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XVII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

 

Jesús dijo a la multitud:

"El Reino de los Cielos se parece a un tesoro escondido en un campo; un hombre lo encuentra, lo vuelve a esconder, y lleno de alegría, vende todo lo que posee y compra el campo.

El Reino de los Cielos se parece también a un negociante que se dedicaba a buscar perlas finas; y al encontrar una de gran valor, fue a vender todo lo que tenía y la compró."

El Reino de los Cielos se parece también a una red que se echa al mar y recoge toda clase de peces.

Cuando está llena, los pescadores la sacan a la orilla y, sentándose, recogen lo bueno en canastas y tiran lo que no sirve.

Así sucederá al fin del mundo: vendrán los ángeles y separarán a los malos de entre los justos, para arrojarlos en el horno ardiente. Allí habrá llanto y rechinar de dientes.

¿Comprendieron todo esto?". "Sí", le respondieron.

Entonces agregó: "Todo escriba convertido en discípulo del Reino de los Cielos se parece a un dueño de casa que saca de sus reservas lo nuevo y lo viejo".

 

Comentario de Pablo Díez

1Re 3,5.7-12; Sal 118,57.72.76-77.127-128.129-130; Rom 8,28-30; Mt 13,44-52

 

El texto del 1Re constituye la antítesis de Gn 3,1-24. El objetivo a alcanzar es el mismo en ambos pasajes: el conocimiento del bien y del mal. Un saber a la vez moral y práctico que conlleva la experiencia y el discernimiento necesarios para comportarse con la responsabilidad que se exige al hombre. Precisamente, en Israel, ésta debía ser la primera cualidad del rey, el ser humano por excelencia, hasta tal punto que conocer el bien y el mal lo hace semejante a Dios. El acierto de Salomón, frente a la pareja primordial, está en comprender que asemejarse a Dios no consiste en suplantarlo, obteniendo la sabiduría por su cuenta y riesgo, sino en percatarse de que  ésta es una prerrogativa divina, debe ser pedida en la oración y acogida como don. En el juicio favorable de Yahvé se pone de manifiesto que Salomón ha rehuido decantarse por sus propios intereses personales. De hecho, se  ha descentrado de sí mismo al hacer su petición poniendo en el centro los intereses del pueblo a él encomendado.

 

Esta actitud le ha llevado, como dice el salmo 118, a conocer y a amar la voluntad de Dios, que no es otra cosa que la razón divina ordenando al hombre al bien de la persona y de la comunidad. Pablo concreta más la naturaleza de esta voluntad divina, señalando que el plan de Dios sobre los fieles es que se configuren a la imagen de su Hijo, que reproduzcan los rasgos de aquel que es imagen perfecta de Dios invisible (Rom 8,29). Así todas sus acciones contribuirán al bien personal y colectivo. De esta manera entran en la dinámica del Reino de Dios, que los invita a una apuesta radical que pone de relieve la auténtica sabiduría: renunciar a todo lo demás ante la oportunidad de adquirirlo (Mt 13,44.46). La parábola de la red clarifica aún más el “precio” del Reino de Dios. La praxis es la moneda de cambio. El destino se juega en el modo de actuar, ya que mientras los peces son comestibles o incomestibles por naturaleza, los humanos, en cambio, son “buen o mal género”, dignos de ser acogidos o no en el Reino, por sus obras. Depende de los propios creyentes el lugar que ocuparán un día (Mt 13,49-50). Por ello, el término “entender” aparece como clave, retomando el tema de la sabiduría que resulta imprescindible para administrar bien (como el buen padre de familia) el tesoro encontrado (Mt 13,51-52).

 

 

 


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