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XXIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

 

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

-Si tu hermano peca, repréndelo a solas entre los dos. Si te hace caso, has salvado a tu hermano. Si no te hace caso, llama a otro o a otros dos, para que todo el asunto quede confirmado por boca de dos o tres testigos. Si no les haces caso, díselo a la comunidad, y si no hace caso ni siquiera a la comunidad, considéralo como un pagano o un publicano.

Os aseguro que todo lo que atéis en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desatéis en la tierra, quedará desatado en el cielo.

Os aseguro además que si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, se lo dará mi Padre en el cielo. Porque donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos.

 

Comentario de Miguel Ángel Garzón

Ez 33,7-9; Sal 94,1-9; Rm 13,8-10; Mt 18,15-20

 

Las lecturas de este domingo tienen como denominador común la palabra fraterna que amonesta y corrige.

 

En la primera lectura escuchamos la misión que recibe el profeta Ezequiel. Dios lo ha colocado como atalaya en la casa de Israel, para cumplir la función del centinela (cf. Ez 3,17). Ha de vivir en íntima unión con Dios, vigilante, para escuchar su palabra y llevarla al pueblo, de modo que este pueda caminar desde la voluntad de Dios. Tarea importante en su función profética es denunciar al malvado, y corregirlo en nombre de Dios. El profeta no puede callar, en su voz está en juego la obra de salvación de Dios y la vida del pecador.

 

El salmista proclama el deseo de que el pueblo acuda al Señor y escuche su voz, sin endurecer el corazón a la Palabra del que es roca firme, el pastor que guía a las ovejas.

Durante dos semanas el evangelio de Mateo presenta parte del llamado discurso sobre la comunidad (c. 18) donde se señalan dimensiones fundamentales de toda comunidad cristiana. Hoy se indican dos: la corrección y la oración. En primer lugar, se propone un camino progresivo, desde el ámbito privado al púbico, para corregir y “ganarse” a un hermano que peca: amonestarlo primero a solas, luego con otros dos (Dt 19,15), y finalmente en la comunidad. Si se resiste a escuchar, se autoexcluye de la comunidad, que así lo ratificará con su autoridad conferida (atar y desatar). En segundo lugar, se afirma la fuerza de la oración comunitaria. Donde dos o más se reúnen en nombre del Señor allí está él en medio, y escuchando. La oración es acogida por Dios Padre, por la mediación de Jesucristo. Este es el modelo de las asambleas litúrgicas cristianas reunidas en el nombre y en presencia del Señor resucitado.

 

El apóstol Pablo al exponer el núcleo de su exhortación moral señala de dónde debe nacer esta actitud de corrección fraterna. El cristiano que ha sido salvado gratuitamente por el amor de Dios en Cristo, ha de vivir desde esta misma dinámica del amor. Toda la Ley se resume en una frase: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Lv 19,18; Mt 5,43). Si uno ama a su hermano no le hará daño, y lo corregirá con verdadero corazón.

 


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