Homilía en la Misa exequial en sufragio del sacerdote Francisco José Fernández Gacía (28-12-2023)

Homilía en la Misa exequial en sufragio del sacerdote Francisco José Fernández Gacía (28-12-2023)

Parroquia de san Vicente màrtir, de Tocina. 28 de diciembre de  2023

Lecturas: 1ª: Isaías 25, 6a.7-9; Salm 22; Ev: Lc 12, 35-40.

“Tened ceñida vuestra cintura y encendidas las lámparas” (Lc 12, 35). Nuestra celebración de hoy se sitúa en el tiempo litúrgico de la Navidad, y en ella ofrecemos el sacrificio eucarístico por el eterno descanso de nuestro querido hermano Francisco José. El Señor le ha llamado a su presencia en estos días, en los que contemplamos el nacimiento del Hijo de Dios, el intercambio admirable que supone que Dios se haga hombre para hacernos hijos adoptivos suyos.

“Tened ceñida vuestra cintura y encendidas las lámparas” (Lc 12, 35). “Estad preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre” (Lc 12, 40). Todo cristiano debe estar siempre preparado para afrontar el paso de la muerte. Todo creyente es invitado a contemplar el futuro, tanto el personal como el universal, desde la perspectiva de la parusia, y al mismo tiempo debe orientar su vida teniendo en cuenta las realidades últimas y fundamentales a la espera del encuentro definitivo con Dios.

Queridos hermanos en el episcopado, sacerdotes concelebrantes, diáconos; estimados familiares de nuestro hermano Francisco, especialmente queridos su padre Manuel y su madre Mercedes, su hermano y su hermana, sus cuñados, sobrinos, familiares y amigos de Tocina y de toda la Archidiócesis. La certeza del encuentro definitivo con el Señor, que nos espera como un Padre que es todo amor, nos da fortaleza en medio de la debilidad. Su Palabra es luz en el camino especialmente cuando pasamos por los valles oscuros del dolor por la pérdida de un ser querido, con los interrogantes que suscita, de difícil respuesta.

“Bienaventurados aquellos criados a quienes el señor, al llegar, los encuentre en vela” (Lc 12, 37). Ciertamente nuestro hermano ha sido como uno de esos “criados” a los que hace referencia el Evangelio al que “el amo” ha encontrado velando. Ha sido un sacerdote entregado, que ha consagrado su vida a Cristo y a la Iglesia. Alguien, que imitando a su Señor, se ha convertido en servidor de sus hermanos, poniendo a disposición de todos ellos sus cualidades y virtudes, el trabajo, la persona y toda la existencia. Y más allá de su labor pastoral, podemos afirmar que se ha entregado a sí mismo. Por ello ha dejado un recuerdo, una huella imborrable y llena de cariño en los lugares en los que ha desarrollado su ministerio sacerdotal.

En el atardecer de ayer, 27 de diciembre, fiesta de san Juan Evangelista, el Apóstol joven, murió nuestro hermano Francisco José, joven sacerdote. Nació en Sevilla el 4 de julio de 1981. Ordenado presbítero el 23 junio de 2018, al día siguiente celebró su Primera Misa aquí, en esta parroquia. Ejerció su ministerio como secretario del arzobispo emérito don Juan José Asenjo, que se une espiritualmente a nuestra celebración desde Sigüenza, (esta mañana he hablado con él), y como capellán de las madres Salesas y director de la Archicofradía de la Guardia de Honor. Desde el 12 de junio de 2021 también colaboraba en mi secretaría particular con don Manuel, y junto a él tenía su despacho, hasta que la enfermedad se hizo presente.

De don Francisco José, nuestro querido Fran, nos queda como un tesoro el testimonio de una fidelidad absoluta al Señor y a la Iglesia, a la misión encomendada, a la palabra dada y a los compromisos adquiridos. Una expresión de esa fidelidad era su sentido de la obediencia debida a su obispo en virtud de la promesa hecha en la ordenación; en todo momento manifestó una disponibilidad para el servicio a la comunidad diocesana, en todos los sentidos, hasta el punto de buscar expresamente ocasiones para colaborar.

Era una persona muy prudente e inteligente, tenaz y constante en la consecución de los objetivos planteados. Una muestra clara ha sido su dedicación y sus logros en los estudios de teología; ha vivido una actitud de pobreza y sencillez en relación con las riquezas y el prestigio personal. Eficaz y discreto, y al mismo tiempo lúcido en sus apreciaciones de la realidad pastoral, demostrando un fino sentido del humor. Entregó su vida a Cristo y a la Iglesia. Fue éste el ideal que inspiró su vida, desarrollada de una manera fiel y diligente, generosa y desinteresada.

En el proceso de su enfermedad ha aceptado el sufrimiento y el dolor de modo ejemplar, y también ha sido modélico en el seguimiento de los tratamientos médicos, y en su lucha hasta el final. Se ha puesto en manos de Dios con plena conciencia y decisión. Era un hombre espiritual, un hombre de oración, y celebraba los sacramentos con unción. Recuerdo diferentes conversaciones en las que habíamos comentado que resulta fácil a un sacerdote ofrecer al Señor una actividad incesante y agotadora, respondiendo a tantas urgencias pastorales del mundo de hoy, pero no resulta tan fácil ofrecerle la enfermedad y la aparente impotencia para el Trabajo evangelizador, para llevar a cabo diferentes proyectos. Teníamos muy claro los dos que este ofrecimiento, este entregarse en manos de Dios en radicalidad y totalidad se convierte en la ofrenda más agradable antes us ojos, en la fuente principal de la fecundidad apostólica, de una fecundidad pastoral incalculable.

Con las palabras del profeta Isaías hemos escuchado el anuncio de aquel banquete escatológico, signo de la victoria definitiva de Dios sobre la muerte. En la presencia de Cristo, muerto y resucitado, somos nosotros los que desde la montaña de Sión, esperamos con fe que el Señor “secará las lágrimas de todos los hombres y borrará el oprobio de su pueblo en toda la tierra (. .) Alegrémonos y celebremos que nos haya salvado”.

Hoy estamos doloridos por la pérdida de nuestro hermano Fran. En estos momentos de prueba, la Palabra de Dios es fuente de consuelo y esperanza. Cristo ha vencido a la muerte con su resurrección. En la oración, en el silencio, en la Palabra del Señor, acudiendo al amparo de María Santísima, dulce Madre, encontramos la fuerza y ​​el consuelo. La muerte de una persona a la que nos unen vínculos tan grandes de cariño nos produce dolor. Estos mismos sentimientos los experimentó el Señor Jesús ante la tumba de su amigo Lázaro, acompañando el llanto de sus hermanas, y él mismo se conmovió hasta el punto que sus ojos se llenaron de lágrimas. Son precisamente esas lágrimas que Dios ha prometido secar de todos los rostros las que hoy seca también por la presencia de Cristo Resucitado y por el consuelo que unos y otros nos ofrecemos con palabras de esperanza. Él nos dará la fortaleza para continuar; él nos dará la esperanza a pesar de las pruebas y sufrimientos de la vida, para que podamos soportar el dolor; así el Señor nos encontrará preparados cuando Él vuelva.

Al celebrar la Eucaristía, que es actualización del sacrificio redentor de Cristo y memorial de la Pascua, pidamos al Señor que se cumplan en Francisco José, sacerdote, la plenitud del gozo eterno, del amor pleno en la presencia de Dios, para que pueda recibir la herencia incorruptible prometida por Dios a sus amigos. Él tenía bien ceñida su cintura y mejor encendida la lámpara (cf. Lc 12, 35). Estaba preparado, para la llegada del Hijo del hombre. Que María Santísima lo acoja y le acompañe al paraíso, para que pueda disfrutar por toda la eternidad de la felicidad de los justos en la presencia del Señor. Que así sea.

 

 

 


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