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Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo

 
Pero la gente lo supo y partieron tras él. Jesús los acogió y volvió a hablarles del Reino de Dios mientras devolvía la salud a los que necesitaban ser atendidos.
El día comenzaba a declinar. Los Doce se acercaron para decirle: «Despide a la gente para que se busquen alojamiento y comida en las aldeas y pueblecitos de los alrededores, porque aquí estamos lejos de todo.»
 
 
Jesús les contestó: «Denles ustedes mismos de comer.» Ellos dijeron: «No tenemos más que cinco panes y dos pescados. ¿O desearías, tal vez, que vayamos nosotros a comprar alimentos para todo este gentío?»
 
 
De hecho había unos cinco mil hombres. Pero Jesús dijo a sus discípulos: «Hagan sentar a la gente en grupos de cincuenta.»Así lo hicieron los discípulos, y todos se sentaron.
 
 
Jesús entonces tomó los cinco panes y los dos pescados, levantó los ojos al cielo, pronunció la bendición, los partió y se los entregó a sus discípulos para que los distribuyeran a la gente. Todos comieron hasta saciarse. Después se recogieron los pedazos que habían sobrado, y llenaron doce canastos.
 
Comentario de Antonio Guerra
 
 
Celebra la Iglesia la fiesta del don que nos hizo Jesús antes de su pasión. La generosidad del Señor se manifiesta hoy en el evangelio, y todavía más en la segunda lectura, que nos remite a la última Cena. La primera lectura, tomada del libro del Génesis, nos proporciona una luz que complementa el profundo misterio del don del Señor.
 
 
El fragmento de Lucas leído en un contexto eucarístico destaca uno de los aspectos en que se puede considerar la Eucaristía: la comida ofrecida por el Señor a todos los hombres. La comida tiene en el mundo oriental un valor sagrado, ya que los alimentos son dones venidos de Dios: el comerlos provoca la unión con Dios. Además la comida crea o refuerza las relaciones de unión entre los comensales. Cristo al dar su comida a las gentes quiere simbolizar la comunión que establece con ellos y él con su Padre.
 
 
Un aspecto que no puede escaparse, es la dimensión eclesial del milagro de los panes y los peces. Son los discípulos los que detectan el problema del hambre de la muchedumbre y proponen una solución;  y el Señor les responde con una solución que les compromete: “Dadles vosotros de comer”. La debilidad de los discípulos puesta en las manos del Señor se convierte en milagro para la multitud. El Señor reparte su pan por medio de los discípulos hasta que todos se sacian.
 
 
Pablo nos habla de un memorial que se hace historia: la historia del Maestro de Nazaret, que, en el momento de la “entrega” compartió con los suyos un banquete de comunión y, ofreciendo pan y vino en la cena, interpretó su propia historia como el comienzo de una nueva alianza entre Dios y su pueblo. La cena eucarística se convierte en anuncio de la eficacia de la muerte y resurrección de Jesús en toda la historia.
 
 
Jesús aceptó que su cuerpo y su sangre fueran inmolados para propagar el amor de Dios por todo el mundo, para vencer a la muerte, al pecado, y brindar a todos los hombres la posibilidad de avanzar hacia la vida plena. Se nos propone que acojamos este don de una manera activa: debemos aceptar que el dinamismo de Amor de Jesús transforme nuestra vida en una ofrenda generosa a Dios por el bien de nuestros hermanos.  
 

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