la promesa maravillosa de la intimidad con el Padre, con Jesús y con el Espíritu Santo, promesa que traerá consigo el don de la Paz. Jesús anuncia  en el discurso que sigue a la Última Cena: “el que me ama guardará mi palabra y mi Padre lo amará y vendremos a él y haremos morada en él”.
 
 
Jesús, en la víspera de su partida, consuela a sus discípulos con la promesa de que volverá y se manifestará a los que le aman, esto es, a los que guardan sus palabras. El amor a Jesús nos impulsa a observar su palabra; la consecuencia es que el Padre nos ama y, junto con Jesús, viene a nosotros para hacer morada en nosotros. Ciertamente, esta morada divina requiere de nosotros un respeto profundo, exigiéndonos una vida en armonía con nuestros huéspedes.
 
 
A continuación, Jesús anuncia la venida del Espíritu Santo que consolará a sus discípulos en su ausencia y les proporcionará ánimos constantes y consuelos interiores. Este Espíritu tiene la misión de “recordar” y “explicar” todo cuanto Jesús ha dicho y hecho en su vida terrena. Y sobre todo, nos enseña a la docilidad interior a la voluntad de Dios, haciéndonos comprender que ésta es la expresión del amor de Dios, y que, en consecuencia, no hay nada más grande que ella para nosotros.
 
 
Junto al don del Espíritu, Jesús anuncia a sus discípulos que les deja la paz. Esta paz no es la ausencia de conflictos exteriores, sino una armonía interior, que resulta de nuestra conformidad con Dios, de la reconciliación que Jesús ha llevado a cabo por medio de su pasión. La paz de Jesús es una paz que resiste incluso a las circunstancias más adversas.
 

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