Reproducimos a continuación la carta de Monseñor Juan José Asenjo, Arzobispo de Sevilla, con motivo de la celebración de la fiesta de la Divina Misericordia, el 19 de abril de 2.020.

 

DOMINGO DE LA DIVINA MISERICORDIA
19, IV, 2020
Queridos hermanos y hermanas:
Celebramos el Domingo de la Divina Misericordia, que tiene como punto
de partida las revelaciones privadas de santa Faustina Kowalska, religiosa polaca
a la que Jesús se aparece en el pueblo de Plock y le manifiesta la hondura de su
misericordia para con nosotros. En el año 2000, san Juan Pablo II canonizó a Santa
Faustina y en su homilía anunció la institución de esta fiesta. La imagen de la
Divina Misericordia fue revelada por Jesús mismo a santa Faustina en 1931 y Él
le pidió que la pintara. En ella se refleja la caridad, el perdón y el amor de Dios,
rico en misericordia, que tiene su expresión más alta en el sacramento de la
penitencia, que Jesús instituye en su aparición a los apóstoles reunidos en el
cenáculo cuando les dice: Recibid el Espíritu santo. A quienes perdonareis los
pecados, les serán perdonados y a quienes se los retuvierais, les serán retenidos.
Estas palabras se contienen en el Evangelio de este domingo y nos aseguran que
en la confesión bien hecha se produce realmente el perdón de Dios, que nos acoge
con misericordia como el padre de la parábola del hijo pródigo.
En la bula de convocatoria, Misericordiae vultus, el papa Francisco nos
decía que la misericordia es uno de los contenidos centrales de la fe cristiana.
Nos recordaba además la enseñanza de san Juan XXIII, que hablaba de la
“medicina de la misericordia”, y de san Pablo VI que llamó a la Iglesia “samaritana
de la humanidad”. Jesucristo es el rostro de la misericordia del Padre, «rico en
misericordia» (Ef. 2,4), quien después de haber revelado su nombre a Moisés como
el «Dios compasivo y misericordioso, lento a la ira, y rico en amor y fidelidad»
(Ex 34,6), en la plenitud de los tiempos envió a su Hijo nacido de la Virgen para
revelarnos de manera definitiva su amor. Jesús con su palabra, con sus gestos y sus
signos revela la misericordia de Dios. Su persona no es otra cosa sino amor. Un
amor que se dona y ofrece gratuitamente. Su rostro rezuma piedad, misericordia y
amor.
Los milagros que realiza tienen el sello de la misericordia hacia los
pecadores, los pobres, los excluidos y los enfermos. En Él todo es misericordia.
Nada en Él está falto de compasión. Su misericordia y su compasión tienen su
culmen en el Calvario, en el que se inmola libremente por toda la humanidad.
En la bula Misericordiae vultus nos dice el Papa que “la misericordia es la
viga maestra que sostiene la vida de la Iglesia”. Nos dice también que la Iglesia
debe ser la casa de la misericordia, del servicio gratuito, de la ayuda, del perdón y
del amor. Nunca debe cansarse de ofrecer misericordia, estando siempre dispuesta
El Arzobispo de Sevilla
a confortar y perdonar. Todo en la pastoral de la Iglesia debe estar revestido por la
ternura con que trata a sus hijos. Nada en su anuncio de Jesucristo y en su
testimonio ante el mundo debe carecer de misericordia. La credibilidad de la
Iglesia pasa a través del amor misericordioso y compasivo. La vida de la Iglesia es
auténtica y creíble cuando hace de la misericordia su razón de ser. Nuestras
parroquias, asociaciones, movimientos y hermandades deben ser oasis de
misericordia.
Los hijos de la Iglesia debemos caminar por la vía de la misericordia, de la
entrega y el servicio humilde, haciéndonos siervos y servidores de los hermanos,
saliendo a las periferias existenciales, a las situaciones de precariedad y
sufrimiento, de las que son víctimas aquellos hombres y mujeres que no tienen voz
porque ha sido acallada por el egoísmo de sus semejantes.
Practiquemos las obras de misericordia corporales, que son dar de comer al
hambriento, dar de beber al sediento, dar posada al peregrino, vestir al desnudo,
visitar al enfermo, socorrer a los presos y enterrar a los muertos. Las obras de
misericordia espirituales, tan importantes como las corporales, son: enseñar al que
no sabe, dar buen consejo al que lo necesita, corregir al que yerra, perdonar las
injurias, consolar al triste, sufrir con paciencia los defectos de nuestros prójimos y
rogar a Dios por vivos y muertos. Tenemos aquí todo un programa de vida: estar
cerca y socorrer a los pobres y necesitados, especialmente en este tiempo de
terrible epidemia en que más que nunca debemos estar cerca de los pobres y de los
que sufren.
En este domingo estamos llamados además a redescubrir la hermosura del
sacramento de la misericordia, el sacramento de la penitencia, del perdón y de la
reconciliación con Dios y con los hermanos, que en los últimos decenios se ha
debilitado un tanto, de modo que ocupe el lugar que le corresponde en nuestra vida
personal y comunitaria, como manantial de vida interior, de fidelidad y de
santidad, como sacramento de la paz, de la alegría y del reencuentro con Dios.

Para todos, mi saludo fraterno y mi bendición.
+ Juan José Asenjo Pelegrina
Arzobispo de Sevilla