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LA IGLESIA DEL DELANTAL

    En pleno día 8 de marzo, mi reflexión parte de la experiencia personal, haciéndome la pregunta sincera de cuál ha sido mi vivencia y mi experiencia respecto de las mujeres en la Iglesia. Respondo a eso como hombre, haciendo una revisión pormenorizada de la aparición de mujeres en los distintos ámbitos eclesiales que me ha regalado mi experiencia de la Fe. La primera experiencia propiamente de Fe que recuerdo fue la de la catequesis de comunión, allá por el año… 1978, un curso en los Salesianos de la Trinidad. A esa edad es difícil distinguir quién te forma religiosamente hablando, de quién te forma en otros ámbitos y cuestiones. Recuerdo con cariño a aquella joven profesora Inmaculada, fallecida después trágicamente, de quien sólo guardo una visión casi fugaz, pero que me transmitió ya entonces la necesidad de regalar afectividad gratuitamente para poder iniciar la experiencia de Dios. Más tarde, descubrí a mi madre en las catequesis de comunión, entregada desde hacía tiempo a cuanto le requerían desde el Colegio y en la medida de sus posibilidades. Para mi, Dios y la Iglesia, ya entonces, eran en parte mujer y en parte madre.

    Con posterioridad he ido compartiendo distintas experiencias en muy diferentes ámbitos eclesiales. Mis primeros grupos de fe fueron también en los Salesianos, aquellos grupos de animación catecumenal, en los que nos reuníamos jóvenes de ambos sexos: era una experiencia de convivencia que entonces, miren ustedes, sorprendía precisamente porque descubríamos a la mujer en un colegio al que aún no había llegado la mixtura de los sexos que hoy está más de moda. En esos momentos de ebullición hormonal, el descubrimiento de la mujer, de sus sensibilidades, de sus inquietudes, de sus aspiraciones e incluso sus deseos, se hacía allí en términos de compartida igualdad. Creo recordar cómo se compartía y convivía todo con una cotidiana igualdad casi natural.

    Mucho después, en estos años recientes, la Iglesia me ha llevado a coordinar distintas experiencias: la secretaría del SARUS allá por 1997, el trabajo en el Movimiento de Cursillos de Cristiandad, un encuentro de Oración de Taizé en 2009, las actividades de los Días en las Diócesis y la Jornada Mundial de la Juventud en Sevilla en los años 2010 y 2011, mi actual colaboración con el Musical "Gracias Don Bosco" de la Congregación Salesiana; hasta actualmente las labores profesionales unas veces o de colaboración y voluntariado con la Delegación de Medios de Comunicación de la Archidiócesis. Por dar unas cifras orientativas, en el SARUS la proporción hombre/mujer en los equipos de voluntariado podía estar en torno a un 40% hombres y un 60% mujeres; en el equipo de organización del encuentro de Oración de Taizé la proporción sería esa misma; en el equipo de coordinación de las actividades de las JMJ la proporción era de 45% hombres y un 55% mujeres; en el Equipo de Dirección de la Compañía del Musical la proporción es del 45% hombres y 55% mujeres, y en la propia Compañía se mantiene esa proporción aproximadamente; en el equipo de colaboración de la Delegación de Medios la proporción es exactamente de un 33% de hombres y un 67% femeninoEn resumen: quien diga que la mujer no tiene su lugar en la Iglesia es que o no conoce la Iglesia actual, o sencillamente lleva malas intenciones.

    Lógicamente, distinto es, se me dirá, que la mujer ocupe los ámbitos de poder y decisión dentro de las estructuras eclesiales. La imagen, a veces intencionadamente simplona, de la mujer sumisa y silente que se suele transmitir de la mujer católica me parece falsa. En los mismos grupos de trabajo que he debido coordinar siempre he encontrado mujeres cruciales a la hora de tomar las decisiones clave para cada actividad. Es más, no sólo se trata de tomar las decisiones, sino de impulsar con sus perspectivas y sus particulares sensibilidades las distintas acciones realizadas en cada ámbito. Es cierto, desde luego, que históricamente la Iglesia ha dado un flaco lugar a la mujer en sus estructuras, aunque tengo muchas dudas respecto a que ese lugar no fuera otro del que le dieran en cada momento la sociedad en general y la cultura concreta de cada instante histórico en el que nos situemos.

    Me quedo en definitiva con la imagen sencilla y muy descriptiva del obispo italiano Monsr. D. Tonino Bello, una "Iglesia de delantal", y no porque considere esta prenda más o menos femenina, que no es la idea, sino porque quien se pone el delantal es la persona que se mantiene al servicio de los otros, es la Iglesia de aquél Jesús cuyo único ornamento sacro es tomar una toalla y ceñírsela (Jn 13, 2-5) para ponerse al servicio de todos los demás. Tengo la firme convicción de que quien se pone al servicio de los demás es verdaderamente quien tiene el liderazgo, y por ello el poder, en las organizaciones. La mujer en la Iglesia ha sabido ponerse el delantal y lo hace con su sensibilidad y su buen estilo para llevar las riendas de la Iglesia doméstica y guardar como María todas estas cosas de Dios en su corazón.
 


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