Archidiócesis de Sevilla

Después de la partida de los magos, el Angel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: "Levántate, toma al niño y a su madre, huye a Egipto y permanece allí hasta que yo te avise, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo".

José se levantó, tomó de noche al niño y a su madre, y se fue a Egipto.

Allí permaneció hasta la muerte de Herodes, para que se cumpliera lo que el Señor había anunciado por medio del Profeta: Desde Egipto llamé a mi hijo.

Cuando murió Herodes, el Angel del Señor se apareció en sueños a José, que estaba en Egipto,

y le dijo: "Levántate, toma al niño y a su madre, y regresa a la tierra de Israel, porque han muerto los que atentaban contra la vida del niño".

José se levantó, tomó al niño y a su madre, y entró en la tierra de Israel.

Pero al saber que Arquelao reinaba en Judea, en lugar de su padre Herodes, tuvo miedo de ir allí y, advertido en sueños, se retiró a la región de Galilea,  donde se estableció en una ciudad llamada Nazaret. Así se cumplió lo que había sido anunciado por los profetas: Será llamado Nazareno.

Comentario de Álvaro Pereira

El evangelio que la liturgia propone para este domingo (Mt 2,13-15.19-23, se omite el asesinato de los inocentes) debe ser leído desde una doble perspectiva. Por un lado, se narran las vicisitudes de José, el niño y la madre. Es una historia dramática —tienen que huir “de noche”— de refugiados y emigrantes, bajo la sombra amenazante de poderes injustos, primero Herodes y después Arquelao. Para Mateo pues, Jesús, el Dios-con-nosotros (1,23), experimenta desde pequeño una existencia débil que lo llevará de mayor a no tener “donde reclinar la cabeza” (8,20). Sin embargo, este retrato de fragilidad y desvalimiento tiene profundidad. El lector, invitado a devenir creyente, es animado a reconocer que el auténtico guía de los designios de la historia es Dios, quien envía al ángel para evitar la muerte del niño y cumple sus profecías de modos inesperados.

Tanto la huida como la vuelta de Egipto son interpretadas desde sendas profecías, que revelan el plan divino. En primer lugar, la huida a Egipto se convierte en ocasión para que el niño cumpla el oráculo de Oseas: “de Egipto llamé a mi hijo” (Os 11,1; Mt 2,15). Jesús, volviendo de Egipto, realiza el éxodo definitivo. Si el pueblo fue infiel a Dios cuando durante cuarenta años fue tentado en el desierto, Jesús rehabilitará a Israel obedeciendo al Padre durante cuarenta días en el desierto de sus tentaciones (Mt 4,1-11). En segundo lugar, el aparente dato fugaz de que se retiraron a Nazaret, cumple otro oráculo: “será llamado Nazareno” (Mt 2,23). Esta enigmática profecía puede sugerir que Jesús va a ser un “nazir”, consagrado de Dios, de ahí nazareno (dicho de Sansón en Jueces 13,5; 16,17); o puede referirse a la profecía mesiánica sobre el vástago que brotará del “tronco de Jesé” (Is 11,1). El lugar de su crianza, por tanto, revela a Jesús como hijo de David que cumple las profecías sobre el Reinado de Dios. Así pues, Mateo nos hace ver que la historia de la familia de Jesús —y, para el creyente, la historia de su propia familia— no está gobernada por el azar y los poderes adversos, sino que responde misteriosamente al plan divino, designio que siempre es de esperanza y salvación. En conclusión, vida sencilla y vocación divina, vicisitudes cotidianas y designios celestes son las dos coordenadas en las que se desarrolla la historia de la Sagrada Familia.

La primera lectura, del Eclesiástico, exhorta al aprendiz de sabio a respetar a los padres, cuya honra es querida por Dios. En la segunda lectura, la carta a los Colosenses reporta un código doméstico en el que destaca la ley de la reciprocidad: tanto mujeres y maridos como hijos y padres se deben entregar sin reservas a sus respectivos, a imagen del Señor.