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XXXIV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

 

El pueblo permanecía allí y miraba. Sus jefes, burlándose, decían: "Ha salvado a otros: ¡que se salve a sí mismo, si es el Mesías de Dios, el Elegido!". 

También los soldados se burlaban de él y, acercándose para ofrecerle vinagre, 

le decían: "Si eres el rey de los judíos, ¡sálvate a ti mismo!". 

Sobre su cabeza había una inscripción: "Este es el rey de los judíos". 

Uno de los malhechores crucificados lo insultaba, diciendo: "¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros". 

Pero el otro lo increpaba, diciéndole: "¿No tienes temor de Dios, tú que sufres la misma pena que él?  Nosotros la sufrimos justamente, porque pagamos nuestras culpas, pero él no ha hecho nada malo". 

Y decía: "Jesús, acuérdate de mí cuando vengas a establecer tu Reino". 
El le respondió: "Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso". 

 

 

Comentario de Miguel Ángel Garzón

2Sm 5,1-3; Sal 121; Col 1,12-20; Lc 23,35-43

 

Las lecturas de esta solemnidad de Cristo Rey nos introducen en su sentido cristiano. El pasaje del libro de Samuel presenta la institución de David como rey en Hebrón. Esta aparece como fruto de la voluntad humana (petición de todas las tribus) y de la voluntad divina (al elegirlo). El rey es el pastor del rebaño de Dios, garante de su unidad (alianza con ancianos), lo guía y protege (entradas y salidas), lo gobierna con justicia desde su palacio, al que alude el Salmo, que canta el gozo de la peregrinación a la ciudad santa, donde está la morada de Dios, único Soberano del pueblo.

 

El evangelio nos lleva al Calvario. Allí, Jesús crucificado sufre las burlas de las autoridades, del pueblo, de los soldados y de uno de los crucificados con él. Como contrapunto aparece el diálogo con el buen ladrón. Las burlas se centran en la impotencia de Jesús para bajar de la cruz, para salvarse a sí mismo (Lc  9,24: “el que quiera salvar su vida la perderá, pero el que pierda su vida por mí se salvará”).

En ellas reaparece la voz del tentador, que pedía a Jesús que mostrara su condición divina desde el poder sobrenatural pasando por encima de la limitación humana (“Si eres hijo de Dios” Lc 4,3.9// “Si eres el Mesías, el Elegido… el rey de los judíos” Lc 23,35s). Jesús calla, pero la inscripción de la cruz, que es una burla pasiva con la causa de la condena, irónica y silenciosamente, proclama a todo el orbe (tres idiomas) la verdad de lo que allí acontece: en la cruz hay un rey. Las súplicas de los malhechores se contraponen. Uno se suma a las burlas tratando de sacar provecho, para escapar de la cruz, sin aparente conversión. Otro, en cambio, confesando su culpa y su fe en Jesucristo (Dios y Rey, Mesías y Salvador), pide ser recordado cuando llegue a su reino. Jesús, que no ha respondido a las burlas e insultos, se dirige al buen ladrón para asegurarle la participación en su victoria sobre la muerte, la participación real e inminente (“hoy”) en su salvación, la llegada al ámbito pleno del reino de Dios (“paraíso”).

Pablo entona una solemne acción de gracias a Dios Padre que nos da tal participación en la herencia de Cristo: de las tinieblas nos lleva al reino de su Hijo, el primogénito que ha pasado de la muerte a la vida reconciliando al mundo con la sangre de su cruz. Con él y en él peregrinamos gozosos a la Jerusalén del cielo.

 


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