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XXXI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

 

Jesús entró en Jericó y atravesaba la ciudad.  Allí vivía un hombre muy rico llamado Zaqueo, que era jefe de los publicanos. 

El quería ver quién era Jesús, pero no podía a causa de la multitud, porque era de baja estatura.  Entonces se adelantó y subió a un sicomoro para poder verlo, porque iba a pasar por allí.  Al llegar a ese lugar, Jesús miró hacia arriba y le dijo: "Zaqueo, baja pronto, porque hoy tengo que alojarme en tu casa".  Zaqueo bajó rápidamente y lo recibió con alegría. 
Al ver esto, todos murmuraban, diciendo: "Se ha ido a alojar en casa de un pecador". 

Pero Zaqueo dijo resueltamente al Señor: "Señor, voy a dar la mitad de mis bienes a los pobres, y si he perjudicado a alguien, le daré cuatro veces más".  Y Jesús le dijo: "Hoy ha llegado la salvación a esta casa, ya que también este hombre es un hijo de Abraham, 
porque el Hijo del hombre vino a buscar y a salvar lo que estaba perdido". 

 

Comentario de Álvaro Pereira

 

En el evangelio de hoy, Lucas representa al ser humano como un ser de deseos y búsquedas. Zaqueo, jefe de los despreciados recaudadores de impuestos, «busca» ver a Jesús y se sube a un árbol, para superar su pequeñez. Pero lo que ocurre a continuación supera las expectativas de Zaqueo: el que buscaba ver a Jesús se descubre mirado por el Maestro que, más aún, le exhorta a «bajar enseguida» porque quiere alojarse «hoy» en su casa. La invitación a darse prisa sugiere la importancia del encuentro (cf. la prisa del encuentro entre María e Isabel, Lc 1,39) y el adverbio «hoy» indica que la salvación divina adviene sobre Zaqueo (cf. el «hoy» del nacimiento de Jesús, Lc 2,11; o el de la entrada en el paraíso del buen ladrón, Lc 23,43). Como en los relatos de la infancia, esta invitación imperativa que trae la salvación no agobia a Zaqueo, sino que, muy al contrario, lo llena de alegría. La alegría del rico Zaqueo, que entrega sus bienes a los pobres, contrasta con la actitud del rico que se alejó de Jesús «entristecido» (18,23).

 

La acogida de Zaqueo provoca la acritud de los demás, que critican la opción de Jesús por el perdón del despreciable publicano. Pero Zaqueo no deja mal al Maestro ya que responde con gran generosidad. La salvación personal le conduce a la actitud social de preocupación por los pobres defraudados. Zaqueo, acogido y acogedor, produce los frutos de conversión que pedía el Bautista (Lc 3,8). En el versículo final (19,10), el lector reconoce triunfante que Jesús ha obrado de nuevo el milagro del hijo pródigo: ¡aquel que estaba perdido ha sido encontrado! (15,24.32; cf. 5,32).

 

La primera lectura, del libro de la sabiduría, nos revela que el caso particular de Zaqueo es expresión de la actitud general de un Dios, «amigo de la vida», que no ejerce su poder oprimiendo, sino compadeciéndose de todos, y que perdona a todos porque son suyos. Pocos textos de la Escritura reflejan una visión tan profunda de las entrañas divinas.

 

En la segunda carta a los Tesalonicenses, el autor sale al paso frente a aquellos que afirmaban que la parusía (venida) del Señor era inminente. Al fiel le corresponde la actitud expectante y el compromiso moral con su salvación («la tarea de la fe»), pero no calcular el cuándo y el cómo de dicha salvación. 

 


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