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SED DE JUSTICIA

    A veces la realidad nos trae noticias que resultan harto complicado o duras de enfrentar. Hoy mismo, nos hemos levantado con una de esas difícilmente tienen fácil encaje, sea porque nos enfrentan a sopesar un equilibrio imposible entre sufrimiento y justicia, sea porque en el fondo nos demandan una reacción ante la indiferencia de la sociedad o la inacción de quienes, siendo responsables, pareciera que se amodorran en sus asientos a la espera de que venga quizás otro a solucionar el entuerto. Es justo reconocer que ver a ciertos personajes que evitan la cárcel y salen a la calle, tras penar insuficientemente en nuestras prisiones por la comisión de algunos delitos de gravedad insuperable, como el caso de hoy de un tal "Potros", enerva la más pasiva de las actitudes ante lo que viene sucediendo día tras día en nuestra maltrecha sociedad.

    Durante los años 90 y primera década del presente siglo XXI aproximadamente, aunque con base en teorías penales desarrolladas desde finales de los ochenta, nuestros políticos han hecho en España un reajuste del Código Penal, de las leyes procesales y de la normativa de prisiones, que consiente cuanto estamos viendo en estos días. Basándose en una, a mi modo de ver laxa consideración hacia determinados valores objetivos, se ha consentido en primer lugar que la calificación de ciertos comportamientos no tuviera la pena que probablemente ahora está exigiendo la sociedad; a su vez, se ha tenido una considerada compasión hacia las personas sometidas a las distintas penalidades, construyéndose todo un entramado legalista que permite al final aplicar reducciones de penas que claman contra un mínimo sentido de la Justicia. Y no lo digo porque considere que deba haber satisfacción alguna para con el ofendido, la víctima, en un sentido vindicativo de la Justicia, como sucede en los sistemas penales de origen anglosajón, que no comparto, sino porque soy de la profunda convicción de que en el fondo un sistema penal y sancionador también traduce determinados valores y sentidos de cada sociedad: entre otros, la pérdida del sentido de la honra y de la honorabilidad de los comportamientos da lugar a que se sobrevaloren otros aspectos de lo punible, resultando que en el fondo queda gravemente afectada nuestra sociedad en su conjunto. Una comunidad sin sentido del honor o de la honradez, es pasto fácil para el fuego de la manipulación y de la injusticia.

    Lo que está soportando nuestro país, bajo un antaño gobierno discutiblemente de izquierdas y el hogaño y también discutible gobierno liberal, no tiene parangón en la medida de todas las desmedidas del deshonor. Todo apunta a que tras determinadas medidas para las que se pone como fachada a otros órganos del sistema, existen políticas, en este caso en materia terrorista, que tienen más que ver con decisiones tomadas por debajo de la mesa y subrepticiamente sin el consenso de la ciudadanía, ante su impopularidad, sí, pero también ante los deshonroso de las mismas, su falta casi absoluta del sentido del honor y de un mínimo punto de valor que las hiciera aceptables o, hasta cierto punto, soportables en justa correspondencia frente a un mal mayor. La honra propia del ciudadano de a pie queda reducida al desdoro de nuestros gobernantes, ora irresponsables, ora manirrotos, que no contentos con llevarnos a la quiebra, entre desempleo y distintas freidurías impositivas, nos someten a la herida insuperable de un deshonor como el de hoy y como tantos otros que han venido jalonando los últimos años, al que nos someten políticos sin criterio, ora sin honra ora sin decoro. Ya son tantas las cosas que no deberían haber sucedido, las que los ciudadanos no deberíamos haber sufrido, las que nuestros responsables no deberían haber provocado, que cada día que pasa me resulta tanto más extraño que no se produzca una explosión social sin mesura ni control.

    El sentido de la Justicia es una de las perspectivas donde se evidencia la manifestación de Dios. La Justicia aparece en las Escrituras frecuentemente con hasta cuatro acepciones, e incluso de manera creciente conforme se va avanzando en los textos bíblicos, hasta llegar a Jesucristo, culmen de la Justicia, digamos, donde la Justicia máxima se hace dios y hombre a la vez. El término utilizado en la Biblia con mayor frecuencia es, en griego δικαιοσ?νη (dikaiosyne) que tiene un significado extenso que va desde lo que se considera la "norma recta" hasta lo que supone un "comportamiento ordenado y justo". No obstante, el cumplimiento puntilloso de la Ley, conforme a la creencia judaica, no siempre supone una observancia de Justicia, en tanto que incluso puede llevar como consecuencia precisamente una injusticia humana. Sin fe en la gracia de Dios no cabe verdadera Justicia, la cual es una de los frutos del estado de gracia. Es más, la justicia legalista en no pocas ocasiones puede suponer un obstáculo al ejercicio de la fe. La verdadera Justicia en realidad es una manifestación de la relación del hombre con Dios, siempre y cuando un determinado acto de justicia se manifieste como expresión de voluntad y propósito divino, en cualquier caso dentro de los límites de lo que el hombre es capaz de abarcar respecto a cuál pueda ser la voluntad de Dios.

    Sea por la falta de Dios en nuestra sociedad, sea porque los cristianos consentimos con más miedo que reacción la aplicación más que injusta de algunas normas manifiestamente inadmisibles, el resultado final es que la honorabilidad de todos queda en entredicho hasta el punto en el que tarde o temprano, sospecho, acabaremos enfrentando sin duda todos estos tiempos de injusticia con una reacción esperemos que no desmesurada de una sociedad ahíta de desconciertos hasta el hartazgo.
 


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