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DOMINGO DE LA STMA. TRINIDAD

 

Sí, Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna.

Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.

El que cree en él, no es condenado; el que no cree, ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios.

 

 

Comentario de Álvaro Pereira

 

¿Quién es Dios? ¿Cuál es su rostro? Esta es la pregunta fundamental de todo creyente que lee la Biblia como Palabra de Dios. En este domingo de la Santísima Trinidad es, además, la pregunta más pertinente para desentrañar el misterio de las lecturas.

 

Éxodo 34 relata un momento cimero de la historia de Israel. Tras el dramático pecado del becerro de oro (Éx 32), Moisés pide perdón y Dios se lo concede. Las dos tablas que lleva Moisés al monte son las nuevas tablas, preparadas por él según el designio divino. En el Sinaí, Dios no solo renueva su alianza con el pueblo sino que también revela su nombre y su identidad: «Señor, Señor, Dios compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia y lealtad». Así pues, ¿qué rostro de Dios sugiere el texto? El rostro de un Dios majestuoso y, al mismo tiempo, compasivo y clemente, dispuesto siempre al perdón.   

 

Juan 3,16-18 es un pequeño pasaje del diálogo entre Jesús y Nicodemo. El Maestro que había exhortado al fariseo a nacer de lo alto y a adoptar los criterios de arriba, ahora enuncia el núcleo del designio salvador: «Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna» (3,16). La prueba de este gozoso designio es la exaltación en la cruz de Cristo (3,14) que confirma la autenticidad de la «entrega» divina. Por tanto, ¿quién es Dios, según este pasaje? El Padre del amor inefable capaz de entregar a la muerte a su Hijo por el bien de sus criaturas. Dios es, consiguientemente, dinamismo infinito de vida y salvación.

 

 2 Cor 13,11-13 es el final de la segunda carta de san Pablo a los corintios. La liturgia ha escogido este texto porque es uno de los pocos pasajes neotestamentarios en los que se nombra a las tres personas divinas, en una fórmula de bendición y despedida que se ha convertido en el saludo litúrgico de la Eucaristía: «La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo esté siempre con todos vosotros». ¿Qué rostro de Dios trasparenta el texto? El de un Dios único pero no solitario, comunidad de personas confabuladas en favor del hombre, derramando su gracia y su amor, para establecer la comunión entre el cielo y la tierra.

 

Por todo ello, la mejor respuesta de las criaturas al mensaje de las lecturas es la alabanza gozosa del cántico de Daniel 3 («A ti gloria y alabanza por los siglos») que, en este domingo, hace las veces de Salmo.

 

 

 

 


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