Testimonio de David Martín: “Desde el Seminario estamos deseando acogerte, que nos enseñes, seguro que tienes mucho que aportarnos”

Testimonio de David Martín: “Desde el Seminario estamos deseando acogerte, que nos enseñes, seguro que tienes mucho que aportarnos”

Con motivo de la celebración del Día del Seminario, el próximo 19 de marzo, durante esta semana en los medios diocesanos publicaremos una serie de testimonios de seminaristas que compartirán su proceso vocacional y propondrán esta opción de vida desde la honestidad y la alegría que le acompaña.

 

Testimonio de David Martín, seminarista de 2º Curso

David solo tiene 21 años, pero sorprende la profundidad con la que habla de Dios y la belleza con la que narra su vocación. Y es que la suya es una historia de amor que se ha ido fraguando desde sus primeros años de vida.

Proveniente de una familia religiosa y practicante, recuerda que fue precisamente en el seno familiar donde “aprendí lo que es el amor”. De esta etapa destaca un bonito recuerdo en casa de sus abuelos paternos durante una de las tantas noches de verano en las que se quedaba con ellos a dormir, “aunque esa noche fue muy diferente, ya que fueron ellos los que me enseñaron a rezar el Ave María por primera vez y me dieron a Nuestra Señora como Madre”. Asimismo, confiesa que el día de su Primera Comunión sentía “los fuertes latidos de mi corazón y la inmensa alegría al pensar que iba a recibir a mi Jesucristo, a mi Amigo”. Esos recuerdos, asegura, “me marcaron para siempre”.

Del desierto a la Gracia

Sin embargo, durante su adolescencia experimentó un duro desierto espiritual, “un tiempo de oscuridad y silencio” en el que sentía “un anhelo increíble de verdad, felicidad y amor propio de quien una vez lo tuvo todo y, ahora, no tenía nada. Este sentimiento tan amargo era como una losa que poco a poco iba cargando Dios sobre mí, pues, buscaba saciar mi anhelo con mis amigos al precio que fuera y Él me lo quitaba… con mi familia y Él me lo quitaba… con la música o con el estudio y Él me lo quitaba… Me lo quitaba todo para, después, dármelo todo”. Su vacío era tal que llegó un punto en el que no lo soportó más y “de vuelta de la Facultad empecé a llorar como un niño pequeño que ha perdido a su padre y no para de llamarlo”. Esas lágrimas –comenta- “hicieron que cayera el velo que llevaba sobre los ojos y pudiera ver con claridad que aquello que buscaba tan desesperado era Dios”.

Aunque este tiempo de silencio divino fue duro, David sabe que este también fue un “tiempo de Gracia que el mismo Señor me regaló para ir preparando mi corazón nuevamente para acogerlo y no volverme a despegar de su lado”.

Tras su “reconversión” retomó su vida de fe, acudiendo a la Iglesia, frecuentando los sacramentos e involucrándose en la comunidad parroquial de Santa María la Blanca de Los Palacios y Villafranca.

Un fuego que abraza el corazón

Pese a que por fin se reconcilió consigo mismo y su vida cobraba un nuevo sentido, David explica que todavía “existía en mí un fuego que me abrazaba el corazón y, pese a que no me quemaba, me reconfortaba… Un fuego tal que me hacía comprender que todavía quedaba algo más que el Señor me guardaba”. Ese ‘algo más’ era una llamada vocacional que se hizo evidente durante una Eucaristía en la que “el Señor me atravesó” a través de las palabras del párroco, don Diego. “Elevó la Sagrada Ostia y luego la partió. Lo que escuché fue: ‘Esto es lo que quiero que hagas: que seas mío por entero, solamente mío… que te partas y se quiebre hasta el último hueso por mí, conmigo, por todos tus hermanos’”.

Tras aquellas palabras David oró a Dios pidiéndole que le “gritara qué es lo que tenía que hacer para ser Suyo” y comenzó un proceso de discernimiento con su párroco que le llevó hasta el Seminario, el que hoy es su hogar.

El Seminario, una gran familia

Así describe David esta institución diocesana que lejos de ser un mero edificio formativo es el conjunto de las personas que lo forman, desde sus formadores y a los seminaristas, a las cocineras y al personal de mantenimiento. De esta casa destaca, sobre todo, “la cercanía y los vínculos de confianza que se crean entre los seminaristas y sacerdotes”, concretamente, agradece la presencia y cariño de los formadores: “Pienso -y, así, lo vivo- que cada uno de los formadores del Seminario es un padre que solo quiere lo mejor para sus hijos, un padre que se desvive por ellos hasta el punto de olvidarse de sí”.

En esta gran familia, no obstante, todos tienen su lugar, todos mantienen su idiosincrasia. Por ejemplo, David que antes de ingresar en el Seminario había cursado varios años de flauta travesera en el Conservatorio, explica que sigue tocándola, no solo para practicar sino por propia petición del Seminario que le propuso que tocara algunos villancicos durante su retiro de Navidad y en la misa de la comunidad educativa de la Facultad de Teología.

Según David “no existe una razón por la cual tengamos que dejar todas aquellas aficiones cuando decidimos dar el paso a entrar en el Seminario. El ejercicio de estas aficiones son una parte importante que debemos mantener viva porque nos ayudan a hacer un descanso del vertiginoso ritmo del Seminario, nos permiten seguir unidos a nuestros amigos y, en muchas ocasiones, dan la oportunidad de enriquecer la vida comunitaria en el Seminario que nos abre a poder conocernos mejor y compartir estupendos ratos de fraternidad”.

Desafíos y retos del sacerdote de hoy

Es evidente que la Iglesia Católica no pasa por su mejor momento en cuanto a número de vocaciones. David atribuye este hecho a dos causas principales: por un lado, a los propios sacerdotes que “no siempre han sabido transmitir la alegría de la vocación en el encuentro con Cristo”; por otro, al “palpable dominio de la sociedad del sentimentalismo y de la falta de compromiso. Hay jóvenes que muy pronto se dejan embriagar por el ardor de la vocación y de la primera llamada que al pasar un tiempo y ‘extinguirse’ ese fuego como ya ‘no sienten a Dios con ellos’ deciden poner fin y cierre a su camino vocacional”.

Actualmente –continúa- “da miedo asumir compromisos para siempre, para toda una vida, porque implica renuncia, y ésta se entiende como aquello que coarta, cercena mi libertad; cuando, en realidad, la renuncia es lo que más te ayuda a vivir plenamente y a vivir en libertad con lo eres y con la decisión que has tomado”.

Ante esta perspectiva, David reflexiona sobre los principales desafíos a los que se enfrentan los sacerdotes de hoy y los del mañana, y enumera tres: “La creciente secularización que sufre nuestra Iglesia a ritmos abrumadores, la vida hedonista en nuestra forma de actuar en una sociedad erotizada que se deja llevar por intereses individualistas y partidistas que terminan en una cultura utilitarista y una cultura donde el débil nos produce auténtico asco y, finalmente, la falta de esperanza que esta pandemia está provocando y que nos presenta un panorama tan doloroso como agrio”.

“Te esperamos”

Pese a ello, no se desalienta y se muestra con fuerzas para animar a otros a dar un paso adelante si sienten que el Señor los llama al sacerdocio. “Les diría que no se preocupara y que es normal sentir miedo y dudas al principio. Todos hemos pasado por ahí”. También les aconseja tomar a la Virgen como Madre, “hazla tuya, y busca un santo que te inspire en tu viaje”.

Por otro lado, les insiste en que la vocación “es puro don”, que “no has hecho mérito alguno ante Dios y es Él el que desde tu miseria y tu esclavitud rompe las cadenas que te sujetan a este mundo para hacerte libre verdaderamente”.

Por eso, concluye, “te esperamos, ánimo. Desde el Seminario estamos deseando acogerte, que nos enseñes, seguro que tienes mucho que aportarnos”.

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