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XIV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

Jesús dijo: 
"Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, por haber ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes y haberlas revelado a los pequeños. 
Sí, Padre, porque así lo has querido. 
Todo me ha sido dado por mi Padre, y nadie conoce al Hijo sino el Padre, así como nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar. 
Vengan a mí todos los que están afligidos y agobiados, y yo los aliviaré. 
Carguen sobre ustedes mi yugo y aprendan de mí, porque soy paciente y humilde de corazón, y así encontrarán alivio. 
Porque mi yugo es suave y mi carga liviana". 

 

Comentario de Miguel Ángel Garzón

Zac 9,9-10; Sal 144; Rm 8,9.11-13; Mt 11,25-30

 

Las lecturas de este domingo conjugan los conceptos del poder y la humildad. Elementos que se armonizan de forma grandiosa e irrenunciable en Dios y su reino, así como en los creyentes.

 

El profeta Zacarías exhorta a Sión-Jerusalén para que se alegre y contemple la llegada del Mesías rey. Sus credenciales son la justicia y la victoria, junto a la mansedumbre y no violencia, como manifiesta su humilde cabalgadura (pollino). Destruirá con su poder a todo enemigo, aniquilará sus caballos y armas de guerra, inaugurando la paz y reinado universales.

 

El salmo canta la grandeza de Dios, verdadero y único rey del pueblo, que merece ser ensalzado por su misericordia y fidelidad, y la gloria de su reinado.

El evangelio presenta tres dichos de Jesús. El primero es una oración de alabanza al Padre, Señor del Universo. Le da gracias porque ha escondido las cosas de su Reino a los sabios y se las ha revelado a los sencillos. El poder de los que se erigen en sabios es incapaz de llegar a Dios. La pequeñez y humildad son la vía de acceso a Dios y su Reino. En segundo lugar, Jesús afirma que el Padre le ha entregado el dominio universal. El Hijo se convierte, así, en camino sublime de revelación del Padre. Finalmente, Jesús, el Hijo, se define como manso y humilde de corazón, y se dirige a todos los que están cansados y agobiados para que acudan a Él y encuentren sosiego. Los invita a que le sigan y obedezcan, cargando con su yugo -el evangelio del amor-, que es suave y ligero, no como las pesadas cargas que impone el sistema legal judío (Mt 23,4).

 

Pablo describe la nueva identidad de estos que creen en Cristo y el principio de vida que los anima. Ya no es la carne (principio de muerte) sino el Espíritu (principio de vida). Los cristianos han recibido el Espíritu de Cristo Resucitado que los une a él y tiene el poder de resucitar también sus cuerpos mortales y dar muerte a las obras de la carne. El poder del Espíritu que mora en la debilidad de la naturaleza humana otorga la vida eterna y resucitada y la victoria sobre el mal y la muerte.


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