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XXVIII Domingo del Tiempo Ordinario

 

Jesús habló en parábolas a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo, diciendo: 


El Reino de los Cielos se parece a un rey que celebraba las bodas de su hijo. 
Envió entonces a sus servidores para avisar a los invitados, pero estos se negaron a ir. De nuevo envió a otros servidores con el encargo de decir a los invitados: 'Mi banquete está preparado; ya han sido matados mis terneros y mis mejores animales, y todo está a punto: Vengan a las bodas'. 


Pero ellos no tuvieron en cuenta la invitación, y se fueron, uno a su campo, otro a su negocio;  y los demás se apoderaron de los servidores, los maltrataron y los mataron. 
Al enterarse, el rey se indignó y envió a sus tropas para que acabaran con aquellos homicidas e incendiaran su ciudad. 


Luego dijo a sus servidores: 'El banquete nupcial está preparado, pero los invitados no eran dignos de él. 


Salgan a los cruces de los caminos e inviten a todos los que encuentren'. 
Los servidores salieron a los caminos y reunieron a todos los que encontraron, buenos y malos, y la sala nupcial se llenó de convidados. 

Cuando el rey entró para ver a los comensales, encontró a un hombre que no tenía el traje de fiesta. 


'Amigo, le dijo, ¿cómo has entrado aquí sin el traje de fiesta?'. El otro permaneció en silencio. 
Entonces el rey dijo a los guardias: 'Atenlo de pies y manos, y arrójenlo afuera, a las tinieblas. Allí habrá llanto y rechinar de dientes'. 


Porque muchos son llamados, pero pocos son elegidos.

 

Comentario de Álvaro Pereira 

 

Las lecturas de hoy giran en torno a la imagen del «banquete». Ante unos campesinos acostumbrados al pan escaso no había metáfora más elocuente que la invitación a un festín con vinos de solera (Isaías) o a unas bodas del hijo del Rey (Mateo).

 

En la primera lectura, el profeta anuncia que Dios va a intervenir en la historia para erradicar el mal. Él invitará a todos los pueblos a un gran festín. En el banquete hará regalos. El primer don es la manifestación de su presencia: Él quitará el velo del rostro de los pueblos para que puedan reconocerle. Además, aniquilará la muerte y enjugará todas las lágrimas. San Pablo citará esta página de Isaías para celebrar la victoria de Cristo resucitado sobre la muerte (1 Cor 15,54) y el Apocalipsis la recordará para ilustrar su visión final de la tierra nueva y los cielos nuevos (Ap 21,4).

 

En el salmo, el Buen Pastor prepara un banquete y hace rebosar la copa de sus fieles.

 

En el evangelio, Jesús emplea la imagen del banquete de bodas para predicar sobre el Reino de los cielos. La parábola no se fija tanto en los regalos del banquete (Isaías) cuanto en la desconcertante actitud de los invitados (Mateo). Ellos, en vez de asistir presurosos, presentan sus excusas e incluso matan a los emisarios. La parábola se convierte en alegoría que traduce la realidad histórica del tiempo de Jesús, en el que las autoridades religiosas y los judíos cumplidores rechazaron la invitación evangélica, mientras que la gente sencilla y los marginados sociales sí acogieron el mensaje del Maestro. La noticia de la quema de la ciudad quizás haga referencia a la destrucción de Jerusalén en el año 70 d. C. y subraye la gravedad de todo rechazo del evangelio.

 

La parábola tiene una segunda parte. Como el trigo y la cizaña del campo de Dios (13,24-30), o los justos e injustos ante quienes Dios hace salir el sol (5,45), al banquete del Reino han entrado «buenos y malos» (22,10). El rey que se había mostrado muy generoso enviando a sus criados a los cruces de los caminos, se revela ahora muy severo con uno que no lo honra portando traje de fiesta. ¿Qué quiere decir esto? Con ello Mateo transmite a sus oyentes que no basta decir «¡Señor, Señor!» para entrar en el Reino (7,21-23), no basta pertenecer a la Iglesia para ser salvado. Es preciso vestir el traje de fiesta, es decir, dar fruto y adoptar las actitudes propias del discípulo, expresadas en el Sermón de la Montaña (Mt 5–7). Responder a la invitación es solo el comienzo de una vida de fidelidad a la voluntad de Dios. El juicio no es solo para los que rechazan inicialmente el evangelio, aguarda también a la comunidad de los discípulos. Así pues, la parábola es tanto buena noticia como seria advertencia. La gracia es gratuita, pero no es barata.

 

 


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