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VI domingo del tiempo ordinario

En aquel tiempo, se acerca a Jesús un leproso, suplicándole de rodillas:

-Si quieres, puedes limpiarme.

Compadecido, extendió la mano y lo tocó diciendo:

-Quiero: queda limpio.

La lepra se le quitó inmediatamente y quedó limpio.

Él lo despidió, encargándole severamente:

-No se lo digas a nadie; pero para que conste, ve a presentarte al sacerdote y ofrece por tu purificación lo que mandó Moisés.

Pero cuando se fue, empezó pregonar bien alto a divulgar el hecho, de modo que Jesús ya no podía entrar abiertamente en ningún pueblo; se quedaba fuera,  en lugares solitarios; y aun así acudían a él de todas partes.

 

Comentario de Pablo Díez

 

El texto del Levítico y el de Marcos brindan una lectura de contrastes. Un enfermo que según las prescripciones de la Ley no podía acercarse a nadie, sino tan sólo gritar desde lejos su condición de impuro, se aproxima insólitamente a Jesús y le plantea una súplica precedida de un acto de reverencia (arrodillarse).

La petición expresa una manifestación de fe, al tiempo que apela a la voluntad de Jesús y a su poder, en los que el leproso reconoce la acción de Dios, aquel cuya palabra realiza cuanto quiere (Is 55,11), porque lo ha creado todo según su voluntad (Sal 115,3; 135,6).

La dificultad de lo que se pide viene ejemplificada en el libro de Job, donde la lepra, por conllevar la exclusión de la comunidad, es considerada “el hijo primogénito de la muerte” (Jb 18,13). Curar a un leproso se equiparaba a resucitar un muerto (2Re 5,7).

La curación comienza con la compasión de Jesús, mostrando que la voluntad y el poder divino se ponen en acción por la misericordia. La omnipotencia de Dios se manifiesta en que se compadece de todos (Sab 12,23). Jesús expresa su voluntad de curar a través del gesto (extender la mano y tocar) que en el AT se atribuye a Moisés y Aarón cuando realizan prodigios por orden de Dios, y de la palabra y la orden sanadora que sirve de nexo entre la curación efectiva y la constatación cultual de la purificación exigida en Lv 14,1-8.

Al no permitirle revelar la curación más que al sacerdote, Jesús se muestra en sintonía con la Ley emanada del propio Dios cuya gloria busca siempre (1Cor 10,31), sustrayéndose a la fama que le brinda la proclamación del enfermo en su dicha por sentirse rehabilitado (Sal 31,1-2).


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