Solemnidad de la Ascensión del Señor
Evangelio según San Lucas 24,46-53.
Jesús dijo a sus discípulos: «Todo esto estaba escrito: los padecimientos del Mesías y su resurrección de entre los muertos al tercer día.
Luego debe proclamarse en su nombre el arrepentimiento y el perdón de los pecados, comenzando por Jerusalén, y yendo después a todas las naciones, invitándolas a que se conviertan.Ustedes son testigos de todo esto.
Ahora yo voy a enviar sobre ustedes lo que mi Padre prometió. Permanezcan, pues, en la ciudad hasta que sean revestidos de la fuerza que viene de arriba.»
Jesús los llevó hasta cerca de Betania y, levantando las manos, los bendijo.
Y mientras los bendecía, se separó de ellos (y fue llevado al cielo.
Ellos se postraron ante él. Después volvieron llenos de gozo a Jerusalén,
y continuamente estaban en el Templo alabando a Dios.
Comentario de Pablo Díez
Lo que primero llama la atención en las lecturas de este domingo, es el doble relato de la Ascensión, narrado tanto en la primera lectura como en el evangelio. La Ascensión funciona en la narración lucana como la última aparición de Cristo resucitado desde la gloria, cuando en forma visible, se despide de sus seguidores reunidos como el núcleo de la nueva comunidad, la Iglesia, que adquirirá carta de ciudadanía con el envío del Espíritu en Pentecostés. La ascensión funciona así como el final del periodo de Jesús, con su muerte y resurrección se ha completado su tránsito al Padre al que se hacía referencia en el relato de la Transfiguración como núcleo del diálogo de Jesús con Moisés y Elías (Lc 9,31). Con la Ascensión se ha alcanzado la meta y el destino hacia el que Jesús caminaba irrevocablemente.
Lucas ha dramatizado la exaltación como una ascensión visiblemente perceptible de Cristo al cielo, en la línea del salmo 46, donde la ascensión de Yahvé no se presenta como una acción repetida, sino puntual, y remite a la principal gesta salvífica de Dios, haciendo subir a su pueblo desde Egipto. Jesús ha protagonizado el auténtico éxodo subiendo a Jerusalén para sufrir la Pasión y resucitar luego de entre los muertos. La afirmación esencial sobre la ascensión de Jesús, es que ya está en la gloria del Padre, entronizado a su derecha, tal como nos dice la Carta a los Efesios (Ef 1,20-21), desde donde enviará el Espíritu a sus seguidores para revestirlos de la fuerza que viene de lo alto (Lc 24,49). El Espíritu capacita para la misión, haciendo comprender a los apóstoles el nuevo modo de presencia de Jesús, a partir de ahora su presencia no será visible, sino sacramental, teniendo lugar de modo privilegiado en la fracción del pan. La Iglesia jamás se sentirá sola y huérfana en el cumplimiento del encargo hecho por el Señor, al contrario su presencia permanente será garantía de la fecundidad del anuncio del Evangelio.
