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VI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

 

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

 

«No creáis que he venido a abolir la Ley y los profetas: no he venido a abolir, sino a dar plenitud. Os aseguro que antes pasarán el cielo y la tierra que deje de cumplirse hasta la última letra o tilde de la Ley. El que se salte uno sólo de los preceptos menos importantes, y se lo enseñe así a los hombres será el menos importante en el reino de los cielos. Pero quien los cumpla y enseñe será grande en el reino de los cielos.

Os lo aseguro: Si no sois mejores que los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos. Habéis oído que se dijo a los antiguos: "No matarás", y el que mate será procesado.

 

Pero yo os digo: Todo el que esté peleado con su hermano será procesado. Y si uno llama a su hermano "imbécil", tendrá que comparecer ante el Sanedrín, y si lo llama "renegado", merece la condena del fuego.

 

Por tanto, si cuando vas a poner tu ofrenda sobre el altar, te acuerdas allí mismo de que tu hermano tiene quejas contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano, y entonces vuelve a presentar tu ofrenda. Con el que te pone pleito, procura arreglarte en seguida, mientras vais todavía de camino, no sea que te entregue al juez, y el juez al alguacil, y te metan en la cárcel. Te aseguro que no saldrás de allí hasta que hayas pagado el último cuarto.

 

Habéis oído el mandamiento "no cometerás adulterio". Pues yo os digo: El que mira a una mujer casada deseándola, ya ha sido adúltero con ella en su interior. Si tu ojo derecho te hace caer, sácatelo y tíralo. Más te vale perder un miembro que ser echado entero en el infierno. Si tu mano derecha te hace caer, córtatela y tírala, porque más te vale perder un miembro que ir a parar entero al infierno.

 

Está mandado: "El que se divorcie de su mujer, que le dé acta de repudio." Pues yo os digo: El que se divorcie de su mujer, excepto en caso de impureza, la induce al adulterio, y el que se case con la divorciada comete adulterio.

 

Habéis oído que se dijo a los antiguos: "No jurarás en falso" y "Cumplirás tus votos al Señor". Pues yo os digo que no juréis en absoluto: ni por el cielo, que es el trono de Dios; ni por la tierra, que es estrado de sus pies; ni por Jerusalén, que es la ciudad del Gran Rey. Ni jures por tu cabeza, pues no puedes volver blanco o negro un solo pelo. A vosotros os basta decir "sí" o "no". Lo que pasa de ahí viene del Maligno.»

 

 

Comentario de Miguel Ángel Garzón

Eclo 15,16-21; Sal 118; 1Cor 2,6-10; Mt 5,17-37

 

Las lecturas de este domingo nos sitúan ante la ley y la sabiduría de Dios. La ley de Cristo frente a la ley de Moisés. El pasaje del Eclesiástico afirma la inmensidad de la Sabiduría de Dios que todo lo observa. Él pone ante el hombre su ley, está a su alcance (“si quieres, guardarás sus mandatos”), y de ella depende su destino: muerte o vida. El Salmo proclama la dicha de los que caminan en la voluntad del Señor guardando sus preceptos, buscándolo de todo corazón. El orante pide a Dios que le muestre el camino de sus leyes y le enseñe a cumplirlas.

 

El evangelio, continuando la lectura del discurso de Jesús en la montaña, nos acerca a la ley de Cristo. Él no ha venido para abolir la ley de Moisés sino a darle plenitud. No basta quedarse en la letra, como los letrados y fariseos. Jesús pide enseñar y cumplir la ley para entrar en el Reino de los cielos. Pero va mucho más allá del cumplimiento de la letra. Expone la ley y su propuesta como nueva ley. Pasa revista a tres mandamientos: No matarás, no cometerás adulterio, no jurarás en falso. A cada uno contrapone una exigencia mayor (“pero yo…”), para vivir el espíritu de la letra. No basta con no matar sino con no matar al hermano con el corazón o los labios (fraternidad que posibilita el culto verdadero a Dios). No basta con no cometer adulterio sino con no perder la fidelidad de la mente y el corazón (fidelidad que evita la separación). No basta con no jurar en falso sino con no poner a Dios como garante de la propia palabra, siendo sinceros y coherentes. Jesús enseña más que preceptos unas actitudes y principios máximos de vida que orientan en el camino del Reino. Esta es la plenitud de la ley: la sabiduría de la ley del Amor que nace del corazón y se manifiesta en acciones.

 

Pablo muestra a los corintios esta sabiduría divina, que no pertenece a los poderes de este mundo que llevaron a Cristo a la cruz, al no reconocer la gloria de su humanidad. Es la sabiduría que procede del Espíritu y que penetra en las profundidades de Dios y, en consecuencia, en las profundidades del ser humano. Sabiduría del Espíritu que se revela en el misterio de la cruz del Señor, en el misterio de la nueva ley del Amor.

 

 


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