Archidiócesis de Sevilla

Dirijo mi palabra en esta mañana del sábado de la quinta semana de Pascua a cuantos vivís sobrecogidos por la muerte de un familiar a consecuencia del coronavirus y os preguntáis por su destino. Os respondo con estas palabras de san Agustín: “Resurrectio Domini, spes nostra“, “la resurrección del Señor es nuestra esperanza”. Con esta afirmación él explicaba a sus fieles que Jesús resucitó para que nosotros, aunque destinados a la muerte, no desesperáramos, pensando que con la muerte se acaba totalmente la vida. Cristo ha resucitado para darnos la esperanza.

Una de las preguntas que más angustian la existencia humana es precisamente ésta: ¿qué hay después de la muerte? La resurrección de Jesucristo nos permite responder a este enigma afirmando que la muerte no tiene la última palabra, porque al final es la Vida la que triunfa. Nuestra certeza no se basa en simples razonamientos humanos, sino en un dato histórico de fe: Jesucristo, crucificado y sepultado, ha resucitado con su cuerpo glorioso.

Jesús ha resucitado para que también nosotros, creyendo en Él, podamos tener la vida eterna. Este anuncio está en el corazón del mensaje evangélico. San Pablo lo afirma con fuerza: “Si Cristo no ha resucitado, nuestra predicación carece de sentido lo mismo que vuestra fe”. Y añade: “Si nuestra esperanza en Cristo acaba con esta vida, somos los hombres más desgraciados”.

Desde la mañana de Pascua una nueva primavera de esperanza llena el mundo. Desde aquel día nuestra resurrección ya ha comenzado, porque Jesús ha resucitado. Él no solo vive en el recuerdo y en el corazón de sus discípulos. Él resucitó verdaderamente, vive en nosotros y con Él también nosotros resucitaremos y, ya desde ahora, podemos gustar la alegría de la vida eterna.

+ Juan José Asenjo Pelegrina

Arzobispo de Sevilla