Homilía de monseñor José Ángel Saiz Meneses en la Clausura del Año Jubilar concedido a la Obra de la Iglesia (07-12-2023)

Homilía de monseñor José Ángel Saiz Meneses en la Clausura del Año Jubilar concedido a la Obra de la Iglesia (07-12-2023)

Lecturas: Is 26, 1-6; Sal 117; Mt 7, 21.24-27

Queridos sacerdotes concelebrantes, diáconos, miembros de la Obra de la Iglesia, miembros de la vida consagrada y fieles laicos. La Santa Sede concedió a la Obra de la Iglesia un Año Jubilar con ocasión del 25 aniversario de su Aprobación Pontificia. Hoy procedemos a la Clausura. Este Año Jubilar ha sido un tiempo de gracia y bendición de Dios, especialmente para nuestra renovación interior. La Puerta Santa nos ha recordado y nos recordará para siempre que sólo Cristo es el Salvador. Hoy clausuramos las celebraciones del Año Jubilar, pero mantenemos la actitud de conversión interior, para seguir creciendo en la vida espiritual y para ser testigos de Jesucristo en medio del mundo.

En esta casa, a los diecisiete años, la víspera de la Inmaculada Concepción de 1946, la Madre Trinidad sintió la llamada de Jesucristo y se entregó sin reservas, quedando consagrada a Dios por completo. Más adelante, el 25 de enero de 1959 experimentó en Madrid una vivencia mística, que marcó el origen de la que sería su fundación: La Obra de la Iglesia. En 1997 san Juan Pablo II aprobó la Obra de la Iglesia, y la erigió como institución eclesial de Derecho Pontificio. Desde la fundación, Madre Trinidad fue comunicando las ideas que Dios iba poniendo en su alma.

El pasaje evangélico que hemos escuchado presentaba a Jesús narrando la parábola de a casa construida sobre roca o sobre arena. Nos ilustra sobre el fundamento ya sea en la construcción de una casa material o en la construcción de la casa de la vida de cada uno. El fundamento es el principio sobre el que se funda algo. Podemos encontrar diferentes concepciones sobre la vida cristiana y sobre cuál ha de ser su fundamento. Pero el planteamiento más profundo y realista es el que nos lleva a reconocer que la vida cristiana en el fondo es un misterio, y que su fundamento está en Dios. Y el misterio de la vida cristiana sólo se puede entender partiendo de lo más profundo, es decir, de la Realidad de las tres Personas divinas, cuya vida se comunica al hombre en Cristo por el Espíritu Santo.

Llamamos “realidad” a muchos entes que existen real y efectivamente. Pero no todos tienen la misma consistencia de realidad, la misma densidad. Dios es la Realidad con mayúsculas, la que sustenta toda otra realidad. Dios es el Ser, con mayúsculas, es Amor y Vida. Dios es Padre y, como Padre, quiere comunicar a sus hijos su ser, su vida y su amor. Dios ha llamado al ser humano a participar de su vida divina. Esa participación por la gracia en la vida divina es el único camino de realización personal. Dios lo llama a participar de su vida y lo llama a la santidad.

La Revelación y la Sagrada Escritura son como la historia del amor de Dios a los hombres, y en ellas encontramos subrayados los aspectos de fidelidad, promesa estable, misericordia piadosa y clemencia eficaz. Gracia significa «el favor divino, la benevolencia gratuita y misericordiosa de Dios hacia los hombres, el amor de Dios concretamente manifestado y comunicado en Jesucristo, fuente de toda bendición». La gracia sitúa al ser humano en un nivel de amistad con Dios, de vida nueva para cumplir la misión que le ha sido encomendada y para vivir en plenitud como hijo de Dios, en santidad.

La obra de la creación está orientada a una finalidad: que el ser humano alcance la filiación divina. Esta participación en la vida misma de Dios se realiza por la gracia santificante, que sana al hombre pecador y lo eleva a un grado de ser y de vida cualitativamente nuevo. Esta vida de gracia, esta vida en Cristo debe crecer gradual y progresivamente en un proceso que dura hasta el encuentro definitivo con Dios. Esta es la voluntad de Dios sobre sus hijos, que la vida de gracia que comienza en el Bautismo se desarrolle plenamente, bajo la guía del Espíritu Santo hacia la verdad y la comunión de vida.

El concepto de comunión con Dios nos ayuda a entender el misterio de la inhabitación de las tres divinas Personas en el corazón del fiel. El fundamento de la espiritualidad cristiana es, precisamente, la realidad de la inhabitación trinitaria, el hecho de que Padre, Hijo y Espíritu Santo han querido constituirse en principio ontológico y dinámico de vida nueva para nosotros. De ahí la importancia y necesidad de mantener una relación personal con cada una de las Personas divinas. Todos los elementos de la vida cristiana han de estar referidos a esta relación y los planteamientos espirituales han de estar centrados en ella. Por eso son insuficientes aquellas espiritualidades que se ciñen casi exclusivamente en los valores éticos del Evangelio sin vincularlos suficientemente a las Personas divinas o aquellas otras que olvidan el principio de la primacía de la gracia y quedándose en un mero voluntarismo.

Permitidme subrayar tres aspectos que son consecuencias del misterio de la inhabitación de las Personas divinas y que son tres líneas de fuerza en la espiritualidad que ha de vivir el cristiano de hoy: en primer lugar, la consistencia personal, que es característica de quien está enraizado en Dios, y vive en la verdad, que le lleva a la humildad; en segundo lugar, vivir a fondo la pertenencia a la Iglesia y el amor a la Iglesia, lo cual se traduce en una espiritualidad de comunión, y el compromiso de hacer de la Iglesia la casa y la escuela de la comunión; en tercer lugar, la dimensión martirial a través del compromiso de la evangelización, con nuevo ardor, con el impulso de los orígenes, con el sentimiento de san Pablo cuando dice «¡ay de mí si no predicara el Evangelio!» (1Co 9, 16).

El cristiano del siglo XXI ha de ser forzosamente un místico, un hombre de Dios que se entrega con radicalidad y totalidad a la causa del Evangelio, que se reconoce como hijo de la Iglesia y la ama y defiende con pasión, que vive fascinado por Cristo e inmerso en la Santísima Trinidad. Las Personas divinas han de ser el centro, el fundamento, el principio ontológico y dinámico de su vida. Una vida nueva que comienza en el Bautismo y que se desarrolla hasta llegar a la plenitud. Una vida de unión con Dios, de formación y de apostolado que se entrega totalmente, como el grano de trigo que cae en tierra y muere a sí mismo para resucitar con Cristo dando un fruto abundante.

Damos gracias a Dios por todos los dones recibidos en el Año Jubilar; damos gracias a Dios también por haber puesto en nuestro camino a la Madre Trinidad. Ella ha sido, madre, fundadora, guía y modelo, testigo del amor de Dios, ejemplo de amor a la Iglesia. Ella nos ha enseñado a vivir y a morir por el Señor, para estar cada día y siempre con Él, peregrinos de la fe a lo largo de la vida hasta el encuentro definitivo con Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. María Santísima nos guía y acompaña en este camino. Así sea.

 

 

 

 

 


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