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Primer domingo de Cuaresma

Evangelio según San Lucas 4,1-13.

 

Jesús, lleno del Espíritu Santo, regresó de las orillas del Jordán y fue conducido por el Espíritu al desierto, donde fue tentado por el demonio durante cuarenta días. No comió nada durante esos días, y al cabo de ellos tuvo hambre.

 


El demonio le dijo entonces: "Si tú eres Hijo de Dios, manda a esta piedra que se convierta en pan".

 


Pero Jesús le respondió: "Dice la Escritura: El hombre no vive solamente de pan".
Luego el demonio lo llevó a un lugar más alto, le mostró en un instante todos los reinos de la tierray le dijo: "Te daré todo este poder y el esplendor de estos reinos, porque me han sido entregados, y yo los doy a quien quiero.

 


Si tú te postras delante de mí, todo eso te pertenecerá".

 


Pero Jesús le respondió: "Está escrito: Adorarás al Señor, tu Dios, y a él solo rendirás culto".

 


Después el demonio lo condujo a Jerusalén, lo puso en la parte más alta del Templo y le dijo: "Si tú eres Hijo de Dios, tírate de aquí abajo,porque está escrito: El dará órdenes a sus ángeles para que ellos te cuiden.

 


Y también: Ellos te llevarán en sus manos para que tu pie no tropiece con ninguna piedra".

 


Pero Jesús le respondió: "Está escrito: No tentarás al Señor, tu Dios".


Una vez agotadas todas las formas de tentación, el demonio se alejó de él, hasta el momento oportuno.

 

Comentario de


Lucas nos hace ver que Jesús, como Mesías, es el portador del Espíritu Santo, que ha bajado sobre Él con ocasión de su bautismo (Lc 3,22). Así lo afirmará el propio Jesús, comentando a Isaías (Is 61,1s), en la sinagoga de Nazaret (Lc 4,18). La experiencia que Jesús va a vivir en el desierto se produce bajo el influjo del Espíritu. Las tres escenas de la tentación describen a Jesús como Hijo de Dios, obediente a la voluntad del Padre; por eso no cede a la seducción de usar sus poderes o su autoridad de Hijo para una finalidad distinta de la que constituye su misión. La tentación consistía, precisamente, en proponer a Jesús que utilizara el poder mesiánico con un fin egoísta (satisfacer el hambre, la vanidad o la ambición de poder).

 


Como marco unificador de las tres escenas están las citas tomadas del Deuteronomio (Dt 8,3; 6,13s; 6,16); concretamente, de los pasajes donde se recuerdan los tres momentos del éxodo, en que Israel, durante su peregrinación por el desierto, fue puesto a prueba y falló. Implícitamente, hay una comparación entre Jesús y el pueblo. Donde el antiguo Israel había fallado, Jesús sale victorioso. A la desconfianza de Israel se contrapone la plena confianza de Jesús. Esta actitud de Jesús devuelve su sentido al Sal 90, que el Tentador había viciado, sacando de quicio dos de sus versos (Sal 90,11-12) con la pretensión de transformar la confianza, a la que invita el salmo, en presunción y temeridad.

 


La tentación ilumina así el sentido profundo de la dignidad mesiánica de Jesús. Su condición de Hijo le hace ser el único capaz de asumir con plena fidelidad la profesión de fe de Israel (Dt 26,5-10),  lo que lleva a Pablo a proponer a los creyentes, como objeto esencial de su fe, la confesión del señorío de Cristo, es decir, su divinidad, puesta de manifiesto en la resurrección de los muertos.  Esta adhesión a Cristo resucitado permite superar la tentación, no ser confundido, tal como dice el Apóstol citado a Isaías (Is 28,16), y alcanzar la salvación.

 

 


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