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V Domingo de Cuaresma

 

En aquel tiempo, entre los que habían venido a celebrar la fiesta  había algunos gentiles; estos, acercándose a Felipe, el de Betsaida de Galilea, le rogaban:

-Señor, quisiéramos ver a Jesús.

Felipe fue a decírselo a Andrés; y Andrés y Felipe fueron a decírselo a Jesús.

Jesús les contestó:

-Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del hombre.

Os aseguro, que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto. El que se ama a sí mismo, se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo, se guardar  para la vida eterna. El que quiera servirme, que me siga y donde estoy  yo, allí también estar  mi servidor; a quien me sirva, el Padre le premiará.

Ahora mi alma está  agitada y, ¿qué diré?: Padre, líbrame de esta hora. Padre glorifica tu nombre.

Entonces vino una voz del cielo:

-Lo he glorificado y volveré a glorificarlo.

La gente que estaba allí y lo oyó decía que había sido un trueno; otros decían que le había hablado un  ángel.

Jesús tomó la palabra y dijo:

-Esta voz no ha venido por mí sino por vosotros.

Ahora va a ser juzgado el mundo; ahora el Príncipe de este mundo va a ser echado fuera. Y cuando yo sea elevado sobre la tierra, atraeré‚ a todos hacia mí

Esto lo decía dando a entender la muerte de que iba a morir.

 

Comentario de Miguel Ángel Garzón

Jr 31,31-34; Sal 50,3-19; Heb 5,7-9; Jn 12,20-33

 

Las lecturas de este último domingo de Cuaresma nos sitúan ante la hora de la glorificación de Dios y de su Hijo. La primera lectura lo anuncia en clave profética. Jeremías presenta la promesa de una alianza nueva, cuando el pueblo de Dios iniciaba la tragedia del destierro. La antigua alianza, la del Sinaí, ha quedado rota por el pecado. La nueva alianza renovará la unión entre Dios y su pueblo pero de modo diferente. No se basará en leyes externas escritas en tablas de piedra, sino que la ley de Dios estará grabada en el corazón y todos conocerán (amarán) a Dios. Si la infidelidad del pueblo le acarrea la desgracia, la fidelidad de Dios y su misericordia le devolverán la vida plena.

 

Esta promesa se ha cumplido en el misterio pascual de Jesucristo. En él se ha realizado la Nueva y Eterna Alianza. En el evangelio, Jesús, pasando sus últimos días en Jerusalén, habla a los paganos que lo buscan (universalidad). Anuncia la llegada de su hora, la hora de la glorificación, la hora en que el grano de trigo cae en tierra y muere para dar fruto. Añade que este ha de ser también el camino del cristiano. Jesús, con su alma agitada, afronta su Getsemaní, su angustia interior ante la pasión. Aunque desearía ser librado, reafirma su fidelidad a la voluntad del Padre para que Dios sea glorificado. El Padre responde para sellar este pacto-alianza con el Hijo, y en él con la humanidad: va a mostrar su gloria en la hora del Hijo. Esta hora llegará cuando el Hijo levantado en cruz atraiga a todos (universalidad) hacia él, rescatándolos del poder del pecado. Es el momento en que Satanás, príncipe de este mundo, es arrojado fuera y el mal vencido para siempre.

 

El pasaje de la carta a los Hebreos resume este camino de Jesús. Subraya el Getsemaní de su vida mortal, sus gritos, sus lágrimas. En su sufrimiento se mantuvo fiel y obediente. Sus oraciones fueron escuchadas. Una vez que todo fue consumado en la muerte y resurrección, se ha convertido en causa de salvación para todos los que siguen este camino de obediencia a la ley del Amor, inscrita en el corazón por el Espíritu renovador y santificador (Sal 50). 

 


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