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V DOMINGO DE PASCUA

 

Jesús dijo a sus discípulos: 
"No se inquieten. Crean en Dios y crean también en mí. 
En la Casa de mi Padre hay muchas habitaciones; si no fuera así, se lo habría dicho a ustedes. Yo voy a prepararles un lugar. 
Y cuando haya ido y les haya preparado un lugar, volveré otra vez para llevarlos conmigo, a fin de que donde yo esté, estén también ustedes. 
Ya conocen el camino del lugar adonde voy". 
Tomás le dijo: "Señor, no sabemos adónde vas. ¿Cómo vamos a conocer el camino?". 
Jesús le respondió: "Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre, sino por mí." 
Si ustedes me conocen, conocerán también a mi Padre. Ya desde ahora lo conocen y lo han visto". 
Felipe le dijo: "Señor, muéstranos al Padre y eso nos basta". 
Jesús le respondió: "Felipe, hace tanto tiempo que estoy con ustedes, ¿y todavía no me conocen? El que me ha visto, ha visto al Padre. ¿Cómo dices: 'Muéstranos al Padre'? 
¿No crees que yo estoy en el Padre y que el Padre está en mí? Las palabras que digo no son mías: el Padre que habita en mí es el que hace las obras. 
Créanme: yo estoy en el Padre y el Padre está en mí. Créanlo, al menos, por las obras. 
Les aseguro que el que cree en mí hará también las obras que yo hago, y aún mayores, porque yo me voy al Padre."

 

Comentario de Álvaro Pereira

 

En las últimas semanas de Pascua, la Iglesia vuelve a leer, con profundo reconocimiento, el discurso joánico del adiós. El afligido relato de una partida inminente se convierte, en virtud de la exaltación de Jesús, en el discurso emocionado del amor más grande. Desde la óptica de la resurrección, las palabras que Jesús dice antes de padecer encuentran pleno cumplimiento. Él está ya en la casa del Padre preparando sitio a sus fieles. El lector, por tanto, escucha las preguntas de Tomás y Felipe con la secreta convicción del que sabe más que ellos: él conoce que Jesús es el camino hacia el Padre y que quien ha visto a Jesús ha visto al Padre. Ahora bien, el lector debe acoger la interpelación de Jesús («¿acaso no creéis que yo estoy en el Padre y el Padre está en mí?»: 14,11) como un acicate para crecer en la fe: solo el que cree en Dios y en Jesús (14,1) podrá afrontar el dolor y la muerte sin que tiemble su corazón (14,1.27). La fe lo capacitará para hacer sus obras, y aún mayores, gracias a que Jesús, con su partida, ha dado inicio a una nueva era en la que el futuro de Dios ha invadido la historia. Creer, reconocer, caminar hacia el Padre… son los verbos de la Pascua.

En la 1 Pedro contemplamos uno de los textos más ricos sobre la Iglesia en el NT. El texto se articula de la siguiente forma:

 

a (v.4) Cristo, piedra viva, desechada por los hombres pero elegida por Dios,

b (v.5) los creyentes, piedras vivas de la casa espiritual, ofrecen sacrificios espirituales

A’ (vv.6-8)  Cristo en la Escritura: Is 28,16; Sal 118,22; Is 8,14.

B’(vv.9-10) los creyentes en la Escritura: Is 43,20; Ex 19,6; 23,22; Is 43,21; Os 1,6.9

 

En virtud del cumplimiento de las Escrituras, la Iglesia es presentada como una construcción en crecimiento que se asienta sobre la piedra viva que es Cristo. Es una casa espiritual cuyos sillares ya no son los del templo de Jerusalén sino los cristianos, piedras vivientes, que ofician un culto nuevo: ya no las ofrendas de animales, sino el sacrificio espiritual de la propia vida, a imagen de Cristo. Así pues, los creyentes reciben una nueva identidad: son «linaje elegido», «sacerdocio real», «nación santa», «pueblo adquirido», llamados a anunciar las alabanzas del que los ha salvado de las tinieblas a su luz admirable.

 

 


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