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Domingo X del tiempo ordinario (Ciclo C)

 
 
 
Jesús se dirigió poco después a un pueblo llamado Naín, y con él iban sus discípulos y un buen número de personas.
 
Cuando llegó a la puerta del pueblo, sacaban a enterrar a un muerto: era el hijo único de su madre, que era viuda, y mucha gente del pueblo la acompañaba.
 
Al verla, el Señor se compadeció de ella y le dijo: «No llores.»
 
Después se acercó y tocó el féretro. Los que lo llevaban se detuvieron. Dijo Jesús entonces: «Joven, yo te lo mando, levántate.»
 
Se incorporó el muerto inmediatamente y se puso a hablar. Y Jesús se lo entregó a su madre.
 
Un santo temor se apoderó de todos y alababan a Dios, diciendo: «Es un gran profeta el que nos ha llegado. Dios ha visitado a su pueblo.»
 
Lo mismo se rumoreaba de él en todo el país judío y en sus alrededores.
 
 
Comentario de Pablo Díez
 
 
El salmo 29, en el que un fiel sanado de una enfermedad mortal entona su acción de gracias al Señor, sirve de epílogo feliz a las dos situaciones dramáticas que se salvan en la primera lectura y el evangelio. Son innegables las similitudes entre el texto de 1Re y el de Lc. Jesús, igual que Elías, llega a una ciudad (Lc 7,11; 1Re 10). Los dos encuentran a una viuda a la puerta de la ciudad (Lc 7,12; 1Re 17,10). En ambos casos, el hijo de la viuda, muerto, es devuelto a la vida (Lc 7,15; 1Re 17,22). Es más, en la narración de Lucas encontramos un colofón idéntico al del relato de Elías: “se lo entregó a su madre” (Lc 7,15; 1Re 17,23). La figura de la viuda representa la pobreza y el desvalimiento, y la pérdida del hijo supone quedarse sin expectativa de futuro, sin nadie que la sustente y defienda, por lo que en ambos casos el milagro responde a un gesto de compasión ante la tragedia de esta persona.
 
 
Pero hay diferencias sustanciales entre ambos relatos. Elías tiene una deuda de gratitud con la mujer que le ha acogido, y ella se lo hace ver cuando le echa en cara el haberse entrometido en su vida, atrayendo sobre ella la atención divina, que la castiga por los pecados pasados. Elías intercede ante Dios, trasladándole el reproche y endosándole la deuda contraída por la hospitalidad de la viuda. Dios oye la oración del profeta y obra el milagro. En cambio, Jesús no conoce de nada a la viuda de Naín, la compasión hacia ella brota del simple hecho de contemplar su tragedia. Sin embargo, la diferencia más importante está en la forma del milagro. Mientras que en el caso de la viuda de Sarepta la actuación de Elías se limita a echarse tres veces sobre el niño, clamando al Señor que le devuelva la vida, siendo realmente éste quien obra el milagro; en el relato evangélico es Jesús quien resucita al hijo de la viuda con un imperativo, con un mandato de su palabra poderosa, acreditando para sí un poder sobre la vida y la muerte que en el texto veterotestamentario estaba reservado a Dios.  En síntesis puede decirse que, junto a este signo poderoso, la compasión entrañable ante el dolor ajeno y la gratuidad, desvelan la actuación divina a través de los gestos y palabras de Jesús.
 

 

 


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