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Cuatro ideas para avanzar como Pueblo de Dios

Somos el Pueblo de Dios, un pueblo constituido, un pueblo que quiere caminar unido: obispos, sacerdotes, consagrados, laicos, mayores, jóvenes, niños, célibes, casados, solteros… Vivimos tiempos para unir, para sumar, para construir, para soñar, para cuidar, para perdonar; vivimos tiempos para mirar al futuro con esperanza, siendo realistas, positivos y empáticos. Por eso, hemos de vivir esta crisis que soportamos, como un tiempo de gracia para acercarnos más plenamente a la verdad, que desprecia ocupar espacios de poder y se complace con impulsar, generar nuevos procesos que transformen realidades y estructuras.

Tenemos una gran misión, una gran vocación, anunciar a Jesús, que ha muerto y resucitado por nosotros. Nuestra misión es anunciar su mensaje y actuar en consecuencia, haciendo frente a los actuales retos sociales. En ello, nos jugamos la credibilidad de una Iglesia en salida, por eso necesitamos hacernos oír de una forma más convincente y trabajar, sin descanso, unidos por un mundo mejor.

Me gustaría en estos días de Cuaresma y después del sanador viaje del papa Francisco a Irak, compartir cuatro ideas para avanzar, que nos pueden ayudar a mirar a lo alto, a ver más allá del horizonte gris en el que estamos instalados, a abrir nuevos espacios de esperanza y a huir de esta soledad no buscada que nos cerca y angustia:

1. Sería un error, cuando pase la pandemia, cuando llegue ese momento, que llegará, volver sobre los mismos modelos pastorales establecidos, sobre las mismas estructuras pastorales. Como nos recuerda el papa Francisco, la Iglesia no puede ser una Iglesia que actúa siguiendo el modelo “de siempre se ha hecho así”, donde el clericalismo campee a su gusto. Un clericalismo que no tiene por qué ser encarnado solo por sacerdotes o por la vida consagrada, sino desgraciadamente también por laicos. Vivimos en tiempos de renovación, de regeneración.  Francisco nos anima a ir adelante, “no hay que tener miedo a las reformas, incluso si exigen sacrificios y no pocas veces un cambio de mentalidad. Todo cuerpo vivo necesita reformarse continuamente” (8.02.2021).

Durante este tiempo que hemos vivido ha quedado, en un buen número de situaciones, a la intemperie la falta de formación religiosa y la falta de espiritualidad que sufrimos. Hemos insistido mucho en la libertad de culto, de aforos, de apertura de templos…y tenemos razón, se tienen que respetar nuestros derechos, con las debidas medidas de seguridad sanitarias. Pero parece que hemos profundizado poco en nuestra realidad plena en Cristo, en nuestra vida cristiana, individualmente, en familia y comunidad.

La Eucaristía tiene que ser para nosotros la puerta para llegar a los demás, fuente y cumbre de nuestra vida cristiana. Por eso, no cosifiquemos la Eucaristía, los sacramentos, que no sean una aduana, como nos recuerda Francisco, una frontera de buenos y malos. Esta realidad señala carencias graves en nuestra práctica pastoral actual que habrá que corregir. Por otro lado, sabemos bien que la libertad de culto no es solo un derecho relacionado con la libertad de reunión, es mucho más, deriva del derecho a la libertad religiosa, que es el primer y fundamental derecho humano, como reiteradamente nos recuerda Francisco. Por ello, la libertad de culto tiene que ser respetada, incluso protegida y defendida por las autoridades públicas, es además un derecho fundamental recogido en nuestra Constitución.

2. Sin duda vivimos en un tiempo de gracia y de un gran desafío: Descubrir la dimensión social del Evangelio, que debe ser para nosotros una nueva oportunidad para estar al servicio de la sociedad, para hacer presente a Cristo en medio de la ciudad, en medio de nuestros contemporáneos. Para ello, hay que devolver el Evangelio al centro de nuestra vida.

El servicio a los demás en nuestro trabajo diario, tiene que ser para los cristianos una forma eficaz de expresar nuestra fe, de reflejar una Iglesia que está presente en el mundo de hoy. No somos edificios y estructuras más o menos bellas y organizadas, tenemos que ser una Iglesia en salida, una Iglesia en la calle, en medio de la gente. Todos hemos experimentado que hay muchas personas que vienen junto a nosotros, a la Iglesia, porque han vivido una experiencia profunda de servicio. Como en muchas de nuestras casas ha florecido una verdadera Iglesia doméstica en medio de tantas limitaciones, de tantas soledades, donde la gracia del Señor se hace presente para redescubrir el sentido cristiano de nuestras familias. Ello nos da pistas hacia donde avanzar en el futuro, abriendo nuevos horizontes a una Iglesia que es familia de familias. Descubrimos así a la familia como fuente de la acción pastoral y no solo como destinataria de esta. La familia debe de acompañar también a sus miembros, como parte de su vocación cristiana, al asumir sus responsabilidades sociales y políticas.

3. Necesitamos redescubrir la fraternidad y dejar atrás la confrontación, el conflicto. Apostando por el diálogo, que como nos dice el papa Francisco, nos “abre a lo nuevo, a cambiar de opinión gracias a lo que ha escuchado de los demás”. El Evangelio nos inspira en la vida política, en la vida pública, y nos dice que no es posible establecer las normas de juego y más tarde olvidarlas. Necesitamos un marco ético de orden superior que busque el bien común de todos. Pero también todos, ciudadanos y gobernantes hemos de respetar las reglas de juego democráticas y buscar lo más adecuado para desarrollarlas en cada momento. No obstante, necesitamos una creatividad permanente, la realidad supera lo previsto en las normas jurídicas que tienen que estar siempre en plena renovación y equilibrio. Sin duda, hay que reconocer que la vida social es diversa, siempre cambiante y muy compleja.

Hemos de ser conscientes que vivimos en medio de un gran pluralismo que no puede ser un impedimento para exigir un marco ético bien articulado. No todo vale y más cuando vivimos en medio de procesos políticos tecnológicamente muy avanzados, donde el marketing digital, las redes sociales e incluso la fake news no garantizan el desarrollo normalizado de la vida política. No es posible separar la política de la ética, cuando esto ocurre debemos estar preparados, ya que se generan graves consecuencias de carácter totalitario, de cualquier signo, que siempre termina en horror y caos.

Estamos viviendo en los últimos meses, en plena pandemia, un proceso acelerado de gestación y aprobación de diversas normas que pueden nacer sin el consenso social y político que necesitarían. Sin duda, es una gran equivocación que solo contribuirá abrir nuevos abismos sociales. Vivimos una auténtica catástrofe educativa y vital, ante la que no podemos quedarnos de brazos cruzados, por el bien de las próximas generaciones y de la misma sociedad.

4. La pandemia nos ha colocado ante un gran precipicio sanitario, social y económico de hondas consecuencias futuras. Pero también ha funcionado como un espejo donde hemos podido contemplar el egoísmo de nuestra sociedad y de lo que el papa llama “cultura del descarte” donde muchos quedan en las cunetas de la vida. Tenemos que reaccionar no podemos seguir igual que siempre, tenemos que iniciar un nuevo camino, sufriremos, pero no tenemos otra opción como cristianos, como seguidores de Jesús. Solo la cruz salva.

Estamos viviendo un año lleno de desánimo, de desesperación y luto para muchos. Crece el desapego social, en un mundo hiperconectado, pero al mismo tiempo muy dividido y fragmentado.  Esto ha puesto a las personas en una espiral de desapego y sospecha mutua, e impulsado a los Estados a construir barreras. Nuestro estilo de vida, al menos el del primer mundo, ha sufrido un gran varapalo, donde certezas, comodidades y nuevas experiencias han desaparecido. Vivimos contrariados por las noticias que nos llegan de un mundo varado y gripado. Hemos de reaccionar, individual y colectivamente, como sociedad. Esto nos lleva a la necesidad de replantear, como manifestó el papa Francisco al Cuerpo Diplomático hace unos días, “la relación entre la persona y la economía”, que debe humanizar y cuidar, no lo contrario. Vivimos pues ante una gran crisis de las relaciones humanas, en una crisis antropológica global, que compromete gravemente el mismo ser profundo de la dignidad de la persona humana. El historiador israelí Yuval Noah Harari asegura que las decisiones que se tomen ahora tendrán un impacto durante años y décadas. Él insiste que es una gran incógnita “ver si logramos lidiar con esto unidos como humanidad”.

En esta crisis que estamos viviendo, sabemos bien, que como Iglesia no podemos ofrecer soluciones definitivas, pero si pedir una mayor cooperación de todos los actores implicados.  Nosotros como creyentes tenemos que ser servidores de la comunidad, para abrir nuevos horizontes de esperanza para todos. Muchos esperan de la Iglesia que alumbre nuevos caminos, ya estamos en camino, ensanchando el camino de la fraternidad. Nuestra tarea es cuidar a todos, como el Buen Samaritano, acompañar a los más débiles y sostener el planeta que nos cobija. “Nadie se salva solo”, nos repite una y otra vez el papa Francisco, por eso, con mucha confianza y perseverancia hemos de preparar el futuro. Aquí y ahora.

Enrique Belloso Pérez


1 comentario

  1. Toni Torres 12:24, Mar 13, 2021

    Muchísimas gracias Enrique, tus palabras y reflexiones ciertamente nos interpelan, nos ponen delante de la realidad y del Dios de la historia.
    Yo me apunto a ese estilo de vida, a esa sociedad ética y democrática, a esa Iglesia en salida con suma esperanza en Aquel que todo lo puede.
    Unidos en el Resucitado siempre,

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