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XXXIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

 

Y como algunos, hablando del Templo, decían que estaba adornado con hermosas piedras y ofrendas votivas, Jesús dijo: "De todo lo que ustedes contemplan, un día no quedará piedra sobre piedra: todo será destruido". 
Ellos le preguntaron: "Maestro, ¿cuándo tendrá lugar esto, y cuál será la señal de que va a suceder?". 

Jesús respondió: "Tengan cuidado, no se dejen engañar, porque muchos se presentarán en mi Nombre, diciendo: 'Soy yo', y también: 'El tiempo está cerca'. No los sigan.  Cuando oigan hablar de guerras y revoluciones no se alarmen; es necesario que esto ocurra antes, pero no llegará tan pronto el fin". 

Después les dijo: "Se levantará nación contra nación y reino contra reino.  Habrá grandes terremotos; peste y hambre en muchas partes; se verán también fenómenos aterradores y grandes señales en el cielo.  Pero antes de todo eso, los detendrán, los perseguirán, los entregarán a las sinagogas y serán encarcelados; los llevarán ante reyes y gobernadores a causa de mi Nombre, y esto les sucederá para que puedan dar testimonio de mí. 
Tengan bien presente que no deberán preparar su defensa,  porque yo mismo les daré una elocuencia y una sabiduría que ninguno de sus adversarios podrá resistir ni contradecir. 

Serán entregados hasta por sus propios padres y hermanos, por sus parientes y amigos; y a muchos de ustedes los matarán.  Serán odiados por todos a causa de mi Nombre.  Pero ni siquiera un cabello se les caerá de la cabeza. Gracias a la constancia salvarán sus vidas. 

 

Comentario Bíblico de Pablo Díez

Mal 3,19-20a; Sal 97,5-6.7-9a.9bc;2Tes 3,7-12; Lc 21,5-19

 

Tanto en la profecía de Malaquías como el evangelio aparece un marcado carácter escatológico. La antífona del salmo nos ofrece un vínculo temático que aúna la idea central de ambos relatos. La parusía, el día del Señor que pondrá fin al orden actual de las cosas. No es fácil, sin embargo, prepararse para el futuro. El riesgo más grande es sucumbir al deseo de la inminencia (Lc 21,7-8). La primera gran tentación son los testigos ilegítimos, los mensajeros falsos, de cuya pretensión apostólica y mensaje apocalíptico nos invita Jesús a desconfiar, a no seguirlos, pues sólo pueden señalar una fecha equivocada y ofrecer signos erróneos, usurpando en su discurso el nombre divino (“Yo soy”).

 

Las catástrofes naturales e históricas que pudieran ser interpretadas como signos de la llegada del día definitivo, son insertadas en el designio de Dios (Lc 21,6) que domina no sólo el final, sino también el principio y el centro de la historia. Así, al rechazar la inminencia e historizar ciertos acontecimientos susceptibles de interpretación apocalíptica, Jesús no da la espalda a la escatología, sino que la organiza según el designio divino. San Efrén lo explica diciendo que las señales de la venida del Señor se han venido repitiendo para que todos los pueblos y todas las épocas pensaran que esta venida se realizaría en su tiempo, y así se mantuvieran vigilantes (Comentario sobre el Diatésaron 18,15-17). Pero en una vigilancia activa que se opone a la despreocupación y la molicie ante una supuesta inminencia de la parusía (2Tes 3,11).

 

La realidad presente de la comunidad no son estas catástrofes, sino la prueba, la persecución que ha de padecer, que tiene como origen la adhesión al nombre de Jesús y desemboca en el testimonio (Lc 21,12-13). La única defensa eficaz consiste en dejar sitio a la intervención del Resucitado que actúa por medio de su Espíritu Santo, que hará ineficaces las acciones de los oponentes. Si el creyente coadyuva con su perseverancia, quedará indemne y, llegado el día definitivo, se salvará (Lc 21,19). Malaquías describe este momento como una aurora en la que el sol como ministro de justicia (imagen característica de la religiosidad asiro – babilónica) alumbra la salvación para los que han honrado el nombre del Señor, al tiempo que se convierte en llama de horno que consume a los perversos. Imagen que alcanza su pleno sentido en Lucas, donde la firmeza en el testimonio del nombre de Jesús, Sol que nace de lo alto (Lc 1,78), determina la salvación.

 

 

 


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