Un nuevo Corpus. CANTEMOS AL AMOR DE LOS AMORES.

El domingo celebramos la solemnidad del Corpus Christi, sin duda es  una fiesta en la que cada pueblo o ciudad manifiesta su máximo esplendor y cariño a Jesús Sacramentado. Los balcones se engalanarán, en muchos sitios se montarán altares, muchos escaparates de tiendas nos recordarán el motivo de esta solemnidad, alfombras de romero y juncia cubrirán nuestras calles, los niños volverán a vestirse con el traje de su primera comunión para acompañar al Santísimo y todos cantaremos ese entrañable “cantemos al Amor de los amores, cantemos al Señor, Dios está aquí…” Y todo ello lo hacemos porque  el Señor es el centro de nuestra fe, el centro de nuestra vida cristiana, sin el nada tendría sentido, en él alimentamos nuestra fe, vivimos nuestra esperanza y encendemos el fuego de la caridad. Nos lo decía el Beato Juan Pablo II: la iglesia vive de la eucaristía y por la eucaristía.

 

No podemos olvidar  que cada vez que  contemplamos a Jesús en la custodia y que cada vez que nos alimentamos de Él, es él el que nos convoca y reúne. En cada Eucaristía Jesús vuelve a ofrecerse, a entregarse por nosotros, a darse por completo.

 

Y no podemos olvidar que, al igual que la eucaristía es el centro de nuestra fe, así también es la puerta que  ha de llevarnos a vivir desde la exigencia del amor fraterno. El mismo día en el que Jesús instituía  la Eucarista, lavó los píes de sus discípulos, haciéndoles ver que eso mismo tenían que hacer ellos. Por tanto quien se acerque a comulgar, quien se acerque a rezar al sagrario, no puede olvidar preparar cada día la mesa de la caridad y de la ayuda.

 

Contemplar a Jesús en la custodia y alimentarnos de Jesús nos tiene que recordar que hemos de pasar por la vida desviviéndonos por nuestro prójimo y dando lo mejor de nosotros a los demás.

 

El domingo o el jueves acompañaremos al Señor por las calles de nuestras feligresías, pero no podemos olvidar que a diario atraviesan nuestras calles procesiones de custodias anónimas que pasan desapercibidas, procesiones de los que sufren la indiferencia y el abandono, de los que lloran la soledad o lamentan la falta de esperanza. Procesiones de los que viven sin recursos dignos para ser personas.

 

A veces nos cuesta ver a Jesús en la procesión de ese abuelo que no es visitado, de ese enfermo en la custodia de su cama, de ese otro que necesita compañía, o de aquel que no es escuchado.

 

Todos son cuerpos de Cristo, hombres y mujeres que recorren nuestras calles sin que nadie les vea, sin que nadie se ocupe de ellos.

 

No podemos olvidar que Jesús sacramentado nos exhorta a hacernos eucaristía por los demás y nos recuerda que está presente en los más débiles, en los que sufren…. Jesús lo dejaba muy claro: “porque tuve hambre y me diste de comer, estuve sediento y me diste de beber y preso y enfermo y fuiste a visitarme…”
Recordemos las palabras de san Juan Crisóstomo: “ Si queréis honrar el cuerpo de Cristo, no lo dañéis cuando está desnudo. No honréis al Cristo eucarístico con paramentos de sede y detalles de plata, mientras fuera del templo descuidáis ese otro Cristo afligido por el frío y la desnudez”

 

Por tanto contemplar a Jesús en la custodia y alimentarnos de Él, ha de llevarnos a tener un fuerte compromiso en pos del prójimo, cada comunión debe hacernos crecer en el amor, y cuando esto falla debemos comprender que algo va mal y que, tal vez, estamos  buscando excusas injustificadas para cumplir el mandato de Jesús.

 

Decía el papa Benedicto XVI que contemplar al Señor y alimentarnos de él tendrían que ser las dos realidades que dieran fortaleza a nuestra fe, y que la eucaristía tenía que llevarnos a pasar por la vida siendo samaritano de nuestros hermanos, curarando sus heridas y dignificando sus vidas. Permitidme rendir un homenaje muy especial a todos los voluntarios de Cáritas que nos recuerdan esta gran dimensión de nuestra fe y del vivir de la iglesia. No olvidemos nunca que Cáritas somos todos.

 

La Eucaristía es el gran regalo que Dios nos ha hecho y la pone en manos de la iglesia para que ésta la celebre y ofrezca. La iglesia debe continuar haciendo visible y presente este memorial que perpetua el amor de Dios día a día.

 

Y no podemos olvidar otro detalle y es que todos los día Jesús nos espera en el sagrario y a veces pasamos de largo sin saludarle, sin dirigirle una mirada, una oración o una plegaria… y no podemos olvidar que todos los días se hace presente en la eucaristía celebrada y , en ocasiones, faltamos a misa con millones de excusas.

 

La eucaristía ha de ser nuestro eje, nuestra luz. Lo decía el papa Francisco, la iglesia sin la eucaristía sería una ONG, los cristianos no pueden acostumbrarse ni alimentarse del Cuerpo de Cristo y ni a contemplarle en el sagrario.

 

Me gustaría terminar la reflexión de esta semana con una oración dirigida al Señor que nos mira y escucha, oración que me gustaría que el jueves o el domingo, cuando veas pasar al Señor por delante de ti y te arrodilles, recuerdes y tengas presente.
Señor:
 

Que nunca me olvide que al rezarte he de cambiar mi vida, transformarla, ser como barro en manos del alfarero.

 

Que nunca me olvide que al rezarte en la custodia, he de saber verte y adorarte en el que sufre, en el que llora, en el que carga con la cruz de la enfermedad, del paro o la tristeza.


Que nunca olvide que tú me esperas en el que no comparte mis ideas, en el que no sabe rezar, en el que se ríe de mis creencias.

 

Que nunca olvide Señor, que al alimentarme de ti, he de hacerme alimento para los demás… como lo hizo María, como lo hicieron los Santos, como lo hicieron tantas y tantas personas de fe.

 

Señor que cada vez que te mire , mi alma se llene de vida, de perdón y de entrega.

Y que cada vez que te rece y cada vez que te adore,
proclame al mundo entero con certeza y confianza,
que eres la luz que nos amas, que eres el pan  que nos salvas,
Y que conduces nuestras vidas  por veredas de esperanza, amén.

 

Un abrazo grande. No tengáis miedo.

 

Adrián Sanabria.


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