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María al pie de la cruz. Iglesia de San Alberto (Sevilla)

El Calvario que nuestro mundo está actualmente viviendo necesita que, como María nosotros, los cristianos, estemos al pie de la cruz de nuestros hermanos. Así junto a su Hijo Crucificado la encontramos en este conjunto escultórico que preside la Iglesia de los Filipenses en Sevilla.

El Evangelio de Juan (19, 25-27) es el único que recoge la presencia de la Madre de Jesús al pie de la cruz donde está crucificado Cristo. Allí nos fue entregada como Madre de todos nosotros en Juan, que representa a todos los hombres y mujeres del mundo. Como el Papa Francisco recuerda, el evangelista Juan es extremadamente lacónico y discreto al referir la presencia de María en el Calvario “con un simple verbo”: “estaba. María estaba en la oscuridad más intensa, pero estaba”. En la misma línea, San Ambrosio (siglo IV) refiere que “la Madre estaba al pie de la cruz; y mientras los hombres huían, Ella permanecía allí, intrépida”. María estaba al pie de la cruz y nos enseña a que cada uno de nosotros estemos también al pie de la cruz donde sufren nuestros hermanos, especialmente en estos momentos de sufrimiento y dolor motivados por la pandemia.

Así, al pie de la cruz, encontramos a la Virgen en el retablo mayor de la Iglesia de San Alberto, retablo de estilo neoclásico fechable en el primer cuarto del siglo XIX y que está presidido en su camarín central por las imágenes del Crucificado del Perdón y la Virgen de los Dolores.

El Crucificado del Perdón aparece firmado por el escultor Ángel Benito de la Iglesia en el año 1791, y es réplica del Cristo de la Clemencia de la Catedral de Sevilla, obra de Martínez Montañés. Presidía la desaparecida Casa de Ejercicios que esta Congregación tenía en Sevilla, en la actual calle Gerona, que fue bendecida en 1783 y que fue la primera que hubo en nuestra Archidiócesis.

La Virgen de los Dolores, excelente imagen que originalmente era de talla completa pero que en 1796 fue transformada en imagen de candelero para vestir, procede del antiguo oratorio filipense que se inauguró en 1699 en la collación de Santa Catalina, donde presidía el retablo mayor de la Iglesia que se había dedicado precisamente a la Virgen de los Dolores, patrona de la Congregación. Como indica el profesor José Roda, se atribuye al taller de Pedro Roldán, sobre todo al compararse con otras imágenes que pueden asignarse a la producción de este escultor, como la Virgen de la Amargura que se venera en la Iglesia de San Juan de la Palma.

Esta Virgen de los Dolores es una expresiva escultura de gran calidad artística que representa a la Virgen de rodillas, con las manos entrelazadas con gesto de súplica lleno de patetismo. En esta imagen destaca sobre todo el semblante doloroso, con el ceño fruncido y la boca entreabierta, reforzado por la inclinación hacia la derecha que presenta su cabeza, que viene a subrayar el sufrimiento de la Madre ante la visión de su Hijo en la cruz. Los atributos de orfebrería completan su iconografía de Madre Dolorosa, como la corona, la ráfaga de plata y el corazón con los siete puñales, símbolo de los siete dolores de la Virgen, que tiene su origen en Lc 2, 35.

Ambas imágenes se encuentran en el camarín del retablo mayor, de grandes dimensiones y que presenta planta trilobulada, cubierto por una cúpula ovoidal, que se puede datar en torno a 1740. En él destacan siete lienzos con los dolores de María, dos de los cuales, la Huida a Egipto y Cristo en la calle de la Amargura, están firmados por el famoso pintor sevillano Virgilio Mattoni, en el año 1897.

María, madre dolorosa

La devoción a la Virgen de los Dolores al pie de la cruz es probablemente el acontecimiento evangélico que ha tenido mayor éxito en la religiosidad popular y también en la liturgia cristiana tanto de Oriente como de Occidente. Al pie de la cruz, como se nos recuerda en Lumen Gentium, María sufre con su Hijo y se asocia a su sacrificio, participando así amorosamente en el misterio pascual del Hijo de Dios como oferente, es decir, como la que ofrece al Padre la Víctima por Ella engendrada, según señalaba el Papa Pio XII en su encíclica Mystici Corporis.

De la misma manera que Cristo es presentado como el Varón de Dolores profetizado por Isaías (53,3), paralelamente María es la Madre de los Dolores que comparte con Él sus dolores y sufrimientos y que nos enseña así el modelo de perfecta unión con su Hijo hasta la cruz, para que, asociándonos nosotros con María, imagen de la Iglesia, a la Pasión de Cristo, merezcamos participar también de su Resurrección.

A partir del siglo IV los Santos Padres comienzan a meditar sobre los dolores de María, como San Ambrosio, San Agustín o San Paulino de Nola y en el ámbito bizantino sobresale Romano el Meloda. De la misma manera, en la liturgia griega a partir del siglo IX aparecen varios himnos sobre el llanto de María, así como también en la Iglesia latina, como el Stabat Mater, atribuido a Jacopone da Todi. La devoción a la Virgen de los Dolores fue propagada por varias congregaciones religiosas entre las que destaca la Orden de los Siervos de María, los Servitas, fundada el 15 de agosto de 1233 en Florencia, si bien ya en el siglo XI tenemos noticias de un oratorio dedicado a la Virgen junto a la cruz en Paderborn, Alemania.

Tal vez la primera representación conocida de la Virgen dolorosa al pie de la cruz sea el fresco que se encuentra en Santa Maria Antiqua de Roma, probablemente del siglo VIII, que muestra a Cristo crucificado dirigiendo su mirada hacia su Madre, la cual a su vez mira hacia su Hijo y aparece con un amplio manto azul que cubre sus manos dirigidas a lo alto en señal de oración y dolor. Después, todos los artistas de todos los tiempos han representado esta presencia maternal de la Virgen en el momento de la muerte de su Hijo.

En nuestra Archidiócesis la más antigua es posiblemente la Dolorosa que está junto al Cristo del Millón y San Juan en la viga del retablo mayor de la Catedral, datándose en los últimos decenios del siglo XIV, de autor anónimo.

 

 


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