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San Isidoro, de Murillo

Estos dos lienzos constituyen el primer trabajo de Murillo para la Catedral de Sevilla. En efecto, en 1655 el canónigo Juan Federigui encarga “al mejor pintor que había en Sevilla”, como se recoge en el acuerdo capitular del 19 de marzo de 1655, dos pinturas para decorar los muros de la Sacristía Mayor que representarían una a San Isidoro con San Leandro, y la otra a San Laureano y San Hermenegildo. Finalmente, Murillo representa por separado a los obispos hermanos, situándose San Isidoro en el muro este y San Leandro, en el oeste. Hay que destacar la relación de estas obras con el espacio de la Sacristía, ya que nuestro pintor estudia la luz y sobre todo los marcos arquitectónicos de Diego de Riaño donde debían situarse.

Al estar situados a una considerable altura, Murillo los representa desde una perspectiva de abajo a arriba; los santos aparecen sentados, de cuerpo entero y ocupando prácticamente la totalidad del lienzo. Como se señala en el magnífico catálogo editado recientemente, obra de los profesores Juan Miguel González Gómez y Jesús Rojas-Marcos González, los ropajes de ambos santos forman diagonales contrapuestas para provocar un efecto de monumentalidad acorde a las dimensiones del espacio en que se encuentran.

Respecto a San Isidoro, Murillo nos lo presenta revestido de medio pontifical, con alba, estola y capa pluvial bordada en oro y sedas de colores, en la que se distingue la figura de San Andrés con la cruz en aspa de su martirio. La magnífica ejecución de estas vestiduras recuerda los retratos de Van Dyck. Lleva además la mitra, la cruz pectoral y en su mano derecha sostiene el báculo, mientras que con la otra mano sujeta un libro que hace alusión a su faceta de estudioso, escritor y hombre sabio. Murillo pinta al santo leyendo este libro, que pudieran ser las Sagradas Escrituras, captando a la perfección la concentración de su rostro. Aunque era más joven que su hermano Leandro, lo representa como un anciano con barba, ya que la ancianidad es símbolo de la sabiduría y la experiencia.

A su lado, aparecen dos libros sobre una mesa cubierta por un tapete oscuro: se trata de dos obras suyas, el tratado De Summo Bono, escrito hacia 612-615, y sus famosas Etimologías, que en el momento de su muerte, en el 636, estaba corrigiendo.

Para dar mayor monumentalidad y para intensificar la sensación de perspectiva, Murillo coloca en el lado derecho de la composición un pedestal con basa y columna tras un cortinaje, recurso que ya había utilizado en otras obras como la Santa Ana enseñando a leer a la Virgen.

Mediante un inteligente contraste entre la claridad del cielo que se vislumbra al fondo y de los ropajes del santo y la oscuridad del tapete y la cortina, Murillo consigue centrar la atención del espectador en San Isidoro, para cuyo rostro pudo servir de modelo el canónigo Francisco López Talabán,  fallecido el mismo año del cuadro.

Antonio Rodríguez Babío

Delegado diocesano de Patrimonio Cultural


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