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JE (NE) SUIS (PAS) CHARLIE HEBDO…

    No, yo no soy Charlie Hebdo. Así escrito en caliente, cuando aún está la policía persiguiendo a los terroristas por los terribles asesinatos cometidos ayer en París, en las oficinas de esta revista satírica, parecerá que nos apuntamos a esa maldita mala costumbre de dar motivos a los malos y justificar si cabe ciertas acciones que no tienen justificación. Cualquier opinión a este respecto, supone comenzar por aclarar meridianamente que no se puede estar bajo ningún concepto con los que asesinan, y mucho menos con quienes lo hacen en nombre de un dios al que ni siquiera respetan precisamente con sus acciones depravadas y destructoras de la Creación. No, imposible, no se puede tolerar nada de eso, y mucho menos que se realice con la excusa de atacar a un medio que utiliza el papel y la pluma para efectuar su crítica, enmarcadas si cabe dentro de ese ladino concepto que lo ampara todo, como la libertad de expresión. De ahí en adelante, empecemos por aclarar que defenderemos en todos los sentidos la libertad de declararse e incluso la libertad de expresar ciertas críticas…

    El problema, sin embargo, es que una cosa es la libertad y otra el libertinaje. Y con ello ni mucho menos voy a justificar que ciertas acciones puedan considerarse respuesta ante ciertas críticas. La sátira forma parte de nuestro acervo cultural, desde luego, y hemos de aceptarla como parte también protegida por la libertad de expresión. No obstante, hay que colocar cada cosa en su justa medida. Nuestra sociedad ha perdido cierta mesura en los valores que la sustentan, en su equilibrio, y es oportuno poner cada cosa en su lugar y mirar con perspectiva. Yo no soy Charlie Hebdo, no lo soy sencillamente porque respeto la libertad de pensar de todos, incluidos todos los redactores y dibujantes de Charlie Hebdo que han publicado verdaderas aberraciones inadmisibles e indefendibles en su revista, que han sacado algunas portadas no ya blasfemas, sino atentatorias contra verdaderos derechos humanos, incluido el deseo agresivo de esta publicación de ponerse a la gresca con todas las religiones, poniéndonos a todos en peligro. Se asemeja a aquél pastor fundamentalista Terry Jones, que puso a la quema el Corán en la plaza pública con una pura intención provocadora. Frente a esto, nuestra sociedad ha perdido la medida, nuestro sistema hace prevalecer la libertad de expresión, asumiendo incluso el libertinaje de expresión, dando lugar a que cualesquiera opinión tengan más dimensión e importancia que el libre pensamiento y actuar de miles de personas en el mundo que nos consideramos creyentes, pacíficos y tolerantes. Esta libertad de expresión lo soporta todo y pone en el candelero el debate entre libertad y libertinaje, entre libertades y su ejercicio, sin llegar ni mucho menos a justificar los atentados de esas mentes desalmadas y desequilibradas que utilizan cualquier excusa para cometer sus atrocidades. En suma, se trata de una cuestión de respeto mutuo, perdido, en el que los locos quieren imponer cada cual en su medida desmedida, la falta de respeto hacia el prójimo. Y resulta que no se vence ni con atentados, ni con la pluma satírica, sino con algo más de amor y empatía.

    Yo no soy Charlie Hebdo, lo mismo que no soy fundamentalista islámico, ni fundamentalista cristiano, ni soy de ese nuevo ateísmo también fundamentalista que lucha militante contra todas las religiones de manera agresiva y esperpéntica a veces, como el movimiento Femen. Yo no soy Charlie Hebdo, no, no puedo serlo porque no puedo considerar que las religiones sean materia de sátira indiscriminada y desconsiderada, que a los creyentes, cristianos, musulmanes, judíos, se nos trate con la desmedida e insultante blasfemia de forma constante, con la profanación de una serie de principios que consideramos fundamentales y sustento de nuestras vidas. Defenderé con mi vida si hace falta la libertad de Charlie, sin embargo, para expresarse, pero desde luego no me igualaré con él: a sus críticas, pondré la otra mejilla si es necesario. No, no me puedo igualar con quien mete en el mismo saco a un cristiano pacífico y a un fundamentalista enloquecido. No me puedo igualar con quien se dedica de constante a la provocación y al improperio sin causa ni razón. No puedo ser igual a quien iguala sátira y blasfemia, fundamentalismo religioso y fundamentalismo ateo…

    Y no puedo serlo sencillamente porque creo que el ojo por ojo no lleva a ningún sitio, ni a la libertad (de expresión), ni a Dios mismo.
 


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