DESDE EL ANDAMIO. La fe no se puede vivir cómodamente y a la carta.

Mis queridos amigos deseo iniciar mi reflexión manifestando nuevamente mi más profundo agradecimiento a cuantos semanalmente leéis las sencillas meditaciones que intento compartir. Os puedo asegurar que las ideas que presento son fruto del trabajo en las parroquias por donde he pasado y de muchas horas de catequesis y encuentros con muchos de los que leéis este blog.

Muchas veces me cuestiono si seré capaz de presentar reflexiones durante todo el Año de la Fe y , a pesar de mis limitaciones, me atrevería a decir que sí, pues como decía Benedicto XVI “reflexionar sobre la fe es reflexionar sobre la vida”. Cada dimensión de nuestra vida tendría que tener su resonancia con la fe y el seguimiento a Cristo. Fe y vida, para un cristiano, han de ir íntimamente unidas, no se puede separar  la una de la otra. Por desgracia muchos cristianos se han hecho una religión a la carta, han separado la fe de la vida. Hay cristianos que viven su condición de creyentes cuando les conviene, en su tiempo libre, o cuando les apetece. Decía el obispo de San Sebastián, Monseñor José Ignacio Munilla, en el I Congreso de Pastoral Juvenil celebrado en Valencia, que  en la actualidad hay muchos cristianos de fin de semana, cristianos que viven su fe a la carta, cristianos que no han descubierto que se ha de ser creyentes  los trescientos sesenta y cinco días del año y las veinticuatro horas del día. Esa separación crea una esquizofrenia espiritual terrible y hace que la fe entre en crisis, de hecho se mencionaba en las lineamentas del Sínodo de la Nueva Evangelización y trasmisión de la fe, que uno de los motivos por los que estamos inmersos en una fuerte crisis de fe  es el acomodamiento de muchos cristianos.

La reflexión de esta semana tendría como centralidad el descubrir la necesidad  de unir fe y vida, que ambas vayan de la mano, que no se separen. La vida debería ser el termómetro de nuestra fe y la fe el carburante de nuestra vida. ¿ Y sabéis? Cuando fe y vida van de la mano todo toma otro color, todo es nuevo. Cuando la vida se enfoca desde la fe, la crisis no tiene la última palabra, ni el dolor, ni la enfermedad, ni la muerte… la última palabra la tiene Cristo. Cuando el creyente asume su condición de cristiano como algo inseparable de su ser, se convierte en una persona que transmite esperanza, serenidad, paz… amor.

Cuando una persona se reviste de Cristo se sitúa ante cada acontecimiento desde la armonía que sólo puede dar el Señor. Fijaos en la siguiente historia, desde ella entenderéis el título de la reflexión.

Un día quise ver a mis tres amigos. Supe que trabajan en una obra de construcción, cerca de mi casa. Hacía mucho que no los veía y qué era de sus vidas. Casi a la entrada, en una postura de comodidad, me encuentro al primero. “Hombre, qué alegría verte”, le dije mientras le daba un fuerte abrazo. ¿Cómo te van las cosas?”. “Aquí, trabajando y sudando como un esclavo, ya me ves; como un idiota, esperando largarme cuanto antes”.

Unos pasos más adelante,  en un andamio, a escasos metros del suelo, encuentro a otro viejo amigo. “Por fin te veo,… ¡cuidado que tiempo! ¿Cómo te va todo esto?”. “Pues hombre, ya ves. Las vueltas que da la vida. Hay que hacer algo, ¿no? Hay que ganarse el pan y mirar por los hijos. Es ley de vida”, me dijo.

Levanto la vista y, allá arriba, en una postura de difícil equilibrio, veo a mi otro amigo. Sintió una enorme alegría al verme y, con una gran sonrisa y una voz potente, me preguntó cómo me iba, cuándo nos veríamos detenidamente. Le pregunté cómo le iban las cosas y con alegría me dijo: “Aquí estoy haciendo una escuela bonita, será preciosa, será un lugar de vida y fraternidad”.

Lógicamente no deja de ser un cuento sencillo del que cada uno podrá sacar la moraleja que considere más oportuna, pero creo, no sé qué opinaréis vosotros, que cuando alguien une la fe a la vida, de forma inseparable, afronta todo con optimismo, con paz, con serenidad… Me atrevería a decir que el tercero de los hombres, desde el andamio, ofrecía a Dios cuanto era y tenía. Os animo a que nuestra fe y nuestra vida vayan de la mano, que no vivamos una fe cómoda y a la carta, que nuestra fe sea como la de María, siempre en camino y arraigada en nuestra vida. Buena semana a todos.

 

Adrián Sanabria.


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