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IV Domingo de Cuaresma

En aquel tiempo, dijo Jesús a Nicodemo:

“Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él,  tenga vida eterna.  Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.

El que cree en él no será juzgado; el que no cree ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del Unigénito de Dios.

Este es el juicio: que la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron la tiniebla a la luz, porque sus obras eran malas. Pues todo el que obra el mal detesta la luz, y no se acerca a la luz, para no verse acusado por sus obras. En cambio, el que obra la verdad se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están hechas según Dios”.

 

Comentario de Pablo Díez

 

La conexión entre la muerte y la glorificación de Jesús, típica del cuarto evangelio, nos ofrece una clave de lectura de los textos de este domingo. La situación de partida de los creyentes que presenta el Apóstol denota un proceso de muerte que tiene su origen en el pecado, dato clave de la teología paulina que aparece explicitado en la carta a los Romanos (Rom 5,12).

Una prefiguración de esta idea la encontramos en el texto de 2 Cr, donde se ofrece un pequeño resumen de la dinámica de la relación de Israel con Dios, tejida de múltiples transgresiones y apostasías (2Cr 36,14), que culminan con la caída del reino y la humillante deportación equiparadas a un estado de muerte, en el que la total carencia de méritos, que tanto subraya también Pablo, cifra la única esperanza de salvación, esbozada en el plazo puesto por Yahvé al destierro (2Cr 36,21; Lv 26, 34-35; Jer 25,11), en la gracia y la misericordia divinas.

La historia se muestra nuevamente como el marco de la actuación de Dios. Ciro, instrumento de la rehabilitación, expresa, con el mandato recibido de reconstruir el Templo, la voluntad de Yahvé de habitar de nuevo en medio de su pueblo.

 

En el evangelio de Juan la auténtica reconstrucción del Templo (Jn 2,19-22) se producirá cuando Jesús sea levantado. Aquí el evangelista juega con la doble acepción del verbo levantar (colgar / exaltar) para presentar la muerte de Jesús como su entronización.

 

La evocación del episodio de la serpiente de bronce supone la invocación de una especie de principio “homeopático”, según el cual la muerte se combate desde dentro, no rehuyéndola, ya que mirar al crucificado (aparente signo de muerte y maldición) implica recuperar la vida, o mejor dicho, adquirirla de modo definitivo. Bajo el binomio luz y tinieblas, la Pasión eleva a la categoría de juicio la disyuntiva muerte y vida que se ofrecía al pueblo en el Deuteronomio (Dt 30,15). 


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