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VII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

 

Jesús, dijo a sus discípulos: 

 

Ustedes han oído que se dijo: Ojo por ojo y diente por diente. 
Pero yo les digo que no hagan frente al que les hace mal: al contrario, si alguien te da una bofetada en la mejilla derecha, preséntale también la otra. 


Al que quiere hacerte un juicio para quitarte la túnica, déjale también el manto; 
y si te exige que lo acompañes un kilómetro, camina dos con él. 
Da al que te pide, y no le vuelvas la espalda al que quiere pedirte algo prestado. 
Ustedes han oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo. 


Pero yo les digo: Amen a sus enemigos, rueguen por sus perseguidores; 
así serán hijos del Padre que está en el cielo, porque él hace salir el sol sobre malos y buenos y hace caer la lluvia sobre justos e injustos. 


Si ustedes aman solamente a quienes los aman, ¿qué recompensa merecen? ¿No hacen lo mismo los publicanos? 
Y si saludan solamente a sus hermanos, ¿qué hacen de extraordinario? ¿No hacen lo mismo los paganos?

 
Por lo tanto, sean perfectos como es perfecto el Padre que está en el cielo.

 

Comentario de Álvaro Pereira

 

En estos domingos del tiempo ordinario del ciclo A, la Iglesia lee el Sermón de la Montaña (Mt 5–7), la quintaesencia del evangelio de Jesús. Concretamente en este domingo leemos las dos últimas antítesis (“habéis oído que se dijo… pero yo os digo…”), las más radicales, que tienen que ver con el plus de la justicia y la actitud ante el enemigo (Mt 5,38-48). Los discípulos de Jesús no solo deben exigir justicia (“ojo por ojo y diente por diente”) y no solo deben amar al próximo (“amarás a tu prójimo”; frase que retoma la primera lectura, tomada de Levítico 19), sino que están llamados a presentar la otra mejilla, hasta amar al enemigo. La propuesta de Jesús es desconcertante, escandalosa, inaudita. Por eso necesita buenas razones. Jesús ofrece dos: (1) así los discípulos serán verdaderamente hijos del Padre, que se preocupa no solo de los justos sino también de los injustos (“hace salir su sol para malos y buenos”); (2) y porque los discípulos están llamados a una ética de lo extraordinario, más allá de las puras normas de cortesía de los gentiles. El texto acaba con un mandato, que es el cenit de la moral cristiana: “sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto”. El discípulo antiguo, como el lector actual, se pregunta cómo es posible cumplir este mandato. Mateo ofrece la única vía plausible: continuar leyendo para seguir los pasos de Jesús, quien camina dando vida, da segundas oportunidades a sus discípulos infieles y muere aceptando y perdonando. Gandhi solía decir que solo por estas palabras merecería la pena hacerse cristiano… pero no se convertía porque los seguidores de Jesús no las cumplían. El Sermón de la Montaña propone un evangelio de las obras. El cristiano sabe que la fidelidad al mensaje es su mejor arma misionera.

 

En la segunda lectura recordamos que los corintios estaban divididos porque disputaban sobre el honor y la elocuencia de sus ministros (“Yo soy de Pablo, yo soy de Apolo, yo soy de Cefas”: 1 Cor 1,12; 3,4-5). Al final de su discurso, Pablo invierte los genitivos (“Todo es vuestro, Pablo, Apolo, Cefas…”): los ministros no son sus señores, sino sus servidores. Ahora bien, todos son de Cristo y Cristo de Dios. En este esquema de relaciones y pertenencias se juega la esencia de la vida cristiana. 


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