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XXXI Domingo del Tiempo Ordinario- Fieles Difuntos

 

Jesús dijo a sus discípulos: 
"Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria rodeado de todos los ángeles, se sentará en su trono glorioso. 
Todas las naciones serán reunidas en su presencia, y él separará a unos de otros, como el pastor separa las ovejas de los cabritos, 
y pondrá a aquellas a su derecha y a estos a su izquierda. 
Entonces el Rey dirá a los que tenga a su derecha: 'Vengan, benditos de mi Padre, y reciban en herencia el Reino que les fue preparado desde el comienzo del mundo, 
porque tuve hambre, y ustedes me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; estaba de paso, y me alojaron; 
desnudo, y me vistieron; enfermo, y me visitaron; preso, y me vinieron a ver'. 
Los justos le responderán: 'Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te dimos de comer; sediento, y te dimos de beber? 
¿Cuándo te vimos de paso, y te alojamos; desnudo, y te vestimos? 
¿Cuándo te vimos enfermo o preso, y fuimos a verte?'. 
Y el Rey les responderá: 'Les aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo'. 
Luego dirá a los de su izquierda: 'Aléjense de mí, malditos; vayan al fuego eterno que fue preparado para el demonio y sus ángeles, 
porque tuve hambre, y ustedes no me dieron de comer; tuve sed, y no me dieron de beber; 
estaba de paso, y no me alojaron; desnudo, y no me vistieron; enfermo y preso, y no me visitaron'. 
Estos, a su vez, le preguntarán: 'Señor, ¿cuándo te vimos hambriento o sediento, de paso o desnudo, enfermo o preso, y no te hemos socorrido?'.
Y él les responderá: 'Les aseguro que cada vez que no lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, tampoco lo hicieron conmigo'. 
Estos irán al castigo eterno, y los justos a la Vida eterna". 

 

Comentario de Miguel Ángel Garzón

(Lamentaciones 3,17-26; Salmo 26; 1Tesalonicenses 4,12-17; Juan 14,1-6)

 

Este domingo celebramos la conmemoración de todos los fieles difuntos.  Entre las varias lecturas que ofrece el leccionario proponemos el siguiente itinerario centrado en la esperanza.

 

Como primera lectura, la desgarradora confesión de las Lamentaciones. Este libro narra la amarga y trágica experiencia del pueblo de Israel en el exilio (586 a.C.) por la pérdida de sus realidades más queridas. En medio de los lamentos tristes y desoladores, despunta este pasaje que da luz. El que habla, en nombre del pueblo, expresa su angustia. Ha perdido la paz, el gozo, las fuerzas y la esperanza en el Señor. En esa situación, suplica al Señor que se fije en la hiel que le envenena. Entonces recuerda algo que le reanima y da esperanza: que la misericordia y la compasión del Señor no acaban. Aunque no tenga motivos para vivir, la fidelidad del Señor le hace esperar y confiar. Aunque lo haya perdido todo, Él permanece, es su lote. Ante la amarga hiel de la muerte también encontramos esta esperanza.

 

En respuesta, el orante del precioso Salmo 26 proclama su confía en el Señor que es luz, salvación, defensa de la vida. Su esperanza es gozar de la dicha del Señor en el país de la vida, habitar en su casa (templo/cielo) y contemplar la dulzura de su rostro. E invita a todos a esperar en el Señor.

 

Como segunda lectura, la maravillosa respuesta de Pablo a los Tesalonicenses respecto a la suerte de los difuntos. Les pide que no se aflijan como aquellos que no tienen esperanza. La fe en la resurrección del Señor conlleva irrenunciablemente la fe en la resurrección de los muertos. La resurrección de Cristo ha introducido para siempre la resurrección en la creación. Los que por fe se unen a Cristo participan de su misma vida resucitada. En el día final, irán al encuentro del Señor, para estar siempre con él.

 

El Evangelio de Juan cierra este itinerario con las palabras de despedida del Señor en la última cena. Anima a sus discípulos a no perder la calma y a tener fe en Dios Padre y en él, su Hijo. Él ha venido a llevarnos junto al Padre, donde hay muchas estancias. Se marcha para prepararnos sitio y volverá para llevarnos con él. Tomás le pregunta por el lugar y el camino a donde va el Señor. Y Jesús le responde con la frase que constituye un referente cristiano perenne: “yo soy el camino, la verdad y la vida”. La esperanza cristiana está en Jesús, por él vamos al Padre, en él encontramos la verdad que nos sostiene, y de él recibimos la vida eterna que supera y vence al mal y a la muerte para siempre.

 

 

 


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