Mons. Saiz: “El Obispo se ha de distinguir por la búsqueda continua de la voluntad de Dios, siguiendo el ejemplo de Cristo”

Mons. Saiz: “El Obispo se ha de distinguir por la búsqueda continua de la voluntad de Dios, siguiendo el ejemplo de Cristo”

Homilía del arzobispo de Sevilla, monseñor José Ángel Saiz, en la misa de ordenación episcopal de los dos nuevos obispos auxiliares de Sevilla.

Catedral de Santa María de la Sede (Sevilla). 27 de mayo de 2023

  1. Nos hemos reunido en torno al altar del Señor en esta Catedral de Santa María de la Sede con el corazón henchido de sentimientos de alegría y acción de gracias por la ordenación episcopal de Mons. Teodoro León Muñoz y de Mons. Ramón Valdivia Jiménez, llamados a ser Sucesores de los Apóstoles. Quiero expresar mi saludo agradecido a todos los hermanos y hermanas presentes en esta celebración. En primer lugar, al Sr. Nuncio de Su Santidad en España, con el ruego de que haga llegar al Santo Padre Francisco mi agradecimiento por la confianza depositada, y el testimonio de mi cordial comunión y adhesión a su persona y a su magisterio. Saludo a los Arzobispos y Obispos presentes, signo visible de comunión, colegialidad y sinodalidad episcopal.
  2. Un saludo fraternal a los miembros del Colegio de Consultores y del Cabildo metropolitano, a los vicarios episcopales, a los delegados episcopales y diocesanos, a todos los hermanos sacerdotes del clero secular y regular, y a los diáconos; también a los seminaristas, a los miembros de Institutos de vida consagrada y sociedades de vida apostólica, al Ordo Virginum y a las comunidades de vida contemplativa. Saludo a todos los fieles laicos, a las familias, a los jóvenes; a los miembros de instituciones caritativas y sociales, de movimientos, asociaciones y diferentes realidades eclesiales; a los miembros de las hermandades y cofradías. Saludo a los aquí presentes y a los que participáis en la celebración a través de los medios de comunicación, en particular a los ancianos y a los enfermos.
  3. Un saludo respetuoso y cordial a las Excelentísimas autoridades presentes: autoridades civiles, militares, judiciales y académicas de la Comunidad Autónoma de Andalucía, de la provincia y de la ciudad de Sevilla.

Un saludo especial a don Teodoro y a don Ramón, y a vuestras familias.

  1. La Palabra de Dios que hemos escuchado nos hace presente el misterio de la vocación, la llamada de Dios que interpela y compromete al ser humano en su totalidad. Dios llama y confía una misión, y aunque la persona responda sintiéndose pequeña e incapaz, el Señor confirma la llamada y encomienda la misión de anunciar sin miedo el mensaje. Profetas y Apóstoles, a lo largo de la historia, han vivido entregados en cuerpo y alma a la misión, y en medio de no pocas vicisitudes y contradicciones, su mensaje de esperanza ha sido iluminador para los corazones y las situaciones humanas concretas.
  2. La historia de toda vocación sacerdotal es la historia de un diálogo inefable entre Dios y el hombre, entre el amor de Dios que llama y la libertad de quien le responde. Este modelo de iniciativa de Dios y de libertad responsable del ser humano, aparece siempre en las escenas vocacionales a lo largo de la Sagrada Escritura y de la historia de la Iglesia. Ahora bien, la iniciativa de la llamada pertenece a Dios, tal como queda reflejado en las palabras de Jesús a los apóstoles: «No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto permanezca» (Jn 15, 16).
  3. Toda vocación cristiana tiene lugar en la Iglesia y a través de ella, porque Dios ha querido santificar y salvar a los hombres convocándolos y uniéndolos como pueblo elegido en la Iglesia. Toda vocación cristiana, en sus variadas formas, es un don destinado a la edificación de la Iglesia. Esto se realiza de una manera específica en la vocación sacerdotal, que es una llamada, a través del sacramento del Orden, a ponerse al servicio del Pueblo de Dios desde una peculiar pertenencia y configuración con Jesucristo.
  4. Timoteo fue el primer obispo de Éfeso, un íntimo colaborador de san Pablo, que le alienta a permanecer firme en la doctrina recibida, como hemos escuchado en la segunda lectura. Le recomienda reavivar el don de Dios que está en él por la imposición de sus manos, el carisma episcopal que Timoteo ha recibido. En virtud de este carisma, está llamado a vivir con confianza y sabiduría, en medio de las dificultades presentes, firme en la labor de anuncio del Evangelio. San Pablo le invita a vivir poniendo el acento en la acción eficaz y gratuita de Dios, revelada ahora con Cristo en el anuncio evangélico. Como él, también nosotros sabemos de quien nos hemos fiado.
  5. Queridos Ramón y Teodoro: habéis sido llamados al Episcopado. En virtud de la consagración episcopal recibiréis la plenitud del sacramento del Orden y seréis configurados ontológicamente con Jesucristo como Pastores en su Iglesia, y constituidos miembros del Colegio Episcopal. Os convertiréis en sacramento de Cristo mismo presente en medio de su pueblo, anunciando la Palabra, administrando los sacramentos de la fe y guiando a su Iglesia. Vuestro ministerio episcopal queda articulado según la triple función de enseñar, santificar y regir, como participación de la misión de Cristo.
  6. Vuestra misión principal será por un lado anunciar el Evangelio a todo el mundo, cumpliendo el mandato del Señor, llevar a los pobres su anuncio gozoso, para que todos los hombres reciban la salvación por medio de la fe, para que reciban la verdadera libertad y esperanza que permiten vivir al ser humano como hijo de Dios. Enseñar la Palabra de Dios, e invitar a todos a la conversión y a la santidad. Con una predicación que anuncia la Palabra de Dios aplicando la verdad perenne del Evangelio a las circunstancias concretas de la vida de las personas.
  7. Esta misión comporta también ayudar a curar la herida interior del ser humano, su lejanía de Dios, por medio de los sacramentos, que son las fuentes de la misericordia de Dios. Como dispensadores de los misterios de Dios, ayudaréis a la santificación de las personas y al crecimiento de la Iglesia. Finalmente, se os confía plenamente el oficio pastoral, es decir, el cuidado habitual y cotidiano de las ovejas, actualizando la autoridad y el servicio de Jesucristo, guiando y sirviendo a la comunidad eclesial. Se trata de reflejar la paternidad de Dios con vuestra vida y ministerio, reflejar la bondad, la mansedumbre y la humildad de Cristo y su solicitud por cada persona. De manera especial deberéis entregaros a los más pobres y pequeños, reuniendo y conduciendo a la comunidad como una familia.
  8. Con la consagración episcopal recibiréis una especial efusión del Espíritu Santo que os configura a Cristo, Cabeza y Pastor. Él es la fuente única y permanente de la espiritualidad del Obispo, que está llamado a santificarse y santificar sobre todo en el ejercicio de su ministerio, imitando la caridad del Buen Pastor. La espiritualidad del Obispo es eclesial, porque todo en su vida se orienta a la edificación de la Santa Iglesia; una espiritualidad de comunión, de confianza en Dios y de un realismo espiritual que lleva a vivir la llamada a la santidad en medio de dificultades externas e internas, de las debilidades propias y ajenas, en definitiva, siguiendo las huellas de Jesucristo.
  9. “Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos (…) Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor: a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer”. Este texto muestra la comunión de destino entre los discípulos y el Maestro y también la humildad y la actitud de servicio que ha de caracterizar en la Iglesia a quienes ejercen mayor responsabilidad. La autoridad queda transformada en servicio. Sólo es posible llevarlo a término desde la confianza absoluta en Dios, viviendo en unión profunda con Cristo, permaneciendo en Él, manso y humilde de corazón, pobre y obediente hasta la muerte en cruz. Servir y dar la vida: este es el resumen de la existencia y de la misión de Jesucristo, este es el único sentido de la vida de quien ha sido llamado al episcopado.
  10. Un servicio y un amor que sólo se pueden vivir permaneciendo en la amistad con él, en la intimidad que queda sellada en este momento trascendental para vosotros. Entonces vuestra vida dará fruto, un fruto que perdura por la identificación con Jesucristo y con María Santísima. Ella se presenta como la esclava del Señor cuando responde al anuncio del ángel. Su obediencia y docilidad están en plena sintonía con lo que será una constante en la vida de Jesús: «Mi alimento es hacer la voluntad del que me envió y llevar a cabo su obra» (Jn 4, 34).
  11. El Obispo se ha de distinguir por la búsqueda continua de la voluntad de Dios. Obediencia a la Palabra de Dios y a la autoridad de la Iglesia, fidelidad a la misión que se le ha confiado. Con libertad de espíritu, con parresía, sin dejarse condicionar por las modas pasajeras o por lo políticamente correcto; anunciando el Evangelio con todas sus consecuencias; sin buscar el poder, ni el prestigio o la estima para sí mismo. La prudencia ha de adornar especialmente su vida y ministerio. La prudencia evangélica, la sabiduría práctica que facilita el cumplimiento de la voluntad de Dios, con humildad y conciencia de la propia debilidad, armonizando la fortaleza y la mansedumbre, la autoridad del gobierno y la sencillez del corazón.
  12. Servir dando la vida, este es el único modo de hacer fructificar el don recibido y la misión encomendada. El Señor nos ha confiado unos bienes salvíficos que no nos pertenecen, que son de la Iglesia. Y nosotros hemos de dar cuentas sobre los bienes recibidos. Es preciso hacerlos fructificar siguiendo el ejemplo de Cristo que da la vida en la cruz, que se inmola por la salvación del mundo. Esta cruz y este sacrificio son el signo que distingue de forma inequívoca al Buen Pastor de quien sólo es mercenario. La caridad pastoral vivida hasta las últimas consecuencias será el principio que confiera unidad a vuestra existencia.
  13. Queridos Teodoro y Ramón: seréis Obispos Auxiliares en la Archidiócesis de Sevilla. El Señor os ha elegido y os envía para que deis un fruto abundante y duradero. Su presencia nos da la fuerza para entregarnos con nuevo ardor y creatividad, dando respuesta a los desafíos del momento presente. El Espíritu Santo, protagonista de la misión, nos guía y acompaña. Os encomendamos a la intercesión de los santos obispos Geroncio, Leandro, Isidoro, y Manuel González, y al beato Marcelo Spínola; a las santas mártires Justa y Rufina, y a la beata Victoria Díez; os encomendamos a san Fernando, a los venerables Miguel Mañara y José Torres, y a las santas Ángela de la Cruz y María de la Purísima. María Santísima, Nuestra Señora de los Reyes, os guiará en todo momento para que seáis auténticos testigos de Cristo con una vida santa. Así sea.

 


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