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IV Domingo del Tiempo Ordinario

 

Llegó Jesús a Cafarnaún, y, cuando el sábado siguiente fue a la sinagoga a enseñar, se quedaron asombrados de su enseñanza, porque no enseñaba como los letrados, sino con autoridad.

Estaba precisamente en la sinagoga un hombre que tenía un espíritu inmundo, y se puso a gritar:

-¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido a acabar con nosotros? Sé quién eres: el Santo de Dios.

Jesús lo increpó: -Cállate y sal de él.

El espíritu inmundo lo retorció y, dando un grito muy fuerte, salió. Todos se preguntaron estupefactos:

-¿Qué es esto? Este enseñar con autoridad es nuevo. Hasta a los espíritus inmundos les manda y le obedecen.

Su fama se extendió en seguida por todas partes, alcanzando la comarca entera de Galilea.

 

Comentario de Álvaro Pereira

 

En estos domingos del tiempo ordinario oímos las primeras acciones de Jesús tras su bautismo. Después de llamar a los primeros discípulos (Mc 1,16-20, domingo pasado), Jesús enseña en la sinagoga de Cafarnaúm. El Mesías comienza a cumplir su misión. A diferencia de Mateo 5-7 (el sermón de la montaña), Marcos no se interesa tanto en explicar el contenido de su enseñanza, cuanto en mostrar su valor: este maestro enseña con autoridad, ya que expulsa los espíritus impuros, no como los escribas. Jesús no es un mero charlatán.

Es el profeta anunciado a Moisés (Deuteronomio 18,15-20, primera lectura). El futuro se hace por fin presente. Incluso el espíritu impuro lo reconoce como «el Santo de Dios» (Mc 1,24). Por tanto, la escena no debe ser leída como un milagro anecdótico, sino como el testimonio fehaciente de que Dios está irrumpiendo en la historia.

El Reino está efectivamente comenzando y las fuerzas hostiles al hombre comienzan a ser derrotadas. Hábilmente Marcos no explicita el contenido de la enseñanza para que el lector reconozca que solo puede comprender el mensaje quien sigue a Jesús, comparte su vida y la arriesga en perspectiva de cruz.

En la segunda lectura, Pablo responde a una pregunta de los corintios sobre si, teniendo en cuenta que el Señor viene, no sería mejor dejar las relaciones maritales (1 Corintios 7,1). Él les responde que el matrimonio no es solo una cosa permitida sino que es un carisma divino (7,7). Eso no quita que, siempre que uno se sienta llamado, la virginidad sea algo estupendo y recomendable pues evita preocupaciones terrenas y centra toda la persona en agradar y servir al Señor (7,32-35).

                                                                          


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