III Domingo de Cuaresma
En aquel tiempo, se acercaba la Pascua de los judíos y Jesús subió a Jerusalén. Y encontró en el templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas sentados; y, haciendo un azote de cordeles, los echó a todos del templo, ovejas y bueyes; y a los cambistas les esparció las monedas y les volcó las mesas; y a los que vendían palomas les dijo:
-Quitad esto de aquí ¡no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre! Sus discípulos se acordaron de lo que está escrito:
El celo de tu casa me devora. Entonces intervinieron los judíos y le preguntaron:
– ¿Qué‚ signos nos muestras para obrar así? Jesús contestó:
-Destruid este templo, y en tres días lo levantar‚. Los judíos replicaron:
-Cuarenta y seis años ha costado construir este templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?
Pero ‚Él hablaba del templo de su cuerpo. Y cuando resucitó de entre los muertos, los discípulos se acordaron de que lo había dicho, y dieron fe a la Escritura y a la palabra que había dicho Jesús.
Mientras estaba en Jerusalén por las fiestas de Pascua, muchos creyeron en su nombre, viendo los signos que hacía; pero Jesús no se confiaba con ellos, porque los conocía a todos y no necesitaba el testimonio de nadie sobre un hombre, porque sabía lo que hay dentro de cada hombre.
Comentario de Antonio J. Guerra
El itinerario marcado por las lecturas de Cuaresma nos ofrece una doble línea de reflexión: la Alianza que Dios ha sellado reiteradamente con la humanidad, y la marcha de Cristo Jesús hacia su muerte y su glorificación. En los domingos anteriores escuchábamos la Alianza con Noé y luego con Abrahán; hoy llegamos a la que se considera la más importante en el Antiguo Testamento: la Alianza que Yahvé hizo con su pueblo, por la mediación de Moisés, en el monte Sinaí (primera lectura), que se materializa en las Tablas de la Ley o Decálogo.
Dios se compromete a ofrecer la libertad al ser humano tal como lo hizo con Israel cuando lo liberó de la esclavitud en Egipto, y el ser humano, como Israel, tendrá que responder cumpliendo las cláusulas de esa Ley.
Esta Alianza prepara la definitiva, la que Dios hará con su pueblo, pues éste reiteradamente se mostrará infiel no cumpliendo lo que pide su Dios. Esta Nueva Alianza conseguirá definitivamente que Dios y su pueblo formen una unidad, ya inseparable.
Dios establece este pacto nuevo y definitivo por mediación de Cristo en la cruz. San Pablo en la segunda lectura nos prepara para entender por qué Dios quiere salvarnos a través de la crucifixión de Jesucristo: será el espejo de un Dios diferente que quiere hacer alianza con los hombres, a pesar que éstos son infieles; un Dios que está dispuesto a darlo todo por amor.
El evangelio de Juan nos prepara a celebrar el misterio de la muerte y resurrección de Cristo. El gesto de autoridad de Jesús expulsando a los mercaderes del Templo, se entiende como un acto de purificación que el Nazareno hace ante la realidad de un Templo que lo encuentra profanado desde dentro. El Templo era el espacio sagrado por excelencia porque allí residía Dios. Tenía dos partes, el atrio y el Santuario, precisamente allí se recogían las Tablas de la Ley en el Sancta Sanctorum.
La pregunta de los judíos acerca de la expulsión de los mercaderes tiene detrás el convencimiento de que el Mesías esperado purificaría y construiría un templo nuevo. Jesús responde con una profecía velada sobre su muerte y resurrección. En la traducción litúrgica refiere “destruid este templo”, pero la palabra griega en cuestión es “santuario (nao,µ)”, el lugar reservado al culto de Dios, sólo para los sacerdotes y donde estaba el Sancta Sanctorum. Por medio de la muerte de Jesús, será levantado el nuevo SANTUARIO. Jesús resucitado será el “lugar” definitivo de la presencia de Dios en su pueblo.
Con la ayuda de la Escritura los discípulos comprenderán la razón de la muerte de Jesús y creerán en su palabra y en Él mismo. Partiendo de la palabra de Jesús, descubrirán el significado del Resucitado como “lugar” definitivo de la presencia y solicitud de Dios.
