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VIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

 

Dijo Jesús a sus discípulos:

Nadie puede servir a dos señores, porque aborrecerá a uno y amará al otro, o bien, se interesará por el primero y menospreciará al segundo. No se puede servir a Dios y al Dinero.

Por eso les digo: No se inquieten por su vida, pensando qué van a comer, ni por su cuerpo, pensando con qué se van a vestir. ¿No vale acaso más la vida que la comida y el cuerpo más que el vestido?

Miren los pájaros del cielo: ellos no siembran ni cosechan, ni acumulan en graneros, y sin embargo, el Padre que está en el cielo los alimenta. ¿No valen ustedes acaso más que ellos?

¿Quién de ustedes, por mucho que se inquiete, puede añadir un solo instante al tiempo de su vida?

¿Y por qué se inquietan por el vestido? Miren los lirios del campo, cómo van creciendo sin fatigarse ni tejer.

Yo les aseguro que ni Salomón, en el esplendor de su gloria, se vistió como uno de ellos.

Si Dios viste así la hierba de los campos, que hoy existe y mañana será echada al fuego, ¡cuánto más hará por ustedes, hombres de poca fe!

No se inquieten entonces, diciendo: '¿Qué comeremos, qué beberemos, o con qué nos vestiremos?'.

Son los paganos los que van detrás de estas cosas. El Padre que está en el cielo sabe bien que ustedes las necesitan.

Busquen primero el Reino y su justicia, y todo lo demás se les dará por añadidura.

No se inquieten por el día de mañana; el mañana se inquietará por sí mismo. A cada día le basta su aflicción.

 

Comentario de Antonio J. Guerra

Is 49,14-15; Sal 61; 1Cor 4,1-5; Mt 6,24-34

 

Las lecturas de hoy dirigen nuestra atención a responder bien a la siguiente pregunta: ¿Quién es el amo de mi vida? ¿A quién sirvo realmente? Nos dirá Jesús en el evangelio que “nadie puede estar al servicio de dos amos”.

 

Como siempre la lectura del Antiguo Testamento prepara el camino del evangelio. El breve pasaje de hoy corresponde al final de uno de los poemas del Siervo de Yahvé. Sin embargo, no por breve, deja de ser intenso, pues invita a la confianza en Dios, ya que se nos promete la ayuda incondicional del Señor. Aún en el caso, improbable, de que una madre olvidase a su hijo, dice Dios: “YO NO TE OLVIDARÉ”. El salmo 61 refleja la experiencia consoladora de un orante que confió en el Señor, que desahogó su corazón en Dios. El estribillo “descansa sólo en Dios, alma mía” se convierte así en una agradable exhortación a dejarse llevar por este Dios que nos ama.

 

La carta a los Corintios recuerda la responsabilidad que tienen los ministros de estar sólo al servicio de los intereses de Cristo; sólo así serán buenos administradores de la Vida que Dios quiere desplegar en favor de su santo pueblo. De todas maneras, Pablo deja claro que el que ha de juzgar de tal fidelidad es el mismo Dios, el único que en su día “pondrá al descubierto los designios del corazón” de todos los hombres.

 

En el evangelio, Jesús nos invita claramente a elegir nuestro amo: o Dios o el dinero. Es cierto que la tentación de buscar el dinero nos ofrece una cierta seguridad material, pues se dice que, cuando tenemos mucho dinero no nos falta de nada. Sin embargo, esto lleva consigo el consecuente agobio por el mañana, dejando de un lado el amor generoso por los demás. Jesús nos invita a que sirvamos a Dios, a que confiemos en él; ya se encargará Dios de darnos “el pan de cada día” y de vestirnos mejor que los lirios del campo. El Señor quiere que sólo nos preocupemos por buscar el Reino de Dios y su justicia, y lo demás se nos dará por añadidura. Buscaremos el Reino cuando seamos dóciles a su voluntad, cuando nos abandonemos en el amor de Dios. Estaremos así equipados para amar al prójimo como Dios quiere que lo hagamos.

 


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